Sobre la imprudencia al hablar de la política

Decía Michel de Montaigne “La impostura tiene su verdadero objeto en las cosas desconocidas”. La frase se podría aplicar al ámbito político, pues poco se puede saber de una decisión política importante si no entendemos las consecuencias, el por qué se hace en determinado momento, a quiénes les beneficia y a quiénes les perjudica. Aunque en buena parte de los casos sí se pueden conocer las motivaciones de los principales actores políticos, como cuando reaccionan los rivales de quienes toman la decisión. También podría aplicarse a cualquier área del conocimiento cuya complejidad impida que la mayoría de las personas la entiendan con claridad, como es el caso de las investigaciones científicas. Es complicado saber qué tan perjudiciales podrían ser los organismos genéticamente modificables si no entendemos qué le hacen a los alimentos cuando afirman que los modifican. El ensayista francés usa la frase para explicar la falta de prudencia de quienes le atribuyen designios divinos a las victorias o derrotas de los ejércitos. Al igual que puede dársele un uso político a la religión, también se le puede dar el mismo uso a la ciencia, pues en un caso el conocimiento es de difícil acceso y en el otro es restringido. En el caso de las decisiones políticas quizá no aplique el mismo nivel de impostura, pues son más cercanas a nuestra reflexión cotidiana y de alguna manera estamos acostumbrados a actuar políticamente. Pero podría haber mayor problema para llegar a entender las intenciones de la decisión, pues más personas podrían creer que saben la verdad inamovible sobre qué político es mejor que otro. Al cundir la variedad de opiniones, cunde la confusión. Aunque también cunde la confusión cuando no se entiende de lo que se habla, como en el referido ejemplo de los organismos genéticamente modificados, pues si el asunto es polémico y tiene varias explicaciones, se pueden suscitar discusiones que rayan más en los pleitos que apenas se podrían considerar políticos que en los análisis científicos. Si la ciencia puede ser polémica, mucho más lo es la divinidad. Esto no lleva a Montaigne a disuadir de su reflexión, sino a tomarla con más cuidado y a darle la importancia que merece, pues, al fin y al cabo, su influencia en la acción humana es mayor que la proporcionada por la ciencia o la política.

Yaddir

Profes en educación contemporánea

Una cosa lleva a la otra. Ocúrresele a alguien la expansión ilimitada de la vida escolarizada. A otro le cae el problema en el regazo de la falta de criterios para sacar alguna idea de cómo están siendo educados los muchachitos, así que ordena que se reforme todo el sistema de la vida escolarizada con algún arte, el que sea, de supervisión de desempeño académico. A otro diferente se le consigna lo necesario para tal modificación sin decirle ni cómo ni por qué el desempeño se mide así o asado, y éste pide echar ojo a las estadísticas más novedosas de los países que más medallitas sacan en las olimpíadas de las ciencias, aunque tengan otras costumbres, y averiguar qué se les puede imitar. Un experto en el mercado internacional eventualmente clama que la educación, así como se ha transformado hasta el momento, no sirve para nada porque el aprendizaje mismo ha cambiado en lo que se hacía todo el anterior proceso, y recomienda a las autoridades expandir la vida escolarizada para otro lado; etcétera. A muchos de los que dibujan o pintan ha llegado a pasarles que corrijan el trazo equivocado escondiéndolo bajo líneas más gruesas, sombras más pronunciadas o difuminados que no se habían planeado. Luego, la corrección que se elija debe disimularse bien en toda la pieza para equilibrarla, para apartar la atención del error; pero puede pasársele a uno la mano con esta contingencia y la corrección acaba necesitando correctivo ella misma, llevando a nuevos y mayores parches, hasta que lo que resulta es un monstruo de rasgos apenas comprensibles. Bueno, pues es parábola. Total, que una cosa lleva a la otra y termina un futuro profesor con sus futuros compañeros de profesión magisterial en un salón siendo indoctrinado, por obligación curricular con la secretaría de educación, en las artes de la venta y la compra, por una señora experta en dar pláticas motivacionales a empresarios de grandes corporaciones que quieren ganar mucho dinero sintiendo que cambian al mundo.

