Libertad antipolítica
La libertad de expresión, necesaria para la democracia, no garantiza la vida democrática. Es más, la vida democrática puede languidecer en plena libertad de expresión: que cualquiera diga cualquier cosa, que el único rasgo democrático sea la expresión mayoritaria, que las minorías se puedan expresar pero inútilmente… El arranque del gobierno de la que se dice izquierda podría respetar la libertad de expresión, pero el deterioro democrático se ha fraguado desde antes del mero triunfo: desde la democratización del dedo, desde la fraudulenta asamblea multitudinaria, desde el mitin, el templete, la chanza y la ocurrencia… No se trata de regular lo que se puede decir, ni de defender simplemente la posibilidad de decir cualquier cosa, se trata de defender la discusión pública, las razones públicas. Declinar la defensa de las razones públicas es el primer paso para postular la necesidad de limitación a la libertad de expresión: las mayorías unánimes pueden determinar la censura moral sin razones de por medio, basta un líder que pregunte a la asamblea y que la asamblea coree al unísono la respuesta. Sin el cuidado de las razones públicas, cualquier plebiscito podrá cancelar la libertad de expresión. Y todo esto viene a cuento por la confusión de la opinión pública ante el linchamiento de Gabriel Zaid.
Debería estar fuera de duda la libertad de expresión de que goza Zaid; ese no es el punto a discutir. El punto a discutir, además del deterioro en la lectura, es la recepción pública de las razones. La ciudadanía “informada” parece no distinguir entre un eslogan, un espot o una campaña publicitaria, de un argumento, de una opinión razonada o de un posicionamiento público. La ciudadanía “informada y crítica” parece creer que en tiempos de campaña toda voz ha de tomar partido, toda expresión ha de ser parte de la competencia, toda opinión ha de funcionar como una estrategia de posicionamiento mediático. Creen, absurdamente, que todo lo público es publicitario. Así, repiten la división facilona entre progresistas y conservadores, malos y buenos, minoría rapaz y pueblo noble. La autonombrada progresía nacional denuncia a todo el que no la apoya como parte de un grupo orquestado para el despojo, para el daño, para el abuso… Los comparsas del maniqueísmo político no compiten, sobreviven. La palabra pública no razona, publicita. Se trata de ganar gritando fuerte. Se trata de convencer por el bien de todos y con las razones de nadie. Se trata de usar los métodos democráticos para asesinar a la democracia.
Véase si no. Zaid dijo claramente que es digna de consideración para decidir el voto la situación en la salud del candidato puntero. La respuesta del candidato: que el escritor se obnubila al preguntar sobre su salud. La respuesta de los seguidores del candidato: que el candidato nunca se infartó y el escritor es chayotero. Al menos es público que la afirmación primera de los seguidores es rotundamente falsa: López Obrador sí sufrió un infarto. Los seguidores podrán mentir, dominar la tendencia del discurso público, mayoritear, pero eso no cambiará el hecho de que su premisa es falsa. La unanimidad de los seguidores se infartará a sí misma. La realidad supera cualquier repetición del discurso. O como en Esquilo, el arte es con mucho más débil que la necesidad…
Sin embargo, creo que lo peor del episodio se encuentra en la descalificación tramposa de López Obrador, quien en un mitin adjetivó a Zaid como un escritor conservador, como alguien que ha perdido la imaginación y la inteligencia. ¿Zaid conservador? ¿Zaid carente de imaginación? ¿Zaid sin inteligencia? López Obrador miente y los seguidores que lo repiten mienten. ¿Quién es Gabriel Zaid?
