Evocación

Evocación

La intimidad radical no es la soledad más profunda, sino la entrega total. No la entrega a una causa: las ideologías sirven muy bien para mantener intenciones de actividad, interpretaciones del mundo que satisfagan los planes y opiniones que nos atrevemos a manifestar; tampoco el abrazo del andrógino que cura la sed mítica de unidad. Lo íntimo se difumina en las flaquezas para la entrega. Quizá la intimidad amistosa sirva para alentar la lengua de fuego que hay en el alma: los abrazos amistosos nos revelan en la sinceridad el secreto de lo reconfortante, que no puede ser el polo opuesto de la recriminación, sino su acompañante. La intimidad parece soledad porque no sabemos hablar, porque el órgano distintivo del hombre es el que más amor requiere para su uso pleno. La reclusión no produce la ausencia del género humano, porque basta abrir la ventana para difuminar esa ilusión que nos imponemos para la tranquilidad. Uno piensa con facilidad que en la intimidad amistosa confesamos nuestros motivos más ocultos, nuestra profesión de fe última y fundamental. La intimidad sería, en ese caso, el pasaje estrecho y secreto que sólo abrimos cuando lo sentimos propicio. ¿Qué pasaría si en verdad el mundo está abierto ante nosotros sólo por algo que permanece impenetrable en su presencia? Lo que aparece comúnmente como apertura máxima revela su limitación profunda: calla ante lo más importante. Ante la intimidad sucede casi siempre la inmadurez asentada en nuestro corazón. No hay intimidad, a fin de cuentas, sin deseo. No hay intimidad sin razón que nos permita intimar en el deseo común. Pudiera ser plausible que la intimidad se muestre complicada no sólo porque el mundo y la costumbre lo impiden, sino porque intimar es imposible sin ese deseo. La inteligencia de la entrega consiste en el descubrimiento de lo deseable. El roce de la intimidad nos procura la certeza de la mano ajena, una mano que se extiende como palabra, que roza el aire como una gota de agua cruza el desierto de la mirada.

 

Tacitus

Olvido y justicia

Olvido y justicia

La memoria persigue al hombre: esta mínima lección que extraje del cuarto cuento de El llano en llamas me ha hecho reflexionar sobre cierta situación incómoda. La situación vino cuando me enteré hace algunos días de ¿por qué los Zetas disolvían cuerpos? Pues para no dejar rastro de sus crímenes, y eso es obvio, pero ¿por qué no dejar rastro?, bueno, pensé, porque es un mal negocio. La memoria es un mal negocio, pues implica sobornar a más personas. El único modo en que la memoria deja de acuciarnos es si la desintegramos, si la abolimos por completo del hombre. La sangre que ahora corre fuera de nuestro hermano, lleva a preguntarnos: ¿Qué has hecho?, casi siempre la voz personal es suficiente, pero si no, la voz colectiva dirá entre estertores ¿Qué has hecho?, para impedir cualquier investigación o introspección es mejor eliminar toda evidencia.

Aquel hombre en el cuento de Rulfo que huye por haber matado a una familia entera, los Urquidi, va escondiéndose de su perseguidor, quizá de su único juez, el recuerdo. El temporal es de sequías, hay espinas y hiervas que lastiman la piel, metáfora de que es un recuerdo malo quien lo persigue o quizá la venganza. El recuerdo como bien sabemos es una marca en nuestro haber, una herida viva, punzante, casi siempre consciente. “Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; se ha de ver como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento.”, el hombre de Rulfo es cainita. ¿Qué inicia la historia de estos hombres, la justicia o la venganza? Sea cual sea, vemos que este hombre no puede negarse su pasado, no disuelve a su perseguidor. El ansia lo carcome, ésa es su marca y su verdugo. El ansia de escapar o ser juzgado; vive sin querer vivir, pues sabe lo que hizo pero no quiere recordarlo. “Se conoce que lo arrastra el ansia. Y el ansia deja huella siempre.” Cualquier acto que haga ahora, después del delito, es indicio de querer escapar. Para un desesperado sólo la muerte o la locura quedan. Él se dará razones durante el camino, “No debí matarlos a todos… Después de todo, así estuvo mejor. Nadie los llorará y yo viviré en paz.” Esta paz es la de un desgraciado, un no hombre, ya que no puede compartir su pasado ni el presente: parece un fantasma, pues cuenta entre lloros que tuvo hijos y que su tierra está muy lejos, pero ni su nombre declara.