No es exageración, acabo de atestiguarlo con la totalidad de mis sentidos. Y eso que los canales del aprendizaje nomás son, según enseñó esta señora, el visual, el auditivo y el extrañamente llamado quinestésico que todos tratan como háptico sin chistar. ¿Nadie se ha preguntado cómo es que se pueden aprender las mismas cosas, si están hechas para entrar por canales diferentes a distintos tipo de educando? Supongo que no hay tiempo, porque estos expertos han de estar muy ocupados tratando de desanudar el embrollo en el que andan metidos: promoviendo una educación muy activa en la que se le enseña al estudiante a aprender por sí mismo, a través del modelo completamente pasivo de canales por los que los profes zambuten la información auditiva, visual y quinestésica. Así damos pues, con el absurdo de un «curso de capacitación docente» en el que la expositora confunde la palabra «docencia» con la palabra «ponencia» y «contexto» con «concepto»; en el que no se sospecha la contradicción de decir que el pensamiento es energía que puede producir lo que queramos si tiene suficiente enjundia y que debemos dejar de querer controlarlo todo; en el que se promete enseñar cómo trabajar en las aulas del siglo veintiuno, y en todas partes legibles de la presentación se lee «Trabajo efectivo en el aula del siglo XIX». Leyó usted bien el XIX. ¡Qué elocuente es a veces la naturaleza! ¿Apoco no nos muestra que la vida escolarizada debe haber pasado muchos años transformándose? Suficientes por lo menos para que la docente de docentes no haya aprendido a escribir veintiuno en números romanos. Va a decir, lector, que me lo invento, que no puede haber universidad que se respete y que pague en miles por una compañía especializada cuya vocera profese de tal modo su doctrina, y encima convenza a un salón de experimentados mentores de que está mal tener doctrinas. Me gustaría que fuera todavía más difícil de creer de lo que es, y sin embargo, le recuerdo aquello de que en este mundo es muy verosímil que pasen muchas cosas inverosímiles. En este caso, inverosímilmente lúcidas para que yo pueda mostrar el dislate: catedráticos que asienten ante la cátedra que reniega de sus formas por anticuadas, que dicta no haber discípulos, obediencia ni docilidad pero que hay que aprender a obedecer con disciplina y, además, que con la boca llena de tecnicismos progresistas afirman que nadie aprende ya con razones, porque las palabras no sirven para un carajo (¡y menos las técnicas, pues ésas aburren a los chavos!). Y los salones así, retacados de profesores sin criterio (o con criterio silenciado bajo la amenaza del despido), dejándose verter palas y palas de este abono de fertilidad empresarial, educados como están desde chiquitos a fingir flexibilidad informada ante el modelo que sea. Ah, porque los profes de hace mucho, los de principios del siglo veinte (con el XX no hay tanto peligro de error), que educaban en salones sin guías facilitadoras de información ni jóvenes compañeros de aprendizaje significativo, eran «cuadrados» e «inflexibles»; pero los de ahora fueron educados para ser tan flexibles y tan descuadrados, que saben decir que sí a lo que sea, tanto a los que dicen que la educación debe ser plástica como a los que dicen que debe ser elástica. (Si no, se quedan fuera de la competencia). Y ahora que éstos tienen una nueva generación bajo su cuidado, ¡horror de horrores!, resulta que los jóvenes no ponen nada de atención a nada ni les interesan las cosas. ¿Será qué hay una razón? Ha de ser culpa del celular. Por eso el sistema obliga a llevar estos tan sesudos cursos dirigidos por la mencionada apta señora para que nos enseñe que los dos grandes motivadores del ser humano son el dinero y el amor (¡está científicamente comprobado!). Eso sí, educando por largas horas llenas de diapositivas, que son bien didácticas. Y digo que son didácticas en serio, no por razones que dan los pedagogos (de hecho pienso que el tiempo en que se mira un pantallazo no coincide con el tiempo en que uno infiere las relaciones en la imagen), sino porque dan una amplia oportunidad al futuro profe de ejercitarse en la cacería de errores de ortografía, espantos de redacción y confusiones generales no menores a la que hace de Beethoven y Justin Bieber contemporáneos. El contraejemplo puede educar al que esté atento.

