La necesidad de dialogar proviene de la diferencia, cuando ésta se anula ya no tiene sentido tratar de decir algo o de proponerlo, pues las palabras sobran y se impone el silencio, lo demás es perorata inútil y hasta pérdida de tiempo. Parece que sólo estando locos se puede discutir sobre aquello que es evidente, como lo es la posición del cielo respecto del hombre.
En la política la necesidad del diálogo es una constante, todos creen saber qué es lo mejor para la comunidad, y en muchas ocasiones los juicios sobre esto no son siquiera parecidos, pero el hombre no puede vivir como ente aislado, a menos que sea una bestia o un dios, por lo que debe aprender a hablar para mostrar a los otros por qué es bueno ser bueno, así como debe aprender a escuchar para corregir cualquier idea mala que tenga sobre el bien.
Cuando se anula la diferencia, se anula el diálogo, ¿para qué decir algo si el otro está de acuerdo conmigo desde mucho antes de que pudiera iniciar el discurso?, pensar en la negación absoluta del diálogo y en el consenso absoluto es negar al habla, y junto con ello se niega al hombre una de sus mayores cualidades distintivas, la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo como para discutir sobre ello.
Hace unos días Námaste Heptákis señalaba la mímesis que se comienza a vivir en la comunidad política, que se supone es México, misma que es peligrosa porque anula la ley como fundamento de lo que es justo. Pensando en esa mímesis, apareció ante mis ojos un peligro que no es menor, me refiero a la anulación de lo humano entre los miembros de esa comunidad política que se mimetiza.
Si el hombre se mantiene silente es porque ya no tiene nada que decirle al otro, si ya no hay nada que decir es por la completa aceptación de lo que ya se ha dicho sobre lo bueno y lo malo, esa aceptación no dista mucho de la ceguera para distinguir al bien del mal y esa falta de distinción nos deja viviendo como animales. La capacidad de reconocer la diferencia entre lo que se nos presenta a los ojos es lo que nos permite hablar y mantenernos como seres humanos.
Cabe notar que las tiranías se caracterizan por anular la capacidad del hombre para hablar, a los esclavos se les prohíbe el habla entre ellos; a los que se deben seguir sintiendo ciudadanos, a pesar de su nulidad, se les impide la amistad mediante el miedo a los otros y a las acusaciones que pueden hacer con tal de mantener contento al poseedor del poder.
El peligro de la tiranía no se limita a la injusticia que se da mediante la negación de la legalidad, el peligro de la tiranía radica en que supone la anulación del hombre porque se funda en la negación del diálogo, ya sea porque está prohibido o peor aún, porque ya no es necesario.
Maigo.