Cuando los profundísimos y preclaros analistas declararon que el problema del país es que tenemos una crisis de valores, y procedieron luego entre sorprendidas exclamaciones de sus anonadados escuchas a abundar con que debíamos conseguir que estos valores regresaran, ni imaginaban que estaban postulándose como profetas legisladores de las nuevas tablas, institucionalizadas, claro, de la nueva ley. Dejen ustedes que redacten estos señores lo que quieran, «constitución moral» es la que les falta a quienes tienen la banalidad anímica de seguir la corriente de semejante dislate. ¿Cómo irían a legislarse sus preceptos y, si no fueran a hacerlo, por qué llamarla constitución? Como hablar solo en el yermo: no hay respuesta; ninguna, por lo menos, que no sean los ruidos adventicios con que expresan sus oxímoros estos yermos particulares. Y encima no ha faltado quien quiera recargarle el despropósito al lúcido Alfonso Reyes, quien lo que trabajó fue una cartilla moral que sirviera con sus lecciones de guía para los adultos discentes. Para quien la diferencia entre una cartilla y una constitución no sea obvia, no habrá constitución moral que le baste (y mucho bien que le haría la cartilla). «El hombre debe educarse para el bien», dice la primera de las lecciones de este texto alfonsecuente. ¡Qué bueno que tendremos lo que queremos! –y me permito el plural por confianza en cierta medida de sentido común–: un gobierno moralmente entero, cuya integridad se mostrará en el respeto a la Constitución política!, ¿verdad? Eso es, como seguro se dan cuenta los expertos, más importante que una constitución moral que no haga sino darle rienda suelta a las opiniones más superficiales de la cada vez más irracional erística pública (que no discusión, ni mucho menos diálogo). Ni hablar. Hasta dirían los incorrectos malintencionados que parece contrario a la naturaleza de las cosas, que al frente de las palabras políticas se encuentren los que, en efecto, fueron educados para el bien. ¿Qué sería una fachada más, después de todo, una fachada sin fondo al frente de cientos de otras, en éste tan bonito país de la ilusión?