Muy valiente no será, de todos modos, esta educación en negativo. Lo que ofrece como modelo a evitarse lo hemos visto cien veces los que estuvimos alguna vez en un salón de clases. Se trata del chorerismo improvisatorio magistral. Perdone, lector, no quise espantarlo con terminajos. Es sólo que como está de moda salir con tecnicismos de categorías arbitrarias recién inventadas para sonar interesante, como la diferencia entre trabajo cooperativo cognoscitivo individualista y trabajo colaborativo de pensamiento sistémico, me dejé llevar. Básicamente me refería al cuate deshonesto que no preparó su exposición de tarea pero, sin vergüenza, se para enfrente del grupo con la confianza diamantina del vendedor que va a regresar a su casa a treparle el límite a su tarjeta de crédito por el puro prospecto de su comisión. Así, pero de cincuenta años de edad y haciendo de su carácter carrera. Eso es lo que se aprende en estos cursos de gran sapiencia doctrinal de la docencia: cómo hacer verdad todo lo que se dice independientemente del sentido, con gran seguridad en la voz y sin mirar nunca a las consecuencias (incluida, por ejemplo, la verdad sobre la humildad que necesitan los docentes para aceptar sus errores). Me suena a que este tipo de arte ya existía en la Antigüedad, pero no me acuerdo del nombre. Como sea, el atento que se educa por contraejemplo, viendo semejantes desplantes de ironía aplicada, acabará apenas en donde estábamos todos al principio, antes de toda esta monstrificación; aprenderá, pues, una enseñanza de lo más básica, inútil para casi cualquiera, consabida lo mismo por doctos y rústicos de toda época: que el que es listo, incluso sin escuela, y el que es tonto, ni con ella.

Globalización

Las empresas transnacionales están a dos días de comenzar a usar pequeños países a modo de mercancía.

Eppure vaga

Eppure vaga

 

A 10 años del fallecimiento

de Alejandro Aura

Cuando no se tiene idea, ojalá se tenga al menos un buen ejemplo. Claro que de entrada podríamos complicarnos y preguntar por las condiciones de posibilidad del reconocimiento del ejemplo, deshebrar alguna hipótesis epistemológica o situarse con determinación ante la universalidad del problema hermenéutico, y aun así no se ocultará el hecho: dado que imitamos, reconocemos ejemplos. Por ello, la ejemplaridad no es necesariamente una deducción racional y es posible imitar a los peores en lugar de los mejores. De hecho, sólo porque la imitación puede ocultar a la propia razón es posible acumular sesudos alegatos a favor de lo que no es evidentemente bueno y presentárnoslo como aceptable, razonable o conveniente. Sin ideas, la imitación puede enfilar a la razón hacia su propia destrucción. El hecho es que reconocemos ejemplos, los imitamos y luego alegamos en torno a ellos. Los alegatos no muestran necesariamente la verdad. El imitador de los viciosos siempre podría alegar con fuertes razones para justificarse. Por ello digo que cuando no se tiene idea, ojalá se tenga al menos un buen ejemplo, una opinión verdadera.

         Por más de un camino puede mostrarse lo anterior, aunque intentaré ahora ejemplificarlo con un poema. Copio “Vago de muestra” de Alejandro Aura.

De todos modos vagar será imposible;

habría que aprender de nuevo

todo el sistema de la dicha;

pero dejémonos sueltos,

lacios en cuerpo y alma;

que la propia sangre intente

modificar el vicio.

Ser feliz sería traicionar lo que tenemos,

la rica incertidumbre,

el habla estrepitosa y abundante,

la sabrosa costumbre de herirnos

sin descanso.

Ésa no es la solución,

ni tampoco el progreso en que somos expertos,

ni siquiera la hermosa poesía,

vilipendiosa, abusiva, escondidiza.

Vagar sería imposible, imposible;

a menos que alguien pusiera el ejemplo.

Me perdonarán los moralistas, pero no es incidental mi mal ejemplo. Sí, quiero pensar un poema que a primera vista va contra el afán de lucro, contra la fascinación por la ganancia, contra la vida decente que el progreso ha prometido. Y quiero poner de ejemplo la primera vista del poema porque así, aunque no se vea por la idea, al menos se tendrá un buen ejemplo. ¿Que si prefiero una sociedad de vagos informales a una eficiente organización productiva? No se trata de mis preferencias, sino de lo que se muestra: uno es más feliz con el poema de Aura permeando en la memoria del andante, que en la preocupación por la mera eficiencia. Por ejemplo prefiero vagar que argumentar por conveniencia. ¿Vagar y ganar todavía serán posibles?

