Por desconocer el paradero de su hijo, el viejo Laertes estaba muerto en vida, alejado de la vida citadina y de todo lo que ésta representa. Por fortuna para el anciano itaquense, su hijo regresó tras veinte años de ausencia, y no sólo pudo contemplar su rostro antes de partir a la morada de los muertos, también regresó a la vida junto con su descendencia y de ésta defendió la vida y el honor.
Pero, ¡ay! ¿Cuántos padres de hijos desaparecidos en tierras firmes, pasados ya miles de años, ni siquiera pueden esperar a que sus hijos aparezcan? ¿Cuántos de ellos deben ver, con el dolor por los muertos y desaparecidos, a los pretendientes acechando a la que ahora a Penélope, malamente, representa?
Padres desesperados y dolidos, que son conducidos y manejados por pretendientes a una silla, y que con vanos discursos de amor, perdón, prosperidad y justicia se comen la hacienda de quienes ausentes se encuentran, ya sea porque han desaparecido o porque ahora mal viven alejados de la vida cercana a la asamblea.
Maigo