¿Cuántos más?
¿Cuánto vale un hombre caído?
Ayer en el transporte, en el camino, casi en cualquier lugar, no dejaba de ver jóvenes universitarios y ceceacheros. Algunos de ellos iban con el rostro cubierto, pero se notaba la emoción en sus ademanes, en las palabras que se decían mientras iban al encuentro más absurdo que he visto. Lo absurdo no tiene nada que ver con la voluntad de los rebeldes que ayer cantaron su grito de guerra, sino con la sordera institucionalizada. Primero fueron unos cuantos a pedir lo justo, después se unieron otros más, pero fueron atacados con saña, al final se levantó todo corazón joven para ayudar a sus hermanos. Pero el absurdo se reveló también.
El injusto, el corrupto o amigo de los poderosos no ve al pobre ni al que ha sido malherido por su mano, pues le parece insignificante. Ayer tuvieron que juntarse treinta mil almas para que fueran vistas siete demandas. La justicia es una cifra aquí en México. Mientras nadie se queje no hay mal, mientras unos se quejen, no hay mal; cuando muchos se quejan, no hay mal; cuando todos protestan “las peticiones son más que justas y se resolverán en lo inmediato”.
Para hacer justicia en México hay que hablar todos y de caso en caso, porque la burocracia es sorda y torpe, además de vil; también puede ser visionaria y malévola, pero esto sólo es cuna fértil para afirmar que la justicia es una apartado burocrático, es decir, algo medible, cuantificable, que puede ser resuelto con una ecuación, y no culpo del todo al que intenta hacer su trabajo como abogado o juez (pues debe haber verdaderos servidores públicos), culpo a los que creen que la justicia es un número y no una cualidad humana. Culpo al que propone cantidades y no realidades; a los que intentan comprar con números y no con un buen trabajo; al que protege una estructura basada en intereses bancarios, antes que en necesidades reales, como lo es el bien.
Ayer vi a muchos jóvenes que iban a pedir lo suyo, y si fueron en cantidad es porque el número atemoriza al mal juez, pues si fuéramos justos, con sólo un hermano caído, iríamos.
Javel
Para gastar en casa: «Disculpe el señor, pero este asunto va de mal en peor. Vienen a millones y curiosamente vienen todos hacia aquí. Traté de contenerles pero ya ve, han dado con su paradero. Éstos son los pobres de los que le hablé… Le dejo con los caballeros y entiéndase usted…» Joan Manuel Serrat