Mutis

No sé ustedes, pero yo siempre imaginé que el fin del mundo llegaría con bombo y platillo. Ya saben, los ángeles abriendo las entrañas del Cielo, con el sonoro estruendo de sus metales. Dios alumbrando con su Gloria el oscuro pecado que se posa como neblina sobre la vida de los hombres miopes.

Yo sé que a estas alturas, de nada sirve, y que aunque la Biblia hubiera tenido razón con toda esta faramalla del Apocalipsis, de nada hubiera servido. A veces creo que la idea de todo el espectáculo del fin del mundo, no fue culpa de el buen libro, sino más bien de la naturaleza. Ya saben, la enfermedad que nos asecha agazapada y que una vez que nos posee, es tan necia como el peor de los jugadores.

Es común, entre los hombres enfermos, padecer dolores terribles, y eventualmente rendirse ante la Necesidad. Esto, causa mucha expectativa, distracción, y si me lo permiten decirlo, morbo y tema de conversación. Tal vez esto fue lo que nos distrajo de la verdad fundamental, que, de haberla sospechado antes, tampoco hubiera hecho diferencia alguna. Lo necesario, es así aunque no nos guste.

Quién hubiera pensado que el fin del mundo es simplemente silencioso, carente de señales, signos y advertencia, que solo acontecería, de un segundo a otro, sin avisar; sin permitirnos siquiera concebirlo, a veces suelo pensar que la Muerte en su permanente e incansable suceder llegó a tener más sentido que este acontecimiento global. Insistir en este tema parece un tanto absurdo a estas alturas del partido, pero, ¿qué más puede hacer uno para mantener la cordura durante la eternidad, sino repasar lo sucedido una y otra vez hasta hacernos creer a nosotros mismos que hemos encontrado una explicación?