La mano de Eros

La mano de Eros

No sé si bastará decir que el mejor beso es el más amoroso. No el más calmo, ni el más fogoso: el más feliz. Porque la alegría se malbarata cuando se halla a donde quiera que se mire sin ver lo mejor. Menos ansiedad de las flechas de la mirada, un tempo en el que el alma pueda sentir todavía la sorpresa de una mano o la discreción casta de una voz en el abismo preclaro de la imaginación, eso también se llega a gozar con la espera. A lo mejor la felicidad es lo más correcto, lo más razonable, no sólo lo más deseado. Si es así, lo bello no sería sólo un efecto de lo placentero. El placer de un beso discreto sería manifestación de esas alas que el alma perdió y que no se recuperan sin que la inteligencia se vea movida con latencia. ¿Inteligencia para los besos en vez de práctica con frutos que semejen falsamente la frescura de unos labios? El alma da un giro entonces: ¿dónde estará Eros en el deseo recto y moderado que nos mueve desmedidamente a querer lo bueno? ¿Puede encarnarse en el espacio que se cierra entre dos personas sin volverse insistencia de la mano o precocidad del interés? Si las alas crecieran con los ardores de la piel, todos serían expertos en vuelo. La experiencia nos enseña pues que el beso más feliz es el más erótico. El adverbio no se indica intensidad, o, mejor dicho, muestra que el lenguaje más intenso es la discreción de la verdad, el recato ordenado y no la ansiedad desesperada: el poder del deseo que sigue con cierta obsesión lo bello porque es lo que más amable.

 

Tacitus

La madriguera del filósofo

Las ciencias del espíritu guardan una presencia no tan clara en las universidades. Ciencias de otra categoría justifican con facilidad su espacio. La planeación de un ingeniero civil conduce a la estructuración de una ciudad. Los dedicados a la química avalan la pureza del agua que ocupamos día a día. Sabemos de la relevancia de un médico cuando nos levantamos de la cama sin dolencias e incomodidades; sus batas blancas nos aparecen como túnicas celestiales. Concretamente se distingue su utilidad y su provecho. Su quehacer es visible y satisface el propio bienestar. Sin embargo, el placer de gozar una novela, indagar su construcción mediante vocablos y semántica, hacer una retrospección del paso del hombre a través del tiempo, ejecutar y pulir el talento artístico, no tiene la misma posición que los otros beneficios. Estos placeres y resultados quedan empequeñecidos frente a los otros. No sólo el campo laboral es prueba de ello. Si bien la separación entre ciencia del espíritu y ciencia natural pretende rescatar la importancia de la primera, implica asimismo el riesgo de suceder lo contrario. Las dos caras en el hombre parecen definitivamente quebrantadas. El ingeniero puede prescindir de la poesía, así como el literato puede no sentirse avergonzado de su fobia por las matemáticas.

Paradójicamente, en un contexto moderno, las llamadas ciencias del espíritu solamente parecen prosperar con eficacia en las universidades. Adquieren una legitimidad que en otros sitios no hacen. Que una carrera de ese tipo sea becada, significa un salario inexistente afuera de la academia. Se vuelve un quehacer admitido y no un pasatiempo que dibuja una sonrisa en el corazón. Las universidades pueden ayudar a conservar actividades que, fuera de ellas, están destinadas a morir. Pertenecer a las mismas filas de la ciencia seria y encontrar a otros similares, complacen al dedicado al espíritu. Esta percepción ofrece certeza y confianza, las cuales logran trastocar su ser. El hábito degenera en una costumbre definida más por lo rutinario. Los actos no son cabales, se originan más por casualidad. La ausencia de principio es encubierta por el alma mater. Su regazo es el más cálido.

La vida intelectual no queda exenta, pese a su aspiración por ser crítica. Particularmente,  el deseoso en la filosofía encuentra refugio no sólo en la academia, sino en sus mismos discursos. La generalidad en sus reflexiones es su morada; los conceptos universales llegan a ser tan amplios que parecen adecuarse a su vida. Dicha ilusión anima y enciende los debates, pero no asegura una exploración en pos de la verdad. Debates que no son diálogos, debates que resguardan los prejuicios. En un mundo donde, como afirma Chesterton, nada sucede cuando se dice que nada vale la pena, el falso filósofo continúa con su mismo quehacer. Su estancia en la academia se desdibuja como justificación a su falsedad. Vive con un nihilismo que ni siquiera vislumbra.

 

¿Virtud por contagio?

Suponer que las virtudes de un gobernante terminarán contagiando al pueblo, como para que éste se convierta en un ser virtuoso, es una idea propia de las monarquías absolutas: si el rey es virtuoso sus allegados lo serán, aunque gusten de inclinarse al vicio, si el rey es vicioso, sus allegados lo serán aunque su alma busque la virtud y el bien, la comprensión sobre la virtud y el vicio no es tan simple.

Pensar que la virtud y el vicio se contagian, ya supone un problema que se debe atender con cuidado, incluso pensar que los virtuosos sólo conviven con los virtuosos y que los viciosos lo hacen de igual manera implica un problema bastante amplio de tratar.

