Ya casi nadie se acuerda de la venida de Dios a la Tierra, no porque haya sido un evento que pasara desapercibido, no, no crea que El Señor no hizo gala de todo Su Poder al venir: se torcieron los Cielos como un trapo mojado al que se le exprimen espesas lágrimas de sangre, el suelo perdió su negrura y las estrellas cedieron por fin al cansancio que llevaban sus alas a cuestas por tanto volar. Pocos se acuerdan de aquél día, porque tantos fuimos los sobrevivimos al Hambre que cortaba nuestras cabezas de un tajo, como quien desgrana una mazorca. Los menos, sobrevivimos a la sed, esa que reseca la boca después de airarse contra el prójimo y que ahora solo se sacia con lágrimas de duelo. Quienes tuvimos la desdicha de vencer a nuestros hermanos para sobrevivir, vimos nuestra vana victoria empañada por la gruesa niebla que se desprende del hedor de los caídos, de los recuerdos del pecado que nunca acabarán de atormentarnos. Solo algunos recordamos aquél día, recurrimos a él sin cansancio, con devoción, buscando paz, pues somos ellos los que ya no encontramos a La Muerte más que en el pasado.
Archivos por mes: septiembre 2018
La crueldad delatada
La crueldad delatada
pero no es que yo me cubra
los ojos de ceniza:
mis ojos son ceniza
Ilusionan a la mayoría los grandes cambios. Cambios notables y notorios. Cambios poderosos. Porque el poder mueve multitudes, las emociona, las domina. El poder es atractivo porque provoca a la esperanza a un lugar en el futuro. El poder ilusiona con un futuro mejor. Por ello es que el despoder parece tan desconfiado, tan falto de lustre, tan menor. El despoder desilusiona, aparece como una renuncia al futuro, como conformidad con el presente, como confiada esperanza. La desesperación nunca es suficiente para el despoder. ¿Cómo reconocer la suficiencia desesperada?
La patria, sin reconocer suficiencia alguna, está por entregarse a la desesperación empoderada y el primer signo ha sido la crueldad frente a la experiencia viva del despoder. El pasado viernes 14 de septiembre, en uno más de los foros de pacificación del nuevo régimen, el poeta Javier Sicilia tomó la palabra. Como es habitual en sus discursos, antes de abordar la realidad de las víctimas, Sicilia convocó al encuentro de la palabra a través de los versos y al reconocimiento del dolor a través de un minuto de silencio por las víctimas y los desaparecidos. El minuto de silencio fue interrumpido por los asistentes al foro, quienes gritaron que no los callarían, que seguirían protestando, que no aceptaban el minuto de silencio por las víctimas porque con ese minuto se pretendía callar a quienes protestaban. El poeta esperó, retomó el discurso; algo había cambiado.
Podría pensarse que la interrupción de un minuto de silencio es un hecho menor ante el drama de las víctimas. Podría pensarse que la protesta debe sobreponerse al silencio porque el drama de las víctimas va más allá de toda civilidad, pues la crueldad contra las víctimas ha destrozado totalmente lo civil. Podría pensarse que un minuto de silencio es anecdótico, mera costumbre establecida, el intento de normalizar la anormalidad violenta. Pero a mí me parecen completamente erradas esas consideraciones. A mí me parece que la interrupción de ese minuto de silencio ha cambiado plenamente la situación del país de una manera tal que al parecer la mayoría todavía no se ha dado cuenta.
El minuto de silencio sí es una costumbre nacida en el seno de la civilidad. Sin embargo, no lo es el minuto de silencio por las víctimas. Hace siete años Javier Sicilia abrazó a la nación adolorida y visibilizó a las víctimas. Llamando al minuto de silencio por las víctimas, Sicilia permitió que escucháramos el eco de la soledad, la resonancia del llanto, el siseo de los suspiros, la reverberación del dolor, el desierto creciente de la masacre. Javier Sicilia encabezó a cientos para recorrer la nación abrazándose, besándose, compartiendo el dolor, alimentando el consuelo. El poeta conmovió a la patria. El minuto de silencio por las víctimas fue el logro de la conmoción.
¿Qué logró Sicilia? En medio de la plaza pública, tras las palabras de los poetas, el poeta nos convocó al silencio, a reconocer la palabra ahogada. Y ahí, en el reconocimiento, a la vista de todos y en el centro de todo, Javier Sicilia renunció al poder. No fue su movimiento el camino para empoderarse. No logró el silencio para que imperara su voz. No llamó a callar para empezar a obedecer. En el silencio al que fuimos convocados, el poeta nos llenó de amor. El minuto de silencio nos susurró la necesidad de ser amados.