De todos modos vagar será imposible da inicio el poema. Da la impresión que el poema no empieza en sí mismo. De todos modos parece el inicio de una respuesta, la introducción de una réplica. Falsa impresión: el divagador no replica, responde aleve, sabe que pensar es un paseo, que ningún diálogo se gana, que la vida es menos seria y más disfrutable de lo que dice la opinión más común. De todos modos vagar será imposible es una declaración general. El poeta divagador declara la imposibilidad de la vagancia. Así de contradictorio, así de sencillo, así de por pensar.

Que un hombre tome su lugar en medio de la concurrencia, llegado de pronto, y con toda seriedad declare que de todos modos vagar será imposible es una provocación importante. ¿Nadie podrá vagar? ¿Anuncia la conclusión de su vagancia? ¿Sentencia a los otros a no poder vagar como él? Pensemos en esos otros, hombres decentes que creen en el progreso y censuran moralinos a los divagantes. Ellos saben que no podrán vagar, pero no ven pérdida en ello, sino ganancia pura: alejados de la divagación son ricos en razones en torno a su propia riqueza. La superioridad de esos otros muestra ridículo al divagante. ¡Mas el divagante asume la ridiculez alegre! De todos modos vagar será imposible es la respuesta al progresista que denunció ideal su imposibilidad, del decente que baja la mira para vivir como se debe.

Ironiza el personaje del poema: si pudieses vagar, mucho tendrías por aprender. ¿Dónde comprar los protocolos para la felicidad? ¿Qué tutorial tendrás que ver para manejar el sistema de la dicha? ¿De dónde bajas las instrucciones para vivir? Vagar te será imposible. Y si el otro, el decente, cree que es fácil la vagancia, cree que su superioridad operativa le da la oportunidad suficiente para abrirse a la vagancia, entonces reta el personaje del poema: déjate suelto, tan lacio de cuerpo y alma que nada tengas por hacer, déjate y verás que ya no sabes vagar. Vamos, deja que la sangre modifique el vicio y descubrirás que tus virtudes son de sangre pesada. El personaje del poema toma la palabra a mitad de la asamblea para enseñarnos que ya no podemos vagar.

Quizá no vague, podría responder el otro, pero al menos aspira a la felicidad. Quizás el progreso desprecie la vida sencilla, pero no renuncia a buscar la felicidad. Aunque en el fondo se sabe, nos dice de frente quien habla en el poema, que ser feliz sería traicionar lo que tenemos. El hombre decente sólo puede ser feliz en los términos que promete el progreso: por eso censura la sencilla felicidad de los otros como un sueño de soledad. La felicidad, supone el decente, será la construcción común de los decentes, aun cuando esa construcción sólo sea la rica incertidumbre del propio trabajo, el habla estrepitosa y abundante del chismorreo cotidiano, la sabrosa costumbre de herirnos sin descanso a la que llamamos competencia. El hombre decente ya sabe que no aspira a la felicidad, pero imposibilitado para vagar ha de confiar en las promesas del progreso. El hombre decente se autoengaña en nombre de la moral.

Quien habla en el poema vuelve a la carga: ésa no es la solución, ni tampoco el progreso en que somos expertos. ¿Significa eso que quien habla en el poema supone la cancelación plena del progreso, el abandono del mundo moderno, la renuncia? Quien habla en el poema responde: ni siquiera la hermosa poesía. ¿La huida utópica antimoderna no es una hermosa poesía? ¿No lo es el abandono del mundo y la renuncia total? Del San Antonio de Atanasio al de Flaubert, del testimonio a la hermosa poesía. Porque la poesía aparece aquí vilipendiosa, abusiva, escondidiza: las utopías antimodernas desprecian la vida, abusan de la fantasía, esconden su fe en el progreso. El divagante, en cambio, ayuno de fe en el progreso, solo vaga. ¿Quiere su vagancia para los demás? No, pues nunca se comparte la falta de fe. El despoder sólo puede ser una decisión personal. Su socialización, mitologizante, política o retórica, es vilipendio, abuso, escondite de otra intención.

