La libertad es uno de los principales supuestos en la vida democrática, el pueblo debe elegir sin presiones qué es lo que considera mejor para él, ya que no buscará aquello que pueda resultarle perjudicial. Sin embargo, cuando se reúnen la libertad y la necesidad de elegir sin una completa visión de aquello que se elige, se abre la puerta al error.
La libertad supone la posibilidad del error, y de esa posibilidad suele nutrirse la tiranía. Los grandes tiranos como Sila o Julio César aprovecharon la ignorancia del pueblo romano respecto a lo que conformaba a la propia Roma, ambos originaron su poder en la conjunción entre la tradición del pueblo y la ignorancia sobre lo que es lo bueno.
Irónicamente, el segundo inició su tiranía distanciándose y hasta huyendo del poder del primero. Sila buscó matar a Julio y éste se vio en la necesidad de replegarse para fundar un nuevo modo de poder en el temor y el mal recuerdo que los romanos tenían sobre los excesos del tirano. Años más tarde y antes de su muerte, Julio ostentó en sus píes las botas que sólo se destinaban a los reyes, y rechazó tres veces la corona que no estaba en su cabeza, pero que sí habitaba en su mente al momento de su muerte.
Sila y Julio ya están muertos, pero ambos tiranos jugaron con la idea de libertad que tan confusa suele tener el pueblo. En todo momento la libertad se confunde con la posibilidad de movimiento, sin considerar que a veces algunos son libres y poderosos desde algún supuesto encierro.
Los tiranos suelen distanciarse de quienes parecen representar algún obstáculo a sus intereses, pero hay momentos en que se unen con aquellos a los que juzgaron con supuesta dureza y se justifica tal unión con cambios en las circunstancias históricas, cambios que hablan de lados correctos e incorrectos para el juicio del tiempo.
Cuando el tirano lo precisa concede abiertamente libertades que ya se habían otorgado desde un comienzo, y se ve a Sila y a Julio avanzar como hermanos por los anales del tiempo.
Maigo.