Su desgracia se nota más cuando al encontrar al borreguero, el asesino le pregunta si los animales son suyos, “No, son de quien los parió”, contesta el pastor queriendo compartir una broma. El asesino no ríe, está hambriento, ya que se ha tenido que ocultar en el cerro. Regresó a la naturaleza por su crimen, pero este retorno no lo hizo feliz. La posibilidad de compartir la sonrisa y la felicidad siempre pende del hecho de que ambas son públicas. Él regresó exiliado al estado de las necesidades básicas, pero cargado de culpa. El asesino se burla de sí en su tabuco, pero no comparte con nadie el pan ni la dicha. Quiere morir o lavar su culpa, de ahí que se arroje al río varias veces.

Para poder compartir con otros la injusticia hay que convertirlos en criminales. El crimen organizado a eso se dedica, la investigación de Vice news da cuenta de cómo después de destruir las casas de los Garza (cómplices del crimen) los Zetas llaman a la población para que saqueen lo que queda. Si a la justicia no se puede ir, sólo queda el olvido y la venganza. Es peor cuando la justicia quiere fincarse en el olvido. Para el criminal gracias, hay puerta para reincidir, para el afectado, miedo y furia. Pero la injusticia no son casos aislados, hay un deber incluso con quien no conocemos. En el cuento, quien mata al asesino es el único sobreviviente de la matanza original (todo lo mueve la venganza: el recuerdo herido), este hombre piensa en su recién nacido que también fue asesinado, pero “ni recuerdos tengo de ti” dice al hijo muerto, y sin tener recuerdo hizo el rito fúnebre, también le dio sepultura. La vida mancillada es motivo suficiente para hacer justicia.

¿Cómo perdonar cuando la justicia es sacramento del caprichoso mesías? Perdonar al corrupto viene a ser una forma de ganar adeptos; pero al mismo tiempo, la corrupción vista así, vuelve públicas a la injusticia y el olvido. No podemos ser cómplices ni dejar que se nos inculpe.

Javel

Para gastar después

El dos de octubre no se olvida, ¿tendrá su culminación en el primero de diciembre que quiere olvidar a quienes soliviantaron la impunidad?

Otredad

Lo doloroso de las burlas es que suelen ocurrir por defectos verdaderos. Y bien decía un sabio de lejanos tiempos que no hay encuentro más terrible que el que ocurre ante el espejo

Encontrarse consigo mismo no suele ser ni agradable ni placentero, pero cuando el espejo es la risa del otro, más doloroso es el encuentro.

Maigo

Sobre las democráticas redes

A veces, sin querer, me gusta escuchar conversaciones ajenas. En ocasiones son tan sabrosos los diálogos de los demás que invitan a que los extraños participen y discutan como si se tratara de un debate público. ¿Por qué si no están hablando de eso (cualquier tema) en el transporte? Por algo éste es público. Si no quieren ser escuchados ni interrumpidos deberían tomar un taxi o irse a una cafetería en una zona libre de interrupciones. Claro, alguien me podría objetar que las condiciones del transporte público son pésimas y no dan el espacio ni la privacidad adecuada para conversaciones inaplazables. Pero ese objetador (¿por qué en español no tenemos registrada la palabra objete como sustantivo para distinguir a aquellos que objetan si parece ser tan precisa?) no aprecia ni tiene el gusto por una buena conversación ajena. Además, si hablan de cosas de dominio público, como la familia, los amigos, el amor, ¿por qué resulta inadecuado entrometerse? Pero algo me detiene a interrumpir pese a lo común de los temas. Aunque tenga una opinión a punto de saltar de mi lengua no dejo que salga. Quizá sea el no querer interrumpir a los interlocutores, pues nada hay tan fastidioso como ser detenido cuando una idea comienza a tomar buena velocidad.