A menos que alguien pusiera el ejemplo, concluye el poema. Podemos reconocer muchas vidas malas alejadas del progreso, así como a muchos infelices que creen en lo bueno de progresar. ¿Qué pasa cuando vemos a alguien que descreyendo del progreso vive bien? Quizá ni siquiera podemos reconocer el ejemplo, pues ni siquiera sabemos leer poesía: no tenemos idea. ¿No es el poema de Alejandro Aura un indecente buen ejemplo?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. Ya tienen pretexto para una guerrilla cultural, para presentarse como perseguidos y para servir al nuevo jerarca en su venganza. ¿Alguien vio ayer la página 3a de La Jornada? Con el pretexto de informar sobre el fallecimiento de Marie-Jo Paz, el rotativo violó una disposición judicial. Ahora que el agraviado lo demande por no respetar su privacidad, el periódico «de las izquierdas» se dirá perseguido. El asunto llegará a tribunales durante el siguiente gobierno. Y ahí el lopezobradorismo intentará vengarse de Gabriel Zaid.

Coletilla. Mexicanos de bien, hoy los invito a constituir un fideicomiso para reunir los recursos necesarios para la salvación de la filosofía mediante la compra de rodilleras para los miembros del clubcito de profes de Filos llamado Observatorio Filosófico de México (del que hablé hace nueve años). Desde su columna, Guillermo Hurtado ha cantado la épica del clubcito, llamando al futuro secretario de Educación a que los reciba para juntos hacer frente al porvenir. Desde una carta en el nuevo diario oficial, Gabriel Vargas Lozano preguntó genuflexo: «¿cuál debe ser la filosofía que fundamente y dé sentido a la Cuarta República?». ¿Cómo quedar impertérrito ante tantas ganas de servicio? Ya sea por mérito o por meretricio, pero los profes quieren chamba. ¿Me ayudan a comprarles sus rodilleras?

Nuevas investiduras

Nuevas investiduras

No hay virtud alguna en saber que al presente le sucede el futuro. Podríamos decir que, ante ese tiempo siempre conjetural aunque inevitable, tiene éxito el uso de términos con resonancia teológica ante los espíritus rústicos que no aprenden a distinguir aún entre la objetividad y el credo tradicional. Lo dice la sabiduría moderna, haciendo gala de su retórica eficiente para el progreso: persuadir es el arte político de simulación. Bacon prometía que la empresa de la nueva lógica científica cumplía mejor con lo que nos impelía a imaginar la Revelación. La seducción, quizá, empezaba por estar prestos a imaginar la satisfacción que el nuevo arte da; el rumbo tecnología actual sería impensable sin el dinamismo ya estático que nuestra imaginación tiene para acelerar el sabor del placer cumplido, del capricho que tiene que estar al tanto, aunque no sepa prácticamente nada. No puede creerse en sentido estricto que la naturaleza se haya transformado para conocerla de manera distinta. La filosofía moderna era no sólo un acercamiento a pensar la nueva ciencia, sino, ante todo, una reflexión radical en torno a los fines humanos a partir de una interpretación del hombre distinta a la de los filósofos antiguos. En este sentido, la pregunta por lo justo, central para la filosofía política, rebasa lo que cada régimen histórico establece como conveniencia de ley: la creación del Estado moderno es una manera de establecer lo que se puede alcanzar de esa pregunta para la vida práctica. ¿Qué pasa cuando, en vez de ese estado moderno, fe de los liberales, recorre el aire la aprobación multitudinaria de un micrófono a través del que habla una voz local, en la que se funden la apariencia de honestidad, el candor de un acento entrañable y la persistencia, con la arbitrariedad en que la ley se disipa y con el fantasma de la auto-legitimación?

El partido único aparece como algo contrario a la unidad de la persona. La democracia, no obstante, no funciona cuando se quiebra la estructura partidista en pos de un individuo, sino cuando lo común es el poder de actuar. No es democrático, por ende, la aprobación de lo nuevo. Sería igual de insulso pensar que esto exija de la democracia el respeto ciego por lo viejo. El beneficio de la duda no es criterio suficiente para elegir bien. No hay que olvidar que la democracia exige elegir entre los medios que llevan de manera más eficiente al fin común, siendo el voto un ejercicio común que sin crítica anterior y posterior termina siendo un eco de los aplausos partidistas. El fin común no se logra, al menos no democráticamente, dejando obrar al prócer. Los riesgos de dejar todo a una voluntad se resumen en la ilusión de libertad. La retórica de paz sirve bien para tranquilizar las sospechas de autocracia, pero no para ejercer el poder democráticamente, sino para tener la posibilidad de limpiarse las manos una vez que el diálogo sólo haya llevado a la aprobación de quien lo motivó. La cuarta transformación no es más que una farsa si nadie tiene en claro qué es eso que se transforma. Se siente “bien” (cuando la historia no es memoria sino resumen acomodaticio de la “indignación”), pero simplemente no es democracia.