Siete años después, el desprecio. La furia invadió el silencio. La crueldad apuñaló en la otra mejilla. Ilusionados los más con un poderoso cambio, valió despreciar al poeta. Arrastraron su silencio, lo rompieron, lo destrozaron. El zaherido poeta fue el nuevo chivo expiatorio. Llegó el momento de quienes reclaman. Llegó el momento de hacer escuchar bien y de hacer escuchar fuerte. Llegó el momento del poder. Llegó el momento de la delación y la crueldad. En un solo minuto despreciamos la nobleza por su debilidad, encantados en la fortaleza de lo vil. Lo peor es que la imagen de aquel acto público es vida interior de más de uno. ¿Hasta cuándo seguirá el engaño?
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. Hace algunas semanas comenté que a mi juicio la descentralización de las dependencias públicas tiene como motivación oculta la formación de sindicatos propios del nuevo régimen. El jueves 20 de septiembre, Morena aprobó en el Legislativo la llamada “libertad sindical”, por lo que la formación de los nuevos sindicatos estará garantizada por ley. Apúntenme ese tanto.
Coletilla. “Finalmente se han tornado, los seres humanos, en extraños, en una amenaza constante y una enfermedad que amenaza”. Guillermo Fadanelli
Sobre la luz tenue
Sobre la luz tenue
Tal vez aquella aseveración aristotélica tan compleja que lograba establecer una comparación entre la poesía y la historia en términos de su cercanía con la filosofía no pueda entenderse cabalmente si no nos preguntamos por la naturaleza de la sabiduría. Al menos parecería que, si todo se quedara en opinión, nada podría saberse sobre nada, no habría nada que la philia persiguiera. Cualquier aseveración, en dado caso, podría revelar el ordenamiento de los hechos del pasado; cualquier construcción fabulada alumbraría paradigmáticamente algún problema encarnado en los actos humanos. Claro que cualquiera puede tener su versión de la historia, pero la posibilidad de opinar no es garantía de la verdad. El conocimiento de la política puede servirse de los actos pasados, siempre y cuando no pierda de vista que la política requiere practicidad, juicio de lo conveniente en el momento oportuno. La historia no podría juzgarse bien, quizá, sin ese mismo conocimiento. Al parecer, al observar eso podríamos tener un indicio que nos oriente a reconocer cómo la representación de los hechos de manera distinta a lo “ocurrido” se acerca más a lo sabio.
El conocimiento de lo humano no proviene de la percepción. Por más refinado que sea el análisis de la forma humana, la medida del cuerpo no satisface lo que puede saberse. Al mismo tiempo, y en un sentido demasiado general, intentar conocer lo humano siempre es una empresa en el que el buscador se busca a sí mismo. No sólo busca sus motivaciones personales, la representación nítida de sus metas o la permanencia del bienestar: saber de uno es difícil porque siempre pensamos que la práxis se agota en una especie de análisis emocional. Saber de uno no es conocer la medida de lo que se puede y no tener. Saber de uno, preguntarse por uno mismo probablemente no admite una respuesta suficiente. La medicina sabe lo conveniente para ahuyentar la enfermedad, y la gimnasia, aquello que permite al cuerpo mantenerse en vigor. ¿Por qué ninguno de eso ejemplo basta por sí mismo para ser conocimiento de sí? ¿Qué clase de conocimiento es ese de efectos reflejos? No sólo tratamos de conocer lo individual dentro de lo general en la autognosis. Por eso, conocerse no es necesariamente physiologia. El ejemplo socrático que nos empuja a verlo es excelente: de nada me sirve conocer la situación del cuerpo en relación con el todo que lo rige si permanezco ignorante sobre lo que mueve en verdad al alma.
Otra directriz que abre la pregunta por la autognosis proviene de ahí: si permanezco ignorante sobre esa causa, ¿no ignoro a fin de cuentas aquello que me permite dar razón de mí mismo? El cambio en lo que nace y muere no alumbra aquello que perfila las acciones, y que hace del hombre algo tan difícil: el conocimiento de lo que nos mueve, de aquello que nos rige, se escapa a la experiencia cotidiana. El Bien es fundamento inteligible de la realidad, pero eso no implica que todo nos tenga que parecer bueno, o que lo deleznable y lo reprobable no exista. Precisamente porque es el fundamento, sería demasiado pedir que fuera por todos conocido. En ese sentido, la caverna tiene plena relación con la lentitud de nuestra vista: no se puede entender hasta no conocer el Bien. La facultad de la vista no es autónoma, pues requiere del sol, y el conocimiento, que es una actividad, requiere de esfuerzos infinitos emprendidos por la fogosidad del deseo. Los pocos destellos que recibimos nos alcanzan para configurar sombras, para que la práctica sea enjuiciada conforme a esas sombras por las cuales sentimos una fiable seguridad que los dedos simulan. ¿Se quedará el asunto en juicios morales, en más sombras y en la medida perfecta de nuestro pensamiento? La pregunta, más bien, nos acerca a la crisis excitante que despierta el rumor de lo bello. ¿Será entonces que la justicia es imposible sin conocimiento?