“El diálogo convoca a la democracia”. Fue una buena frase que atrape en una de las tantas conversaciones dejadas al aire. Lamentablemente el resto de la conversación era tan repetitivo como el aire. Pero la frase comenzó a rondar en mi cabeza hasta que uno de los interlocutores dijo que ninguna herramienta posibilita el diálogo tanto como el internet. En ese momento más que querer interrumpir al interlocutor quería darle un zape para ver si así se le ordenaban las ideas. Preferí dejarlo que continuara, si no, quizá yo hubiera sido el revirado, y todo por andar de objete. Su argumento sugería que ningún lugar nos posibilitaba tanto conocimiento (político y de las personas) como el internet; ahí se podían encontrar libros, noticias, disertaciones y miles de puntos de vista. Por un momento me convenció la idea; pensé “qué bueno que no objeté”. Pero la idea era limitada, pensé, mas no por ello me puse a objetar, pues en las redes el usuario difícilmente se compromete con lo que escribe; no hay ninguna clase de filtro, ni una sola autoridad a la cual responder si se dice algo falso, medio cierto, escandaloso o grosero. En consecuencia, las opiniones lanzadas a las redes y a sus fieras podrían con mucha facilidad no ser la verdadera opinión de los usuarios. Esto nos hace dudar ¿para qué opina las personas en las redes?, ¿buscan solidificar la democracia?, ¿buscan socavarla al propalar opiniones desvinculadas de los opinólogos (otra palabra cuya precisión hace falta registrar en la RAE)?, ¿simplemente buscarán entretenerse, como cuando ven un meme, cuando opinan? Si no se sabe para qué teclean los billones de usuarios en redes, no puede haber consenso, ni siquiera disenso; no hay democracia posible.

Yaddir

Buda

A la sombra de un árbol

buda iluminó

la eternidad.

Gazmogno

Posada

No me vas a creer lo que me pasó. Venía yo en la micro de regreso a casa, cuando se detuvo un momento en una calle que celebraba una posada, de modo tal que cedió espacio a un coche que venía en contra sentido. Sin mayor aviso el hervir de gritos llamó mi atención hacia la puerta de una casa. En el interior se vieron correr unas treinta personas apresuradas a salir por la estrecha puerta que a modo de embudo impidió que la marabunta humana se esparciera como ratas de barco. Todos gritaban y corrían detrás de un hombre, que no se defendía, ni huía; estaba ausente, macabra y sencillamente ausente rodeado de una turba enfurecida. Una mujer, lo condujo a prisa a la salida, tratando de ponerlo a salvo de los demás. Una vez en la calle, con un montón de gente gritándole maldiciones y obscenidades, la mujer comenzó a regañarlo: ¡¿Para eso querías venir a la posada!? ¡Era la sobrina de doña Rebeca!

Gritaba indignada y fúrica, parecía como poseída por el espíritu de algún demonio olvidado. Su voz era tan estruendosa que se siguió escuchando todavía a unas cinco casas de distancia, una vez que el microbús se alejó dejándome en la duda de lo que había pasado.

El artificio de la perfidia

El artificio de la perfidia

 

Siete cuentos morales es una obra maestra. El sexto de sus capítulos, intitulado “Mentiras”, exhibe en la acción y la palabra el problema de la integridad. Integridad problemática en la acción humana. Integridad problemática en las palabras de los hombres. Problema de la integridad desde la forma misma del capítulo. Coetzee integra perfectamente la imposibilidad de la integridad exhibiendo el artificio de la perfidia.

         “Mentiras” se compone de tres partes. La sección central es un diálogo, los flancos son cartas. Los personajes del diálogo son Elizabeth Costello y su hijo. El remitente de las cartas es el hijo de la novelista australiana y el destinatario es la esposa del hijo. El diálogo es el tema de ambas cartas. El diálogo alimenta las cartas; por las cartas entendemos el diálogo. La comprensión integral del capítulo depende de lo silenciado en las tres secciones. Si hay integridad, silenciar debe ser posible.