Supongamos que interpretamos la historia según lo que intenta ser la nueva versión oficial. ¿No resulta incluso sospechoso que la voz del régimen mismo se autoproclame como intérprete privilegiado de la historia? Lo hizo el PRI incontables veces. Supongamos que la inexistencia de evidencias de corrupción sea suficiente para calificar a un hombre de honesto. ¿No resulta rara la insistencia obstinada de la honestidad, que nos hace muchas veces desconfiar de quien la presume? El PRI tiene un sello personal: la ley sólo castiga cuando se comprueba lo malo; hay que ser fraudulentos mientras no se compruebe. No es necesario mostrar que ningún hombre honesto piensa así. No hace falta ser del PRI para ser deshonesto, pues puede alguien vestirse de cordero habiendo perseguido los caminos del lobo. Ni Maquiavelo, ese que se repite mal cuando se recuerda que el fin justifica los medios, decía que había que ser honesto para ser buen príncipe. ¿Qué se hace para sostener la contradicción entre la teológica pureza y la pantanosa faena de la necesidad? Los puritanos estadounidenses que apoyaban a Trump no quisieron ver esta contradicción, y lo pagaron con la exhibición de una parodia de su pureza protestante. Dirán que la honestidad es parte de esa transformación: la nueva era de la revolución pacífica. ¿No resulta entonces hasta teatral el esfuerzo, visible en muchos gestos, por mantener la imagen de la paz y la honestidad?

La esperanza no puede quedarse corta por falta de imaginación. No es necesario cejar en el intento por la democracia para aceptar la sorda arbitrariedad presente en los asuntos políticos. La posibilidad de la democracia se mantiene mejor si el deseo de lo justo no es otra ilusión promovida por la confesión personal. Evidentemente, si lo primordial no es ahora la máquina del estado, porque el centro es ahora la investidura personal de la aprobación popular, difícilmente bastará afrontar la realidad que se plantea haciendo ensalmos a favor del estado mismo. ¿Cómo retener el afán autocrático si se reviste de lo que santifica la crítica liberal? A veces la sospecha rinde más frutos que la fe local. Falta notar que la desaparición de la presidencia institucional no es suficiente para acabar con la arbitrariedad política, de lo contrario la alternancia será de modos, pero no de fines. Nuevo rostro, vieja máscara.

 

Tacitus

Algo sobre los animales

(el amor no correspondido)

Andando por las calles de nuestra ciudad, por los callejones de algún pueblo o los corredores subterráneos del sistema metro, me encuentro con una práctica que me parece de lo más graciosa: tener perro-hijos, “perrhijos”, la gracia que me produce tal evento es por reconocer la alteración a algún orden en el idealismo de igualdad al que aspiran estos nuevos padres de familia. No pretendo decir que estas nuevas familias son un problema para la constitución política de cualquier estado, nadie le confiaría las riendas de su felicidad a una mascota. No es problema lo que ensayaré, sino malestar. Es admirable que un ser desvalido sea procurado y resguardado del mal que hay en las calles. Los animales también merecen vivir bien, después de todo su derecho de antigüedad los avala, al igual que su inocencia ante el mundo humano. ¿Son víctimas de nuestra ambición y miedos enconados? Sí.

No es el caballo quien nos lleva entre las patas, sino nosotros a ellos. ¿Por qué perrhijos? Salvar a un animal también es salvar una vida, pero procurarle cuidados contra su naturaleza es ya una afectación. El animal también tiene dignidad por sí mismo, entendida ésta como la perfección de su constitución natural. Todos los perros son perfectos, no necesitan ser domados o adiestrados o cubiertos con orejeras, la utilidad que les demos al adiestrarlos es una necesidad por precisar ayuda en momentos críticos. La compra de suéteres para ellos es una forma de la banalidad, en el mayor de los casos: el perro no lo necesita. Me detengo un momento, los animales necesitan estar sanos para poder convivir con nosotros, para eso hay veterinarios.