Tacitus
A vagar
A vagar
Andar y ver es el único requisito que debe cumplir aquel que desee ser un investigador de los asuntos humanos, mundanos y divinos. El precepto lo colocó don Alonso Quijano, el gran errabundo que buscaba desfacer entuertos y que nos muestra la doblemente dolorosa melancolía, sólo porque creemos que sus hazañas no valen nada frente al caos o la furia del sinsentido. Doblemente dolorosa, porque lo vemos caer frente al villano y no lo ayudamos; y dolorosa también, porque él nos mira sonriendo y consciente de nuestra cobardía para enfrentar el mundo: Es el único realista de la historia, ya que sabía que el miedo es un falso bien común, pues nos aleja más que unirnos. Hobbes no tiene razón al decir que la desconfianza genera bienestar. La desconfianza genera paranoicos, es decir, hombres ensimismados en hallar la razón para cazar brujas: “El mal está en los genes, en la sociedad, en el mundo”. El verdadero loco crea armas-razones para destruir a su sospechoso hermano; Don Quijote nos da auxilio frente a ese demonio.
El loco se vuelve especialista, ve resortes donde hay tendones. El vagabundo pelea contra ese absurdo en una de las más famosas batallas jamás contadas y nos narra la historia en que gobernó la llamada raza de oro. Pero el cuento es quebrantado rápidamente en el interior de una oficina en la cual se les pide a los nuevos reclutas no dejar nada en sus escritorios, pues “nunca sabemos quién está a lado nuestro”. Sabio será aquel que salga para ver y no vuelva por echar raíces en la vagancia, que, a fe mía, es una forma de la investigación científica: la heurística. Ella le llevó a decir al poeta que hay en el mundo borrachos de sombra negra y valentones y gentes que danzan y juegan.
Me pregunto a veces qué hubiera pasado si Cervantes no hubiese sacado a ventilar todo el conocimiento que ya tenía. Seguramente se habría vuelto loco. Pues he notado que lo que llamamos estrés, no es otra cosa que la acumulación de fuerzas tanto físicas como psíquicas: la constitución del hombre valeroso lo empuja al mundo. Si se queda, todas esas fuerzas se transforman en espasmos o tics nerviosos. Si don Quijote no hubiese salido quedándose en casa su vida habría sido miserable, por guardar para sí lo que sabemos que dio al hombre: un gran ejemplo de humildad y amor fraterno.
Fue humilde porque cultivó su gustó por la lectura, que aunque era muy refinado, no dejaba de leer hasta los papales de la calle. Esto quiere decir que buscaba en todos lados con la fascinación de un niño, pero preocupado como un sabio. Predicaba con el ejemplo y no desde la cátedra o desde la oficina, Quijote, hazme un sitio en tu montura, es lo más humano que podemos pedir, si queremos investigar con verdadera vocación.
Javel
Crisis gatopardianas
Fácil es perder lo poco que se tiene cuando de antemano se da todo por perdido. En ocasiones los tiranos buscan la aceptación de aquellos sobre los que posan sus garras al exhibir como peores las condiciones que ya se estaban viviendo y al culpar a otros por algo que ellos mismos fueron ocasionando por debajo del agua, el juego consiste en mostrarse después como salvadores únicos de la crisis ocasionada.
Julio César provocó una guerra civil que dividió a Roma, después inició guerras en el exterior para unificar al pueblo que ya había dividido, pero no fueron tan fuertes como para preservar su vida.
Julio César buscaba ser rey después de nombrarse dictador vitalicio, y aunque tres veces rechazó la corona que le ofreciera Marco Antonio, tres veces confirmó las sospechas de quienes defendieron a la República, entre ellos su adoptado hijo.
Julio César murió en el Senado a manos de sus compañeros, la muerte la causaron las catorce puñaladas y la traición que él mismo le hizo al pueblo. En la guerra civil difícilmente se distinguen el amigo y el enemigo.
Algunos tiranos, seguidores del César, ocasionan crisis, a veces inician sólo con el nombre, buscan con esas crisis afianzar su poder, lo malo de todo esto es que limitan su existencia sobre la tierra y dejan la crisis ocurriendo en ella.
Huele a cadáveres y banca rota, huele a nuevos regímenes gatopardianos, que mantendrán las cosas en mal estado para los pobres ciudadanos, ya sea de Roma o de algún otro Estado.
Maigo.
