Situaciones afortunadas

Con el ensayo se puede hablar de todo porque se ensayan formas y temas. Las formas precisan cómo entendemos el tema. Por ejemplo, hablar de la fortuna mediante anécdotas le da un cariz distinto, explica y enfatiza otros aspectos, a hacerlo sintetizando argumentos. Aunque no por usar argumentos, todos son igual de verdaderos, reflexivos o aburridos. Lo mismo aplica a las anécdotas: he escuchado a quienes toman a competencia el aburrir al prójimo. Hay anécdotas a consecuencia de las cuales uno no sabe si le están tomando el pelo o acaba de escuchar la mejor historia de su vida. El ensayo es como el amigo que sabe conversar: sabe qué decir, cómo decirlo, a dónde quiere llegar, cuándo conviene hablar y cuándo es mejor callar.

Volvamos a la fortuna. El padre del ensayo, al menos de lo que se denomina el ensayo moderno, pues no podemos decir que Michel de Montaigne es el padre del ensayo si no queremos contradecir lo dicho en el párrafo anterior, es un maestro tanto en la forma como en el contenido. Al hablar de que la fortuna va tras los pasos de la razón, ejemplifica once afortunadas maneras en que esto puede pasar: la fortuna como divina justiciera; la fortuna como pretexto de la conveniente cortesía; la fortuna da pistas de la caída de un imperio; la fortuna permite e impide la caída de las naciones; la fortuna puede ser la mejor doctora; también puede ser la mejor aliada del arte; la fortuna salva vidas; la fortuna castiga vidas; la fortuna permite la justicia; la fortuna premia. ¿Que qué quiere decirnos Montaigne con estas modalidades de la fortuna?, ¿las acomodó según la fortuna le permitía acordarse de anécdotas sobre la fortuna misma?, ¿resulta accidental que en 9 de los referidos ejemplos se trate de situaciones políticas y que de esos 5 sean sobre la justicia?, ¿será que la fortuna suele ser más racional que los hombres en cuanto a los asuntos políticos?

De los temas del ensayo siempre son mejores de tratar los referidos al actuar humano. De cualquier manera, un ensayo con una buena forma suele ser más afortunado, si de la cantidad de lectores hablamos, que uno de tema importante. Pero el ensayo nunca deja de recrearse, por eso los temas, ni las formas, son propiedad de ningún ensayista. Aun así, existen ensayos casi perfectos, como aquel donde Michel de Montaigne habla con un aparente capricho de la fortuna; en el ensayo no debería haber nada accidental, pese a que tenga mucho de afortunado.

Yaddir