Hace poco me puse a reflexionar algo sobre la licenciatura en Filosofía. Yo esperaba en el tercer lugar, el último, dentro de la fila de la ventanilla de títulos. Llegué ahí después de haber ido con las secretarias de la sección de servicios escolares, luego de haber ido también con el subcoordinador de mi carrera. Tuve suerte porque, si no lo hubiera encontrado, hubiera tenido que pedir un carta poder al Coordinador o Jefe de carrera para llevarla personalmente, junto con mi solicitud de inicio de trámite de titulación, a la ventanilla de títulos. Es decir, con la autorización del superior, hubiera hecho el encargo del subcoordinador. En fin, mientras aguardaba, hice una retrospectiva y concluí que un curso propedéutico era necesario en la carrera. El velocista no toma ventaja si no tiene un buen arranque; tal vez el inicio torpe explicaba tantos pasantes extraviados o desanimados.
Cuando llegué a la carrera, lo hice por las materias de Filosofía en la preparatoria. Mi curiosidad fue provocada por temas inusuales expuestos por un profesor que, aparentemente, era igual a los demás. Ese afán por llegar a lo más profundo, por librar las superficialidades, fue mi incentivo principal para escoger la licenciatura. Me entusiasmé más cuando leí que una de las cualidades del egresado era el pensamiento y análisis crítico. Supe de esta cualidad hasta leerla en el folleto que me entregaron en la inducción para los de nuevo ingreso. Me pareció verosímil en mis primeros días de la carrera. Varios maestros nos exhortaban a que pensáramos por nosotros mismos. Lejos de que las grandes mentes de la humanidad nos apabullaran con su genialidad, deberían servirnos como inspiración. O al menos, imagino, no era el único compañero que así tomaba la invitación de mis docentes. La variedad de teorías y escuelas deberían hacerme ver la variedad de opiniones e ideas. Un amigo mío llegó a decirme: la Historia es la muestra de la libertad del pensar del hombre. Yo mismo debía gozar de esa libertad.
A pesar de ya decirlo con desenfado, en aquel entonces vislumbraba esa intuición pero no la abrazaba con seguridad. Por eso resultaría muy provechoso el curso propedéutico. Podría implementarse poco después de la inducción. Una vez que el nuevo estudiante ya tiene sus papeles y ha recorrido las instalaciones, se podría citarlo en sitios diferentes para el curso. Así también se familiarizaría con la universidad. Los espacios naturales siempre son más nobles que los cerrados. Los primeros días podrían tomarse en los jardines para generar mayor confianza a los jóvenes con la timidez natural de los primeros días o los de carácter reservado. En estas sesiones podrían platicar qué los llevó a estudiar la carrera y qué eventos en su vida parecen desembocar en esta decisión. Confluir las experiencias personales con los argumentos de por qué estudio Filosofía, podría fomentar la apertura entre los alumnos. Además, más de un pedagogo famoso o recién egresado, seguramente concordara conmigo que el reconocimiento entre estudiantes fortalece el trabajo en equipo. Podría funcionar también invitar a los estudiantes a que convivan afuera de las aulas, que vayan a los lugares alrededor de cualquier universidad para que puedan esparcirse. Al final de cuentas, hay que recordar que primero sé es hombre antes de profesionista.
Posteriormente, dentro de los salones, el docente asignado al grupo debería ofrecer algunas clases de Metodología de la Investigación. Esto brindará herramientas a los nuevos estudiantes y podrían realizar una investigación breve. También ayudaría mucho que el docente diera consejos sobre su experiencia en la carrera y pudiera ofrecer su técnica utilizada para reflexionar. ¡Cómo hubiera agradecido eso! Al final del curso, la investigación que haga el alumno sería un triunfo propio; un símbolo de sus primeros pasos en la crítica. Además de enseñarle los principios de la reflexión, también se le daría la seguridad para emprenderla. Tampoco estaría nada mal que, paralelamente al propedéutico, los nuevos estudiantes fueran en una excursión dirigida por el docente asignado a trabajos donde los licenciados en Filosofía ejerzan. No sólo se prepararía al estudiante para la vida académica, sino también para la vida laboral. Obviamente estas ideas sueltas y sugerencias merecen incorporarse en un proyecto de mayor envergadura, pero, desde mi experiencia, considero que podrían ayudar bastante.