Frases contundentes
Hay frases que de tanto escucharlas se usan como verdaderas; les llamamos clichés. Hay otras frases, repetidas y de un origen difícil de ubicar, que intentan clarificar algún aspecto del alma humana; les llamamos refranes. ¿En qué se diferencia un cliché de un refrán? Además de que los refranes son metáforas o analogías tan buenas que todos podemos entenderlas, el refrán explica; el cliché simplifica. Cuando escuchamos que alguien dice “al nopal namás lo van a ver cuando tiene tunas”, perfectamente entendemos la conveniencia que anida en las personas, pues sólo cuando alguien tiene algo dulce, algo que sirve o complace, es cuando las personas lo frecuentan; el aspecto áspero o sencillo de una persona es complejo de valorar, quizá por eso pocos o nadie busca al simple nopal. Quien tiene en claro lo anterior, podrá imaginar qué puede esperarse de alguien que recientemente lo frecuenta. El refrán aconseja.
El cliché es dicho como si se estuviera escupiendo una verdad amarga, como cuando alguien afirma “todos los hombres son iguales”. Podría parecer un consejo, inclusive podría parecerse al refrán mencionado porque pretende definir un aspecto de las personas (específicamente del género masculino), pero no deja espacio a la duda, a pensar que, aunque muchos hombres sean egoístas, existen quienes no lo son. En el refrán, al menos el nopal podía ser buena persona, inclusive podríamos pensar que mientras nadie busque desmedidamente a una persona, sus intenciones son sinceras. El refrán se refiere a una situación en específico, por eso la explica. El cliché pretende abarcar todos los aspectos posibles; en esa generalización se pierde y anula todo su sentido.
Pensemos otro cliché: “las personas nunca cambian”. Éste generaliza más que el anterior, pues ahora se incluyen a todos los géneros. Su sentido, por lo tanto, es mucho más vago y oscuro, ¿no cambian en cuanto a sus aspectos perversos, en cuanto a sus defectos o en cuanto a sus cualidades más generosas?, ¿la obviedad de la permanencia de los defectos no permite que dudemos del sentido del cliché? No deja posibilidad alguna a la educación para que cambie a las personas; de manera análoga, tampoco la religión podría hacerlo. Pero lo único obvio es la falsedad del cliché; la simplificación del cliché. El cliché es tan obvio que nada explica.
Yaddir
El Poder de la Mente y el Desarrollo Holístico
por el Docto Geovanni Castillo
Hace aproximadamente unos 325 billones de años, el universo estaba compactado en una gran esfera material. En ella, se encontraba la más prístina quintaesencia de todo lo que es y de todo lo que estaba por llegar a ser. Un buen día todo cambió, y toda la energía concentrada en el centro del universo hizo salir disparada toda la materia concentrada hacia todas las direcciones habidas y por haber. A esta situación, todos la conocemos como el Big Bang, o la gran explosión. Ahora, esto no es nada nuevo, de hecho, es tan viejo como la vida misma, como el ser o el existir, que son dos cosas distintas entre ellas pero necesarias la una para la realización de la otra. De la misma manera, la materia es necesaria para que exista el mundo, los pensamientos y por ende… la felicidad.
Si no somos, no podemos existir, eso es algo más que evidente. Así que es este punto inicial, en el que la existencia y el ser se conformaron en uno mismo. Todas las cosas gigantescas. ¿Sabían que la superficie de Júpiter es de 61,42 miles de millones km²? Bueno, ahora que lo saben, quiero que se esfuercen en hacer el ejercicio de imaginar objetos mucho más grandes. Porque, a lo mejor no lo saben, pero el Sol es mucho más grande que Júpiter, y aquél es una estrella mediana, dentro de las que podemos observar desde aquí. Intenten imaginar por un momento el tamaño de lo que nosotros llamamos el espacio exterior, mismo que contiene toda la materia que explotó en el Big Bang y que se creó a partir de éste. El Ser, fue lo que terminó por dar forma al espacio exterior, y todo lo que cabe en él. Los invito de nuevo a hacer el esfuerzo por imaginar, toda la materia posible de la existencia. Desde el átomo más pequeño de entre todos los átomos, hasta la estrella más brillante y magnánima que ilumina a todos sus errantes vecinos. Toda la materia posible.
