Las hojas se arrastran tarde
Crece el desasosiego en el espectador que comprende que ya es demasiado tarde. Desasosiego de quien ve la hoguera de la propia vida, quien siente arder la pira mas se sabe insacrificable, quien se percata del fin demasiado tarde. La dictadura moral exhibe la ruina y la oportunidad perdida, condena a la resignación o al cinismo, aterra. Y para el aterrado los días también se arrastran tarde. Imposible el final feliz. O al menos eso logro ver en El pacto de la hoguera [ERA, 2017] de Alfredo Núñez Lanz [Ciudad de México, 1984].
El pacto de la hoguera presenta el trenzado de dos modos en que la dictadura moral destruye la vida. Destruye las vidas de los individuos, devasta las amistades, infecta a las comunidades y desgarra a las familias. La dictadura moral lo descompone todo a nombre del bien. El hedor de la descomposición se llama olor a nuevo a nombre del dictador. El deleite perverso del dictador es la moral pública. La dictadura adviene cuando un hombre cree encarnar el bien. El pacto de la hoguera exhibe la desencarnada realidad de los hombres sometidos a la moral del dictador, la miseria de los hombres que arrastran sus vidas en la dictadura moral.
La dictadura moral narrada en la novela se origina en el gobierno de un tabasqueño que, escudado en el cambio, el progreso y la revolución, organiza brigadas populares que intervienen al margen de la ley en las poblaciones. Las brigadas populares sustituyen, o incluso subyugan, a los órganos legales de administración. Por ejemplo, para garantizar los derechos laborales se dejan de lado la legislación y los tribunales especializados (y para ello basta el pretexto de la austeridad, la reducción burocrática o el combate a la corrupción) y se crean comités populares que regulan la actividad de los trabajadores, de modo que el trabajador no perteneciente al comité no puede tener garantía de sus derechos, por lo que desaparece el problema legal de evitar su contratación: si quisiera trabajo lo reclamaría como derecho, y toda reclamación se canaliza en el comité, y todo comité opera únicamente sobre sus miembros, por lo que… Internamente, las brigadas populares se constituyen por sus propias reglas (todas fundadas en la apelación general al principio revolucionario: lo que se excluye, es antirrevolucionario; lo aceptado, es revolucionario, la revolución misma: extra revolutionem nulla salus) y en función de los objetivos de la moralidad dictada. En el caso del tabasqueño, al menos, esos objetivos contienen los vicios que frenan el proceso revolucionario: la religión y el alcoholismo. La religión aparece antirrevolucionaria en tanto no tiene a la Patria, al Estado o al Pueblo como lo superior. El alcoholismo, por su parte, corrompe las costumbres, dilapida la riqueza e impide la presteza en la acción directa. Consiguientemente, la dictadura moral ataca cada uno de los hábitos que no hacen de cada individuo un soldado de la Causa. A través de las brigadas populares el dictador afianza su poder, se enriquece, corrompe la vida legal y crea una modalidad del progreso en que abundan la delación y la crueldad. El dictador tabasqueño es real, gusta del béisbol y, ya se habrá adivinado, se llama Tomás Garrido Canabal.
La novela nos narra la destrucción de una amistad por la dictadura moral, así como la corrupción de los amigos por la reacción ante la dictadura. La amistad destruida por la dictadura no deja inermes a los hombres en ella involucrados: los amigos se hacen peores hombres cuando la dictadura sobrevive a la amistad. ¿Acaso puede sobrevivir la amistad ante la dictadura moral? La tiranía no tiene amigos; la amistad es perfección de la política. El drama de la dictadura moral es aterrador; quizá nos aterramos demasiado tarde.
Del par de amigos de la novela, uno —como es de esperarse— se enrola en las brigadas de la dictadura, el otro —ya se habrá adivinado— se niega a enrolarse. Sin embargo, Núñez Lanz no produce una oposición simplona, pues la adhesión o diferencia con la causa nunca tiene la sencillez de la abstracción histórica. Los complicados pliegues de la vida humana, la dificultad de conocernos a nosotros mismos, impiden hablar simplonamente de la vida política. El enrolado, por ejemplo, tiene en claro que su participación en las brigadas da seguridad a su afán de ascenso social. Al enrolado no le importa la Causa, sino sus beneficios. Los igualitarios de la dictadura moral claman por marcar la diferencia. El opositor, en cambio, no puede creer en la Causa, mas no por inconformidad con ella, sino por desengaño. El opositor desengañado sólo cree en sí mismo. Los pragmáticos sobreviven en la dictadura moral porque nunca se preocupan lo suficiente por el otro: huyen cuando hay que huir, engañan cuando hay que engañar; su única verdad es la ausencia de verdad. La dictadura moral afianza el relativismo y debilita la honestidad: delación y crueldad: deseo de poder.
La novela de Alfredo Núñez Lanz no se queda en la simpleza de presentar el conflicto amistoso en su superficie política. Así como no hay comunidades sin hombres, no hay ciudadanos sin pasiones: el drama de toda comunidad es la pasión política. La dictadura moral entiende erróneamente la pasión, es un fracaso político. El amigo que se niega a enrolarse en las brigadas no reconoce la oscuridad de su pasión, por ello nunca se preocupa lo suficiente por el otro, por ello puede ser tan pragmático. El pragmático alisa los pliegues de su ser, confunde la honestidad con la simpleza, en el espejo sólo ve la superficie de sí mismo. El enrolado, por su parte, ha visto claramente su pasión y encuentra en el extremismo moral el ensalmo a su terror. Sostiene firmemente la moralidad para obcecar su pasión, para torturarse moralmente, para descargar en el castigo al otro la frustración de sí mismo. ¿Qué lo frustra? Lo frustra la imposibilidad de declarar su amor, la imposibilidad de vivir conforme a quien él es: arruga emberrinchado su ser, confunde la franqueza con rudeza, sólo puede verse en el espejo porque no tiene ojos que lo miren, ojos en que se mire. Ninguno de los dos amigos puede amar: uno vive del engaño de los otros, otro vive del engaño de sí mismo. El pragmático engaña a los otros ocultando la inanidad de sus deseos. El moralista se engaña a sí mismo ocultándose sus deseos. El ocultamiento del deseo deriva en la delación y la crueldad. Crueldad con uno mismo cuando no se es capaz de ser feliz. Delación de uno mismo cuando nos atemoriza ese que somos. Delación del otro ante la envidia de quien es. Crueldad con el otro ante el temor de quienes somos. Delación y crueldad son los hitos de la dictadura moral. Y frente a la dictadura moral nos invade el desasosiego de entender que quizá ya es demasiado tarde.
Námaste Heptákis
Coletilla. Considérese el movimiento dialéctico de la historia: Fidel tuvo a Silvio, Hugo cantaba solo, Andrés Manuel tendrá a Belinda. ¡Ya para qué me burlo!