Luis XIV de Francia, aquel monarca ilustre que se atrevió a igualar al estado con su persona, hizo de su vida cotidiana un espectáculo que debía ser atendido por toda la corte.

El uso de pelucas y accesorios que adornaran al monarca, quien sin miedo  se equiparaba en los cuadros con el dios Apolo, se volvió corriente en el palacio que estaba construyendo en medio de las tierras que ahora son jardines, cabe señalar que  sufrientes por la carencia constante de agua.

La moda se impuso, al grado que hasta las cirugías a las que debía someterse el monarca se volvieron solemnidades, pero la capacidad de éste para soportar el dolor no aportó a la educación que esperaba recibieran aquellos por los que se rodeaba. Los cortesanos no soportarían dolores emulando a los monarcas cuando ya bastante sufrían a causa de sus ideas raras.

La moda se impuso, pero la virtud se perdió entre espejos, cristales, fuentes sin agua, jardines y danzas. El tiempo fue pasando y lo que el propio rey consideró virtuoso se perdió entre deudas y cabezas empolvadas, muchas de ellas cayendo bajo los regímenes más terroríficos, que de la carencia de libertad se sacan.

El rey absoluto pensó que sus virtudes serían admiradas y copiadas, el problema es que sus virtudes, si acaso las tuvo, se confundieron con modas por los ricos adoptadas.

Un rey absoluto considera que si se levanta a cierta hora todos los días, y todos lo emulan, contagiará de virtudes a todos los que amodorrados persiguen sus pasos para ver cómo se caen promesas y sueños después de caminar por los páramos yermos de certeza, y terminar más perdidos que ciertos discípulos de Protágoras.

 

Maigo.

La enseñanza del tráfico

Una persona respetable pero con ácidas ideas declaró ante una multitud: “El tráfico es tan desquiciante en esta ciudad que cuando no logro avanzar nada me sorprendo preguntando en voz alta ‘¿para qué vivo, Dios mío?’, pero una vez que llego a casa estoy bien y lo que dije me parece una horrible exageración”. Entre el coro de la carcajada, la pregunta me dejó pensando en un intranquilo silencio. ¿Por qué un momento, un simple rato que quizá no pase de una décima parte del día, nos hace saltar a las ideas más absurdas?, ¿fue una verdadera pregunta, una duda que de no ser por la alteración del orden vial nunca se habría hecho la persona referida, pero que ennegrece sus silencios más solitarios, esos que nunca quiere pensar?, ¿es una duda que, de algún modo u otro nos hacemos y no queremos responder pero que al vivir ya respondimos? Tal vez la persona que me hizo pensar todo esto no quiso que nadie cuestionara su propia pregunta, pues ésta se hizo en el contexto de un momento como un reclamo, es decir, se hizo para liberar un enojo momentáneo aunque opresivo. Muy seguramente la pregunta no fue hecha con seriedad; no era una pregunta.

Probablemente muchas personas creerían que es preferible no salir de casa para no padecer el tráfico, o si hay que salir, hacerlo en mejores horas o sin necesidad de un transporte que pueda quedar atorado en el tráfico. Pero el placer que da viajar en automóvil cuando no hay tráfico es comparable, si no es que superior, al dolor de padecer las vialidades atestadas de automóviles. ¿Es preferible vivir con pocos dolores aunque eso implique vivir con pocos placeres? La disyuntiva muestra su falsedad cuando nos percatamos que no todos los placeres son iguales, así como no todos los padecimientos nos afectan de la misma manera. El placer del trabajo es distinto al placer de comer algo dulce o de leer un buen libro (inclusive el placer que nos provoca leer un ensayo, una novela o un poema son distintos); un golpe, un insulto o el saberse impotente son distintas instancias en las que sufrimos el dolor. No todos los placeres son mundanos, no todos los dolores son perjudiciales.

Quizá preguntar ¿para qué vivimos?, ya imponga la condición de que la vida tiene una utilidad y que vivir de manera inútil es indeseable, como lo es el estar atorado por mucho tiempo en el tráfico. Pero nuevamente eso sería quedarse con una visión unilateral de la utilidad, es decir, que sólo se es útil trabajando o facilitándonos nuestro propio placer. La utilidad del dolor quizá pueda llevar a preguntarnos si lo que hacemos es bueno para nosotros. ¿Cómo se vive bien?, ¿qué clase de placeres y qué clase de dolores son los que nos hacen vivir bien? Tal vez sean mejores preguntas que un absurdo reclamo a Dios. Tal vez por ese motivo Michel de Montaigne se burlaba de aquellos que menosprecian el placer y creen que es preferible no vivir a vivir placenteramente. Pues pese a que demuestren que los placeres pueden ser perjudiciales, no se cuestionan lo que les puede enseñar el dolor, mucho menos se cuestionan a sí mismos.