Si lo están haciendo bien, no tendrán que esforzarse mucho para llegar a maravillarse con la idea. Verán, somos pequeñitos, somos unidades de materia, conjuntos perfectos de átomos que funcionan de manera tal que podemos percibir nuestro entorno, experimentar, pensar y comprender. Pero sobre todo vivir. Vivir. Les voy a contar una de las cosas que se cuenta del gran pensador sociólogo Max Weber. Durante su larga vida asistió a muchos funerales, pero siempre llegaba tarde. Incluso, en una ocasión él tenía que dar el elogio fúnebre, ¡y llegó tarde! Cuando le preguntaron por qué llegaba siempre tarde a los funerales, él contestó “porque para los muertos, la tardanza no significa nada”. Piénsenlo. Es gracias a esta combinación fantástica y prácticamente imposible de átomos que el Ser pudo poner en marcha con esta primera explosión, toda la existencia, y el futuro. Es gracias a este primer estallido de vida, que están ustedes sentados aquí en este momento, y estarán en donde quiera que se encuentren dentro de un par de años o de décadas. La vida, ya lo demuestra la biología, no es otra cosa que una combinación perfecta de varias secuencias de movimientos de la materia primígena que nos conforma. Dicho de otra manera, la vida, se da de maneras distintas dependiendo la combinación de nuestros átomos, es por ello que hay seres humanos, perritos, gatitos, y gatotes como los leopardos. A esta secuencia la hemos descubierto gracias a los avances de la ciencia, y se le da el nombre del genoma. Que no es otra cosa que la estructura y composición de nuestro ADN. Es el mapa original de cómo debe estar conformada nuestra materia para que nosotros seamos tal y como somos. ¿Saben qué decía el descubridor del ADN? “La gente dice que los científicos jugamos a ser Dios. Yo respondo: pues si no somos nosotros lo científicos, ¡¿quién más lo va a hacer?!”. Por supuesto, si esta configuración se mueve aunque sea un poquitito, el resultado del ser vivo, es otro. ¿Sabían que el ADN del ser humano se parece en un ochenta por ciento al de un plátano? Esto, tiene mucho sentido si lo piensan. No porque parezcamos plátanos, sino porque tanto el plátano como nosotros tenemos la misma materia primordial de la que está conformado todo el universo existente y por existir. ¿Cuál es la diferencia? Una pequeña variación en la composición o el ritmo de las combinaciones de nuestros átomos. Nada más y nada menos.
Los animales, son seres vivos, de ello no tenemos la más mínima duda así como también son los árboles y las plantas y las flores y los frutos. Siguen el ciclo de la vida que la ciencia ha descubierto: nacen, crecen, se reproducen y mueren. Nada más y nada menos. Lo mismo hacen las culturas y las civilizaciones. Pretendo llamar su atención, y esto es por la importancia que conlleva esta situación, a los pequeños cambios que se dan en el código genético que tienen las personas. Si bien las bananas tienen una similitud del 50% al código genético de los seres humanos, es muy sencillo darse cuenta que entre una persona nacida en España y una persona nacida en Escocia, la diferencia es micronesimal. Esto, viene a demostrar varias ideas que han ido proliferando en la actualidad. Como la igualdad de derechos entre los hombres, la globalización, y el libre mercado. Las diferencias entre nosotros (entre nuestra materia original) es muy pequeña, ¿por qué debería cambiar tanto las costumbres, los modos de gobernarnos o los derechos? Pueden darse cuenta de por qué estas ideas no podían nacer antes de que la ciencia nos enseñara la esencia de nuestro modo de ser.
Ahora que sabemos que hay diferentes modos de vida, ya no nos impactamos, de algún modo ya lo sabíamos sólo que no lo habíamos entendido. A estas alturas de la humanidad ya nadie se sorprende de que una mosca vuele y que al mismo tiempo esta mosca sea un ser vivo, aunque sea mucho más pequeña que nosotros, y de la misma manera tenga una composición distinta de todos sus átomos y de su materia (o dicho de otra manera, tenga un cuerpo distinto al nuestro). A nadie le sorprende, que los seres vivos tengan cuerpos distintos entre sí. Así como los perritos que son de distinta razas, los chihuahueños y los xoloscuintles no se parecen entre sí, sin embargo, ambos son perros, y ambos, a su vez, son seres vivos. El cuerpo no es un factor determinante a la hora de aceptar un ente como ser vivo. ¿Por qué? Sencillo, porque sabemos que todo cuerpo está hecho de materia primordial configurada de tal o cuál manera. Si no nos sorprende que una hormiga, una pulga o incluso una bacteria, virus o estreptococo, sea un ser vivo, ¿por qué habría de sorprendernos pensarlo al revés? Es decir, que haya vida de tamaños mucho más grandes. Por ejemplo, los dinosaurios. Sí, es cierto que ya se extinguieron, o eso se cree, aunque hay algunas corrientes que afirman su existencia en el fondo del océano. De cualquier manera, todos sabemos que los dinosaurios eran seres vivos gigantescos, del tamaño de rascacielos. Y esto no sorprende a nadie. De la misma manera, podemos darnos cuenta de que los árboles, son inmensos, hay algunos en el corazón del Amazonas, que han sido medidos por helicópteros y llegan a alcanzar hasta 80 o más metros de altura. Si alguien dijera, en la actualidad que el tamaño importa para saber si algo es un ser vivo o no, todos nos burlaríamos de él, porque a final de cuentas lo que importa es su composición material. Es decir, el modo en el que se conforman sus átomos. Así mismo, no veo ningún problema con pensar un poco más en grande. ¡Imagínense a niveles gigantescos como los de los planetas!
