Trabajo digno

Reza un dicho popular: “el trabajo dignifica”. Pocos se atreverían a disentir contra lo que tantas veces han escuchado, más si lo han dicho personas a las que ellos respetan. La manera más rápida de entender esto sería pensando que es preferible trabajar a robar, pues sólo así se saborean mejor las cosas que se compran; sólo así se aprende a gastar, pues si cuesta obtener el dinero, no se decide despilfarrarlo. Quien roba no disfruta lo robado, por eso necesita robar más, para distraerse constantemente de su atropello. De cierta manera, sería lo mismo que decir que uno sólo se siente bien gastando lo que se gana con justicia. Pero cuando en el trabajo el esfuerzo no se recompensa con lo obtenido, ¿se está dignificando, denigrando o sobrevalorando al trabajador? El propio trabajador, ¿cómo valora lo que hace?, ¿por hora, por el esfuerzo empleado, por lo que estudió? Y ¿qué tan injusto es que se recompense de la misma manera a quienes tienen más capacidades que a quienes tienen menos? El gran problema del trabajo es que la retribución sea justa.

Por otro lado, qué sea considerado un trabajo nos complica el problema, pues pese a que muchos escriban, pocos pueden vivir de la escritura, algo parecido pasa con música, la pintura, la escultura o cualquier otro arte cuya valoración sea difícil, si no es que imposible, de realizar en términos monetarios. Pero pensar cualquier actividad en sentido monetario es reductivo, pues quizá un escritor con poca percepción de ingresos pero que escribe aquello que desea decir, sienta su trabajo más digno que el autor de libros con millones de copias vendidas; uno realiza su trabajo porque algún bien siente que hace, el otro es comparable a un empresario petrolero, textil, minero o de cualquier otro tipo. Hay trabajos que dignifican, en otros simplemente se gana dinero.

Muchos trabajos tienen la ventaja de que son productivos, es decir, se ve concretamente la influencia que el trabajador dejó en algún material o ser vivo. Incluso el trabajo de los políticos se puede ver en el modo en el que vive la gente a la que influyeron mediante su gestión, partiendo del supuesto de que dicho trabajo sea realizado con justicia. ¿Pero qué pasa con el trabajador, de oficina por ejemplo, cuya labor no sabe cómo influye dentro de la empresa o secretaría en la que se encuentra?, ¿qué sentirá el trabajador que no ve reflejado por ningún lado las constantes gráficas que hace, las constantes juntas a las que asiste, el constante tecleo al que se dedica con frenesí?, ¿su carácter se verá modificado por lo que hace?, es decir, ¿se sentirá más digno entre más tiempo pase realizando lo que él considera su labor?, ¿vive bien quien no sabe la finalidad de lo que hace? Quizá su última, y quizá única, ambición sea la jubilación. Pero hasta esa, dependiendo el país en el que se trabaje, podría estar en peligro, podría no ser justa.

Yaddir