Gabriel Zaid concibe la crítica como el ejercicio de la imaginación inteligente. No es crítico el apego simplón a cualquier progresismo, pues precisamente es la inteligencia de Zaid la que nos mostró el lado improductivo del progreso: que la obsesión por el progreso entorpece la vida. Lo importante no es progresar, sino vivir bien. La falta de imaginación de los entusiastas del progreso obstaculiza los mejores modos de nuestra vida. La falta de inteligencia de los entusiastas del progreso colma de absurdos los movimientos más cotidianos. La experiencia vital se analiza con imaginación e inteligencia, y el análisis, que Zaid llama crítica, tiene un efecto práctico: el encuentro feliz con la verdad. Cierto, Zaid no es creyente del mero progreso, pero eso no lo hace un conservador: ni todo lo tradicional nos embellece la vida, ni todo lo nuevo nos la entorpece necesariamente. Cierto, la crítica de Zaid no es crítica-práctica revolucionaria: hacer bien tiene su arte, tanto como mejor no hacerlo, tanto como saber apreciar lo pequeño. Lo importante es que el ejercicio crítico sea práctico, que los afanes intelectuales no desprecien la vida, que en los vuelos de la imaginación no se olvide de vivir. El ejercicio de la imaginación inteligente que embellece la vida es la gran aportación política de la labor intelectual de Gabriel Zaid.
Por allá de 1971, por ejemplo, Zaid y Cosío Villegas comenzaron a imaginar el fin del PRI. Por esos tiempos, Andrés Manuel López Obrador ingresó al PRI. Mientras Zaid consideraba al PRI un obstáculo para la democracia, López Obrador lo consideraba su camino al poder. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Por allá de 1972, por ejemplo, Zaid es censurado por Monsiváis para que no se publicase una crítica a Luis Echeverría. López Obrador ha encumbrado la supuesta labor crítica y progresista del censurador, al tiempo que Echeverría es el único de los expresidentes cuya pensión no ha criticado AMLO. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante el gobierno del presunto asesino Luis Echeverría, Zaid ejerció la crítica del poder político y de su amasiato con la intelectualidad (encabezada por Carlos Fuentes). Los seguidores de Andrés Manuel elogian el apoyo de los intelectuales a su proyecto (encabezados por Elena Poniatowska). Zaid criticó el estilo de legitimarse mediante el compromiso de los intelectuales, López Obrador copia el estilo de legitimidad echeverrista. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante los gobiernos de Echeverría y López Portillo, Zaid criticó el manejo de las finanzas públicas desde la casa presidencial, al tiempo que denunció que los programas asistencialistas del desarrollo económico de esas administraciones quebrarían al Estado (además de retrasar la democracia). López Obrador añora los tiempos de la economía presidencial, también le llama desarrollo y también lo ve indisolublemente ligado a la asistencia, que será popular pero no democrática (piénsese en los clientelismos de las redes ciudadanas que le heredó el salinista Manuel Camacho Solís). Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Zaid criticó las políticas educativas de los gobiernos de Echeverría, López Portillo y de la Madrid, pues reconoció que el credencialismo y las pirámides académicas agravaban el problema educativo, llenándolo de grilla, de mediocridad, de demagogia. La propuesta educativa de López Obrador es universalizar las pirámides académicas y el credencialismo. Claro, la grilla académica, la guerrilla de pizarrón, la demagogia y el charrismo universitario le han dado a Andrés Manuel buena parte de sus cercanos colaboradores. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Del mismo modo, Zaid criticó el deterioro democrático en el gobierno de Salinas: el empobrecimiento del país genera liderazgos que prometen manumisión a cambio del poder. Y ya saben quién ha fundado desde esa pobreza su liderazgo. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante la transición democrática la crítica de Zaid se centró en las decisiones prácticas y las reformas paulatinas que han permitido la participación de los grupos diversos de la sociedad civil; descreído de las promesas de grandes cambios, Zaid ha sostenido la necesidad de cambios pequeños pero inteligentes, constantes pero imaginativos. En el mismo periodo, Andrés Manuel López Obrador ha prometido grandes cambios y unanimidad social, así como ha bloqueado reformas importantes y despreciado a los grupos diversos de la sociedad civil. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Y el candidato puede decir lo que sea, puede mentir como tanto lo hace. El problema es creer que la libertad de expresión es de por sí democrática. En la tiranía también hay libertad de expresión: el tirano es libre de mentirse cuanto quiera. El problema es si los súbditos también ven el traje nuevo del tirano. El problema es que los súbditos crean que son libres de expresarse cuando vociferan las mentiras del tirano.
Námaste Heptákis