Recordemos de nuevo a Max Weber: pensemos mucho más allá. Como él solía decir, “los especialistas sin espíritu, los sensualistas sin corazón, son una nulidad que imagina que ya llegó a un nivel de civilización nunca antes alcanzado”. Yo los invito a que recuperemos el espíritu, el corazón, y vayamos mucho más allá. Salgamos de la caja, como se acostumbra decir hoy en día, liberémonos de nuestros pensamientos tradicionales, de nuestros prejuicios, de lo que nos enseñaron en la primaria y bachillerato. Comencemos a tratar a nuestro planeta como lo que es, un ser vivo que nos estamos acabando día con día. Es nuestro deber darnos cuenta que lo estamos llevando poco a poco a la destrucción, como si fuésemos una suerte de microorganismos nocivos. A lo mejor les puede parecer un poco gracioso, pensarnos como microorganismos, pero a final de cuentas eso es lo que somos comparados con el tamaño que tiene Júpiter, el sistema solar, la galaxia o el cosmos. ¿Por qué sería ridículo pensarlos como seres vivos?
Como les decía hace unos momentos. Toda la materia estaba concentrada en la esfera original. En ella, no importaba la conformación atómica, ni el ritmo, ni el exceso o las carencias que después vendrían a formar los cuerpos y los seres vivos. Es decir, toda la materia que ahora flota por el espacio exterior (incluido el mismísimo espacio), por el cosmos infinito, era una sola. Como la vida, que no se da dos veces. Como las mejores cosas en la vida. Los invito a pensar esto por unos minutos, quiero que se den cuenta de que todos ustedes y yo, estábamos allí en el mismo lugar, confundidos, co fundidos y compartíamos la misma materia que sus nietos por venir y que los dinosaurios, las abejas, las hormigas, los árboles, los ríos, los mares, los planetas, las estrellas, los hoyos negros… y ¿saben qué más? la justicia, los derechos, los sentimientos, el amor. Todo era uno solo y éste comprendía todas las almas, los pensamientos, las creencias y la ideas; porque ¿qué es la mente o los pensamientos, sino micro descargas eléctricas pasando en cierta frecuencia a través de cierta configuración determinada de materia? Lo que quiero decir con esto, es que todas las configuraciones posibles y toda la electricidad, y toda la energía posible estaba concentrada en esta materia originaria. ¿¡Cómo no iba a explotar con tanta cosa allí metida!?
Quiero crear consciencia el día de hoy en ustedes, consciencia sobre ustedes y sobre este mar inmenso que es la existencia en la que tan descuidadamente habitamos día con día. Quiero, por principio que se fijen en una ley científica aceptada desde hace ya varios cientos de años y que ninguno de nosotros ponemos en tela de juicio. La materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Sencillo, ¿no? Todos lo hemos visto, todos lo podemos probar en cualquier momento que se nos antoje. Por ejemplo, si prendemos fuego a un cabello nuestro, la materia que lo conforma se tornará algo distinto. Ese cabello, no dejó de ser, se transformó. ¿Cómo sabemos eso? Sencillo, nuestros sentidos siguen captando lo que quedó de su esencia, y nuestra memoria lo que quedó de su ser. Lo mismo sucede con el entorno en el que viven día con día, agreguen un poco de calor, y el aire no será tan sencillo de respirar, o agreguen un poco de frío y éste hará dolorosa la labor cotidiana del respirar, cambien una actitud con uno de sus amigos, y todo el ambiente se sentirá diferente. Todo en la naturaleza es mutable, y puede ser transformado si se le aplica el estímulo correcto. Voy a insistir, no quiero que se me pierdan en el camino. La materia primera, esta esfera gigantesca en la que estaba concentrado todo (amor, odio, felicidad, hambre, gozo, salud y enfermedad) se transformó. Se movió, dejó de ser La Unidad del todo y comenzó a ser su multiplicidad. Pero, esto, no hizo que la esencia se cambiara. Un cabello, por ejemplo, mantiene su esencia incluso si se le quema. Y éste es un aroma muy particular, varios de ustedes seguro lo conocen. Es por eso que a los perfumes se les conoce también como esencia. Porque mantienen la esencia de las cosas.
Una vez que he insistido tanto en esta materia primera, y que los he guiado por el difícil proceso de cobrar consciencia sobre lo cotidiano, sólo me resta mostrarles para qué sirve este conocimiento. Porque conocimiento que no sirve, es conocimiento muerto, inútil. Hay que ponerlo en práctica, hay que hacer que nos beneficie. Si han seguido con atención mi discurso, podrán darse cuenta de que todo lo que estaba contenido en la esfera primordial, es, en primer lugar, parte de lo mismo, y en segundo, es susceptible a la transformación. Es decir, lo podemos cambiar por otra cosa, podemos moldear su materia, extraer su esencia y realizar un producto que satisfaga una necesidad o una carencia. La ciencia es un bendición que ha traído al hombre el poder de la transformación, y nada necesitamos más desesperadamente en nuestro país al día de hoy, que una transformación cultural. Necesitamos usar el poder del pensamiento para aprovechar al máximo las ciencias sociales. El poder de hacer con la materia humana algo provechoso está a nuestro alcance. ¿Qué mayor provecho que utilizar nuestra materia para ser felices?
