El olvido de lo bueno, comienza con el temor al trauma, ya que el malvado no es malvado, es enfermo o ignorante de que hace daño, al menos bajo el supuesto de que una feliz infancia hace a los hombres justos.
Al suprimir al mal de esa manera y sin tener mucho cuidado, el mal se convierte en enfermedad curable o en vacío que puede ser llenado con conocimiento práctico, de modo que el malvado es malvado porque lo trataron mal cuando era niño o porque no tiene conocimientos prácticos que le impidan hacer el mal.
Pensar al mal de esa manera deja fuera del juicio sobre las acciones a la posibilidad de que alguien sienta alegría y placer al hacer algo malo, digamos robar unas peras, no tanto porque las necesite o porque sean apetitosas sino por el placer de hacer lo prohibido.
Olvidar el placer sobre lo prohibido y convertirlo en una mera enfermedad o en vacío nos cierra el camino hacia el arrepentimiento y el perdón, y hace de los malvados víctimas que deben ser comprendidas antes que ser vistas como victimarios.
Maigo