Acerca de Bernanrd Shaw, Chesteron elogiaba su aparente incredulidad. Nada parecía convencerlo, en nada se sostenía. Ante cualquier postura u opinión, tenía una respuesta afilada. Su excelencia en la contienda verbal desbarataba a cualquier contrincante, aun cuando fuera un gran sesudo. La nulidad de la regla de oro exhibe las afirmaciones cúpricas. Lejos de coincidir en el fondo, lo que subraya Chesterton es su destreza para responder. Su convicción en ninguna convicción lo dispone perfectamente a la réplica. De ahí que afirme que se tira mejor con una espada que con muchas. Una la cual se maneja con maestría y con la que se practica día tras día. Suscita curiosidad esta oposición; un deliquio para el amante de las paradojas.
Sin embargo, no siempre la controversia manifiesta consistencia. No siempre hay un paladín defendiendo su propio reino. Como seres libertarios, celebramos la diversidad de expresiones. Es un gran logro que todo hombre, por su nacimiento, tenga derecho a ser escuchado y hablar. De ahí que la pelea por espacios (físicos, virtuales, académicos, públicos) nunca sea cansada. La participación en una conversación es suficiente para medir su éxito. A pesar de ello, no tantas veces se atiende al nivel de la conversación, a sus detalles que realmente la mantienen. Verla como retroalimentación supone que hay un algo a entregar. Suprime la incertidumbre y confusiones que puede haber en una conversación, el extravío al que pueden caer dos interlocutores. El intercambio de ideas traza rieles, esto es, una comunicación unilateral, segura, confiable. Paradójicamente la pluralidad se entiende a partir de esto. Una conversación viva se engrosa por las opiniones. Siempre hay algo que entregar, ninguna aportación es desdeñable. Tenemos una abstracción para entender la expresividad. Como toda abstracción, acaba siendo limitada.
Los lineamentos esconden las intenciones de los conversadores. La multitud de opiniones provoca la desatención total. Lo más obvio y fácil de ver es el Babel levantado. El ejemplo exacerbado está en las redes sociales. La máxima democratización terminó por ningunear al ciudadano. Todos hablan y no hay nadie quien los escuche. El contraste obliga al examen de la opinión; exige ser escuchado. Su ausencia fomenta un limbo. Por otro lado, sin contraste aparece el riesgo de la opinión imperiosa. La intención de dominio se esconde en la tolerancia; la expresión se permite siempre y cuando no menoscabe la opinión propia (la cual es más importante). En ambas actitudes coincide el poco cuidado hacia la verdad. Aunque se afirme la pluralidad como indicio de realismo (una realidad con múltiples perspectivas), puede ser completamente lo opuesto. A partir de esta disposición para dialogar, puede entenderse la petición por debates civilizados. En realidad se exigen peroratas. Proponer y no combatir. La hostilidad política puede evitarse confiando en el criterio confiable e imparcial del ciudadano. Amén de la degradación en espectáculo, la tensión y confrontación albergan todavía el futuro del diálogo y la verdad.
¿Cuando hablas de esta confrontación que aún puede salvar el diálogo, incluyes ahí también a la erística, al escepticismo y al cinismo?
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¡Hola Cantumimbra! Quizá habría que precisar lo que se entiende confrontación o qué tipo de confrontación. Estaba pensando en el contraste de lo que se dice y, principalmente, su convicción. A veces el diálogo o las discusiones suben de tono al rebatirse o mostrar la falsedad en la que se está cayendo. Justamente la discusión comprendida como una retroalimentación esto es suprimido; parece un atentado contra la diversidad. Hay confrontación al realmente afectar a los interlocutores, al haber acaloramiento y mostrarse el aspecto pasional.
Por otro lado, puede comprenderse la confrontación como enemistad inclemente. A partir de ello, no se pone a examen ninguna idea. En el contraste o réplica subyace el ataque. Los fines de la erística, cinismo y escepticismo no obedecen a una búsqueda por la verdad. Pueden dar paso, ocultar, este segundo sentido de confrontación.
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