Antes de abordar el tema, voy a hacer un poco de hincapié en esta situación. Podríamos pensar, “bueno, ¿de dónde sacamos la felicidad, o de dónde vienen los sentimientos?”. La respuesta es que vienen de esta esfera primordial. Allí estaba, como ya dije, contenido el todo. Luego entonces podemos tener acceso a la felicidad, a la tristeza, a todos los pensamientos o ideas o creaciones habidas y por haber. Porque nosotros estamos hechos de la misma materia que el Todo. Esto demuestra que no hay límite para el ser humano, más que el límite de su imaginación. La cárcel al rededor del libre pensamiento, que nos impide crecer, expandirnos y ser tan grandes como el universo mismo, la construimos nosotros. En veinte años el ser humano mira hacia cielo mayor porcentaje de tiempo que cualquier otro ser vivo durante toda su vida. ¿Creen que esto sea coincidencia? Llevar nuestra consciencia a un nivel extra corporal. ¡Ojo!, no “extra material”, porque todos estamos hechos de la misma materia, pero con distinta configuración. Nuestra consciencia es parte, además, de la gran consciencia que estaba involucrada en la esfera primordial, por lo que nos permite explicar el porqué la materia está llena de vida. Toda la materia no es un pedazo de masa flotante, inerte, carente de propósito y de destino. No, si la materia fuera así, nosotros no podríamos conocerla, estaríamos flotando como ella sin tener consciencia de nada. Es justo porque toda la materia participó de la consciencia absoluta, que nos es posible a nosotros conocerla y a ella conocernos a nosotros. ¿Cómo se logra esto? Es mucho más sencillo de lo que suena. De veras: sólo debemos entonar el ritmo de nuestra consciencia con el que posee el resto de la materia a través de nuestras energías vitales (nuestros sentidos y percepciones extrasensoriales).
La materia y las emociones, están íntimamente ligadas, se necesitan una a otra como el vaso al agua. Una permea la forma de la otra, mientras que esta última le da la posibilidad de transformarse para seguir creciendo. Ya que sabemos que las emociones y la materia son parte de la misma cosa, entonces podemos darnos cuenta de que éstas son susceptibles también a la transformación. Es decir, nos es posible, una vez concientizados de esto, transformar la ira en amor, el rencor en perdón, la tristeza en jovial alegría, la corrupción en democracia verdadera y la amargura en felicidad. No hay imposible para el ser humano, ¡no hay límite una vez que ha vencido la barrera de sus propios temores!, una vez que ha cobrado consciencia de que se puede crecer más allá de nuestro cuerpo e integrarnos a este Ser que constituye el cosmos y todo lo que habita en él, porque estamos hechos, a final de cuentas, de la misma materia.
Por supuesto hay una pequeña condición para que esto suceda. Es nuestro deber cuidar la vida. No solo la nuestra, sino la del frágil ecosistema que estamos destruyendo. En alguna ocasión participé de una ponencia en la que una de las expositores, lanzaba la pregunta al público acerca de cómo era posible terminar con el virus causante del Síndrome del Inmunodeficiencia Adquirida. Por si no lo saben, es el SIDA. Y un audaz chico, poco más joven que ustedes, proponía que lo que se debía hacer para terminar con este virus, era aniquilar al organismo anfitrión. Es decir, terminar con la vida de la persona infectada. Así nosotros, como el SIDA, estamos terminando con la vida del planeta que nos da la posibilidad de ser quienes somos. Necesitamos, en primer lugar, mantener en buen estado nuestro ambiente. Es mucho más sencillo que te enfermes si vives en condiciones insalubres a que consigas una enfermedad si habitas en un lugar higiénico. ¿Sí sabían que es más sencillo contagiarte de algo dentro de un hospital? Porque ahí, están encerrados todos los microorganismos causantes de enfermedades.