Pero el perrhijo nos fascina porque se alegra y aleja sin tener que decirnos nada. Nuestra relación es de suma dominación hacia ellos. Interpretamos lo que queremos escuchar: “gracias por las croquetas, por el suéter, por comprarme una correa nueva”, ellos agradecen sin decir una sola palabra, porque no agradecen, disfrutan, son seres sensibles y condicionados a su nulo juicio interpretativo. La mascota bien cuidada, en demasía, es el reflejo de la falta de carácter. El otro siempre es un idiota, nunca mi mascota. Le doy a mi hermano una moneda y me juzga, acaricio a mi perro y me lame la mano. El odio contra el hombre y amor por los animales también es una salida fácil al laborioso trabajo por entender a los otros, así como a uno mismo. Yo soy de la idea de que si ayudamos a un hombre, él ayudará a otro y eso a la postre recuperará este mundo para todos. El mundo es más lúcido si lo compartimos en el diálogo, lo cual no puedo hacerlo con los animales que son excelentes compañeros de la soledad, tanto como de nuestros silencios. Pero el silencio amoroso sólo lo encontraremos entre los humanos, nunca en otra parte.

Darle muestras de amor a las mascotas también nos nubla de pensar sobre el consumismo, sobre la enajenación entre el que posee mucho y el que no tiene casi nada. El silencio de la naturaleza nos hace cometer errores, por eso lo mejor es comenzar por escuchar lo más claro que hay en nosotros mismos. Así no perderemos a otros seres en nuestro juego de ambiciones y temor por el amor no correspondido: éstas son las raíces del perrhijo; así como el alcoholismo es la manifestación de otra enfermedad, jamás será el alcohol el origen.

Javel

Para seguir gastando: Hoy que se celebra el natalicio de Aldous Huxley, haríamos bien en recordar que él nos advertía de una sociedad en que los tiranos eran tan buenos publicistas que lograban hacer que el esclavo amase su condición; el tirano puede ser un sabiondo o un idiota, ambos pecan de soberbia y jamás dudarían de sí mismos, es decir, jamás ejercitarían la palabra hacia las profundidades de su ser: no ensayan.

La celebración de la indecencia

Lo decente es lo plausible, y en ese sentido es lo que se puede y merece ser dicho y mostrado en la plaza pública, en donde todos los miembros de la comunidad pueden no sólo apreciarlo sino hasta emularlo en tanto que es digno de honores por ser conveniente a la vida en común.

Por el contrario lo indecente, es lo que carece de decoro y, en ese sentido, carece  de la dignidad que corresponde a lo que debe ser honrado y dicho, es lo que debe mantenerse oculto por temor a horrorizar y dañar con ello a la vida de la comunidad entera, aunque los villanos y malvados lo ocultan más por temor a recibir algún castigo.

Una persona honrada, es una persona decente, es decir, es aquella que realiza actos que contribuyen al bienestar de la comunidad justa porque así le corresponde hacerlo, hace lo conveniente conforme a lo que la comunidad acepta como tal porque su aceptación de los actos corresponden con lo que es justo.

Cuando la comunidad a la que pertenece el hombre decente es una comunidad justa, lo decente será lo que se ajuste a la legalidad fundada en la justicia, pero en el seno de una comunidad injusta, en lugar de decencia y decoro se aprecia la desvergüenza y el cinismo para hacer lo más injusto sin recibir castigo por ello.

En una comunidad injusta, lo indecoroso no escandaliza y lo que apela a lo decente es mal visto y hasta juzgado como lo propio de quienes por falta de poder no logran imponerse al que es abiertamente indecente.

En una comunidad indecente es posible apelar a los buenos sentimientos, aunque esa apelación sirva para continuar haciendo lo que no sería decoroso en el seno de una comunidad justa. En una comunidad indecente lo que importa no es el decoro sino el poder para hacer que lo indecente parezca probo y que lo incorrecto sea buscar lo decoroso.

Un buen Tirano tiene que ser indecente, porque sólo así consigue que los indecentes de la comunidad injusta le apoyen y defiendan aún a pesar de los decentes, el poder del Tirano se apoya en el deseo que por la indecencia tiene el injusto que aspira a algún día convertirse en un cínico, capaz de hacer legal lo indecente y de mostrar como propio de ardidos lo que alguna vez fue legal.

Maigo