         La primera carta nos informa que el hijo visitó a la afamada escritora en su choza española tras una caída que deterioró la salud de la anciana. Por el hijo sabemos del estado de salud de la Costello, de la genuina intención de su visita y de su disposición ante la madre y la esposa. Respecto a la madre, el hijo ha de operar tácticamente para plantearle la necesidad de internarse en una institución en que administren su vejez; el hijo sabe que para salvar la integridad de su madre necesita mentirle. Respecto a su esposa, el hijo ha de presentar la gravedad de la situación de su madre, al tiempo que ha de disimular lo central de la situación. ¿Por qué disimular ante la esposa? Quien coincide con el hijo y la esposa en la necesidad de administrar la vida no reconoce con facilidad el segundo disimulo: acepta la táctica ante la Costello, pero le desconcierta la táctica ante la esposa. ¿Por qué? Lo que el hijo oculta a la esposa es la presencia de los gatos en la choza española. El hijo le miente a su esposa y cubre su mentira con una referencia que, según espera, ocultará la omisión: pregunta si acaso Penélope no tenía una cama similar a la de Elizabeth Costello. La esposa de Odiseo espera en la castidad; Costello pasa sus días alejada de sus libros. En la carta, los gatos son sustituidos por los libros; la erudición suplanta a las ideas: Costello ya no puede tejer y destejer. Y la esposa, aficionada a la erudición filosófica, verá con buenos ojos la castidad intelectual a la que Costello se ha visto obligada. Para el moralista, la privación de la locura por las ideas preserva la integridad. El moralista es un realista que reconviene a los idealistas a una casta integridad. Odiseo siempre será inmoral.

         La parte dramática del capítulo presenta dos momentos en que la estrategia del hijo llega a su límite, ambos relacionados con la muerte de Costello. En el primer momento, en la preparación de la propuesta para administrar la vida, el hijo pide a la madre considerar qué hubiese pasado si tras su caída no hubiera recibido atención médica. Para el hijo, la situación límite es la falta de previsión; para la madre, la situación límite es la muerte. La incapacidad para prevenir es situación límite de quien confía en su propio poder. La muerte, por su parte, es límite no por la ausencia de poder, sino de vida. ¿En verdad podemos administrar la vida? El segundo momento, tras presentar la propuesta, se da como respuesta a los argumentos del hijo contra la terquedad de la madre. El hijo quiere presentar la gravedad de la situación de la madre, pero sin mencionar la muerte. La madre ataja: quiere la verdad sin rodeos. La muerte nunca es la verdad sin rodeos. Sólo para el realista la muerte es mera muerte. Quien cuida las ideas sabe que la muerte ataja a los hombres y que por ello el cuidado se describe con el rodeo de la preparación para la muerte. El hijo, como el realista, como el moralista, desespera por el absurdo de la madre. La perfidia es desesperación de la integridad.

         En la segunda carta, la perfidia se evita con la promesa de la integridad. El hijo escribe nuevamente a su esposa. Le cuenta la discusión con su madre, le comunica su exasperación, su sorpresa ante la verdad sin rodeos. En la carta leemos lo que el hijo no se atrevió a decir a su madre. En la carta leemos la súplica del hijo para que la esposa se comprometa con él: en su momento, allá en el futuro, no se mentirán y se dirán la verdad sin rodeos. La integridad será garante de la promesa. La promesa del realista disipa el terror de la soledad. La integridad produce la apariencia de que nunca más será posible la mentira. La integridad produce la apariencia de una comunidad segura. La comunidad del realista, perfectamente moral, es segura, pues es el triunfo de la administración en un mundo sin ideas. ¿Para qué vivir enamorado poniendo en riesgo la integridad? A veces la moral se presenta como un triunfo sobre la perfidia. A veces la peor perfidia es la integridad.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. ¡Ah, los profes! Dicen los señores del Observatorio Filosófico de México, en carta publicada ayer en La Jornada, que la estrategia contra la inseguridad se ha de complementar con la enseñanza de la filosofía. Así, junto a la militarización, se ha de enseñar filosofía desde preescolar hasta la vejez escolarizada. Según los profes, la filosofía combate la inseguridad, la corrupción, la ignorancia y la enajenación. Obvio, el anuncio se acompaña de una carta dirigida al nuevo sátrapa: los profes quieren chamba. 2. Pues sí, se modificó la ley para que Paco Ignacio Taibo II pueda dirigir el Fondo de Cultura Económica. Las fuerzas progres se dieron cuenta que la ley era discriminatoria. Curioso: la ley se propuso originalmente por las fuerzas progresistas que, tras el exilio español, quisieron garantizar que los altos puestos quedaran en manos nacionales. Qué curioso, cuando lo progresista fue bloquear a los maestros españoles nacionalizados mexicanos se promulgó una ley discriminatoria; cuando lo progresista es promover a un español nacionalizado mexicano, se modificó la ley. Pura vacilada, pues. 3. Gabriel Zaid explica los problemas del programa editorial que planea el nuevo régimen.

Coletilla. Fernando García Ramírez ha visto el futuro.