Justicia enredada

No paraba de caminar. De izquierda a derecha y de regreso recorría la sala mientras miraba al piso y cada que completaba una vuelta alzaba los brazos como si quisiera volar. Pensé en dejarlo hacer la misma rutina durante treinta minutos, pues en algún momento iba a variar, haría algo diferente, algo que le diera sosiego; un destello de incipiente claridad. Pero después de diez minutos dejó de ser gracioso observarlo hacer exactamente lo mismo; hasta había dejado de contar las vueltas completas y la cantidad de aleteos. Había notado que era común entre las personas inseguras mostrar los síntomas de su preocupación sin decir una sola palabra; querían que se les preguntara qué les pasaba o proponerles alguna teoría para atreverse a hablar. ¿Qué tan preocupado estaba mi amigo como para reaccionar hasta la tercera ocasión en la que le pregunté por qué se encontraba así? Su respuesta me dejó con ganas de caminar incesantemente y empezar a aletear.

“Es una asociación sin fines de lucro que se dedica a… tú sabes, proteger la naturaleza.” Fue su inicial y misteriosa respuesta. Atropelladamente me contó que cometió el error de compartir una noticia falsa en Facebook en la que se advertía sobre el daño a una especie que cometían ciertos cazadores en alguna región (que no precisaré para proteger la identidad de mi amigo). La falsedad de la información consistía en una alteración de la misma. La asociación lo contactó y, a gritos, le dijeron que era un estúpido, que era el peor ser humano que habían conocido, que no sabía qué clase de error había cometido, y que lo iba a pagar. Supuse que la amenaza radicaría en algún daño físico hacia mi amigo, así que le propuse acompañarlo a realizar sus actividades los días en los que me fuera posible; me contactaría con otros amigos y amigas en común para nunca dejarlo sólo; de ser posible hasta iríamos dos con él, por si lo querían atacar en manada. Un círculo de seguridad tan solícito, amistoso y organizado no lo tenía ni el presidente. Pero él respondió ante mi precisa sugerencia: “vamos, no seas paranoico. El daño que me piensan infligir, mejor dicho, el daño que me han comenzado a hacer no es físico, sino virtual.” Afortunadamente yo era el paranoico. ¿Qué es eso del daño virtual?, ¿es una especie de tuitazos lanzados contra una persona para contar rumores sobre ésta hasta que aprenda la lección, es decir, hasta que le cierren su cuenta? Mi cuestionamiento se acercaba al temor referido. Mi amigo temía que le dañaran su imagen.

 ¿Por qué nos preocupamos por lo que digan de nosotros? Regularmente pocas personas saben a detalle lo que hacemos y por qué lo hacemos, es decir, pocas personas pueden entendernos y, en consecuencia, juzgarnos adecuadamente. Pocas personas son las que se interesan por nosotros. En ese sentido, el daño a la imagen en las redes sociales es inevitable, fruto natural del alocado e irracional desenvolvimiento que tienen las reacciones y palabrerías de dichos sitios. Visto así, se podría pensar que mi amigo es un vanidoso, preocupado por la imagen de la imagen (podríamos agregar de su imagen creada por la propia imagen que tiene de sí) que le pudieran hacer. Este juego de espejos debería tener algún nombre clínico. Pero no, a mi amigo le preocupa lo que de él se pueda decir porque esa es la primera impresión que la mayoría de las personas que lo saludan tienen de él. En ese momento le dije que no se preocupara por lo que pudiera decir sobre él una organización a la que le preocupan más los asuntos no humanos que los humanos, que su preocupación, por evidentes razones, era irracional. Pero luego de ver el efecto que sobre sus conocidos, y una que otra persona querida, tenía un video que la referida organización lanzó contra él, comencé a preocuparme casi como él. No le habían dado oportunidad alguna de defenderse. Si gente admirada por realizar actividades que a muchos les parezcan nobles, aunque dicha nobleza tenga fecha de caducidad, te acusa de malvado, lo eres sin duda alguna y como tal te tratan. La justicia en las redes se provoca con likes y reacciones. De no ser porque me senté a escribir, ya hubiera completado la centena de aleteos estériles.

Yaddir

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