Norteado

Tal vez era algún tipo de maldición, nadie hubiera podido decirlo a ciencia cierta: frente a Enrique yacía un mono, un simio diminuto, como un mono araña. Tenía la vista perdida y cada uno de los pelos de su cara, cubiertos de hielo. Sus dientes parecían estar más filosos que el frío viento que cortaba la piel. Enrique se quedó atónito, horrorizado por la visión y perdido en los pequeños ojillos negros del animalito. El tiempo transcurrió y la muerte lo envolvió con escarcha convirtiéndolo en una estatua a mitad del Ártico.