Yaddir

Destitución moral

Cuando los profundísimos y preclaros analistas declararon que el problema del país es que tenemos una crisis de valores, y procedieron luego entre sorprendidas exclamaciones de sus anonadados escuchas a abundar con que debíamos conseguir que estos valores regresaran, ni imaginaban que estaban postulándose como profetas legisladores de las nuevas tablas, institucionalizadas, claro, de la nueva ley. Dejen ustedes que redacten estos señores lo que quieran, «constitución moral» es la que les falta a quienes tienen la banalidad anímica de seguir la corriente de semejante dislate. ¿Cómo irían a legislarse sus preceptos y, si no fueran a hacerlo, por qué llamarla constitución? Como hablar solo en el yermo: no hay respuesta; ninguna, por lo menos, que no sean los ruidos adventicios con que expresan sus oxímoros estos yermos particulares. Y encima no ha faltado quien quiera recargarle el despropósito al lúcido Alfonso Reyes, quien lo que trabajó fue una cartilla moral que sirviera con sus lecciones de guía para los adultos discentes. Para quien la diferencia entre una cartilla y una constitución no sea obvia, no habrá constitución moral que le baste (y mucho bien que le haría la cartilla). «El hombre debe educarse para el bien», dice la primera de las lecciones de este texto alfonsecuente. ¡Qué bueno que tendremos lo que queremos! –y me permito el plural por confianza en cierta medida de sentido común–: un gobierno moralmente entero, cuya integridad se mostrará en el respeto a la Constitución política!, ¿verdad? Eso es, como seguro se dan cuenta los expertos, más importante que una constitución moral que no haga sino darle rienda suelta a las opiniones más superficiales de la cada vez más irracional erística pública (que no discusión, ni mucho menos diálogo). Ni hablar. Hasta dirían los incorrectos malintencionados que parece contrario a la naturaleza de las cosas, que al frente de las palabras políticas se encuentren los que, en efecto, fueron educados para el bien. ¿Qué sería una fachada más, después de todo, una fachada sin fondo al frente de cientos de otras, en éste tan bonito país de la ilusión?

Ocaso

No hubo quién en un último acto piadoso sembrara sal, mucho menos quién ofreciera una oración por la mancillada tierra de Carcosa

La bilis se derramó sobre miles de rostros y los ojos de todos los ciudadanos se llenaron de lágrimas amarillas, cuando una neblina bajó en un pálido atardecer a humedecer con tibio rocío las paredes de la Aglutinada Carcosa

Ay de ti, otrora cristalino lago, jamás te hubiste visto tan lleno de orines. Las bocas enamoradas que hablarían de tu belleza, incluso hoy, yacen secas, con la saliva disolviendo la sangre que brotó de su vientre cuando nacía el crepúsculo de la Pálida Carcosa

Apuntes para la constitución moral

Apuntes para la constitución moral

 

 

Descubrí que la Constitución Moral del nuevo régimen se está planeando como un listado alfabético de valores y conceptos fáciles de memorizar y que serán repetidos por los niños en las escuelas durante las ceremonias cívicas. Filtro en exclusiva los primeros ocho valores de la Cuarta Transformación.

 

Autarquía. No puede haber gobierno rico con pueblo pobre; habrá gobierno para un pobre pueblo.

Benevolencia. La ley a fuerzas será la fuerza de la ley.

Confianza. El liderazgo es la austeridad de las razones.

Discreción. Hacer del error ajeno una reivindicación propia.

Estado. La simulación no será forma de gobierno, será el sistema.

Franqueza. Los corruptos son los otros.

Garantía. El líder no nos va a fallar; ¡le fallaremos!

Honestidad. Promoveremos el perdón, comenzando por el de nuestras propias faltas.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Mañana se cumplen 47 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Será el último aniversario en que no se tome el caso para la retórica oficial del nuevo régimen. En el siguiente aniversario, desde la tribuna se montará al asunto el senador Monreal. ¿Apostamos? 2. Guillermo Sheridan afirma que alguien nos ha enseñado que en México es posible hacer lo que sea y salirse con la suya. ¿Quién nos lo enseñó? Su Majestad, la Emperatriz del Pizarrón, Marquesa del Gis y Archiduquesa del Borrón y Cuenta Nueva Elba Esther Gordillo. 3. «La infancia debería ser un lugar feliz y luminoso. Ayer volví a ese sitio y hoy me levanté con el único propósito de escribir mi columna y empezar de nuevo con las primeras palabras que uno debería aprender a escribir: muchas gracias, maestro». Malva Flores sobre el recientemente fallecido Huberto Batis. 4. Ahora murió Arturo Díaz Mendoza. Hace algunos años, cuando el parkinson comenzaba a manifestarse, se le homenajeó en una emotiva función que incluía a sus hermanos y sobrinos. Mientras desde el pasillo de vestidores él veía la ejecución de la siguiente generación de los Mendoza, charlamos. Me dijo: «si dejo la vida arriba del ring, si me la parto en cada lucha, es como homenaje a mi padre y a mis hermanos, como ejemplo a los que siguen». Descanse en paz el Villano III.

Coletilla. Todo eso de la Protección Civil es muy raro y no lo entiendo. El otro día, caminando por la parte trasera de un supermercado, ahí donde guardan su basura y descargan lo que después será más basura, vi unas cajitas metálicas con un cristal en la puerta. En el cristal estaba escrita la siguiente leyenda: «Abrase en caso de incendio». ¿Apoco los incendios saben leer?