Si empezamos a cambiar nuestros hábitos, podemos hacer un cambio gigantesco a nivel global. Solo debemos aportar nuestro granito de arena. Recuerden que la tormenta más estruendosa y destructiva está conformada de una multiplicidad de insignificantes gotas. Una vez que comenzamos a poner en orden nuestro planeta, podemos ir yendo de mayor a menor, mejorando la limpieza de nuestra ciudad, comenzando por nuestra colonia, separando la basura y haciendo el reciclaje un trabajo más ameno. Terminando, pues, por poner en orden nuestra habitación, nuestro hogar, nuestra cocina y nuestro baño. Y finalmente, limpiaremos las acciones de nuestros servidores públicos. Porque recuerden que están al servicio de nosotros. Todo debe estar completamente salubre de manera que podamos mantenernos saludables el mayor tiempo posible. ¿Sí ven por qué? La razón es sencilla. La causa principal de que la felicidad entre en nuestras vidas, no es otra cosa que la salud. Nada en el mundo es feliz estando enfermo, ni siquiera nuestro planeta Tierra.
¿Saben cómo le dicen a la madre Tierra en Rusia, padre Tierra. ¿Y cómo vamos a conectar nuestra consciencia con una mayor, con una del tamaño del planeta o de nuestro sistema solar, si nuestro primer obstáculo es justo la salud del planeta? Nuestra misión es cuidar de nuestro cuerpo. Cuidar de nuestra materia. Ya lo dicen los antiguos griegos, y los versados en el tema conocerán la máxima Olímpica de “mente sana en cuerpo sano”. Esto no es gratuito, no podemos ser felices, si tenemos un cuerpo enfermizo, si nuestra materia está decayendo, corrompiéndose y transformándose en algo que promueve las energías negativas del cosmos. No podemos estar sanos si comemos alimentos transgénicos, alterados, artificialmente manipulados por técnicas que no respetan el regalo de vida de nuestra madre Tierra. ¿Sabían que las personas que llevan una mala alimentación son más propensas a estar enojadas o deprimidas? ¿Por qué? Sencillo, el cuerpo necesita matenerse estable, sano y con los nutrientes necesarios para poder crecer en la mejor de las maneras. Esto es un hecho que las grandes corporaciones pasan por alto a la hora de posicionar sus productos nocivos en el mercado internacional, que la industria de manera egoísta olvida, que la ciencia con su hambre de dominio obvia arrollando nuestra conexión con el ser absoluto. La mejor manera de crecer es aquella que le permite a uno ser fuerte, engendrar a niños con suficientes anticuerpos, aquella que le permite respirar, oxigenar cada célula de su ser, de manera que todas ellas puedan funcionar siendo la mejor versión de ellas mismas. ¿Alguna vez les ha faltado el aire o se han desmayado? ¿Han intentado tener una idea o pensar mientras están teniendo problemas para respirar? Se podrán dar cuenta de que la falta de oxigenación impide que las ideas afloren. El cuerpo, nuestra materia sabia como la misma Naturaleza prioriza la supervivencia a otras tareas menos útiles en ese momento. De nada nos sirve comprender el teorema de Pitágoras cuando estamos a punto de quedarnos sin oxígeno. Nuestra materia, sabia, actúa de inmediato y busca la salud, nuestra mejor configuración de manera tal que la vida siga creciendo, cultivándose dentro de nuestro cuerpo. Los exhorto a comportarse como la materia, a no quedarse solamente en la mediocridad, a ser pura acción pensante, a adoptar en nuestra propia piel la sabiduría que traemos desde el Big Bang. Somos seres de acción, seres activos, seres diseñados para trabajar, para mantenernos en constante perfectibilidad. Para hacer crecer nuestra sociedad bajo leyes justas, bajo un trato igualitario, con las mismas oportunidades de desarrollo para todos, porque a final de cuentas todos estamos hechos de la misma materia estelar.
A estas alturas podemos darnos cuenta de por qué no se puede ser feliz si no gozamos de salud. Y que la verdadera felicidad reside en el buen cuidado de nuestra materia y de la que nos rodea. ¿Qué hay que hacer? Comer bien, descansar bien, cuidar nuestro cuerpo porque es allí donde reside nuestra alma, nuestro espíritu, nuestras ideas y nuestras memorias. Es nuestro cuerpo el que debe buscarse expandir, crecer, sano, fuerte, de manera tal que pueda oponer la mayor resistencia a los obstáculos, a la enfermedad, o a la muerte. Nada vive tanto tiempo como las estrellas. Debemos aprender de ellas. Progresar con brillo propio, marcar la diferencia, ser una guía para los que vienen detrás, perdidos en este mar de injusticia, pero que nos necesitan. Debemos retomar consciencia de aquél divino primer momento de existencia, donde todos éramos uno y donde participábamos de todo el amor y la felicidad del universo. Necesitamos dejarnos llevar por nuestra verdadera naturaleza humana, y hacer crecer nuestra materia, reproduciéndonos, construyendo músculos, huesos fuertes, enlaces neuronales sólidos y pulmones limpios; la mejor manera de vivir y de ser felices, consiste en cuidar nuestra salud, y por ende nuestra supervivencia a toda costa.
FIN… FIN… FIN.