No me vas a creer lo que me pasó. Venía yo en la micro de regreso a casa, cuando se detuvo un momento en una calle que celebraba una posada, de modo tal que cedió espacio a un coche que venía en contra sentido. Sin mayor aviso el hervir de gritos llamó mi atención hacia la puerta de una casa. En el interior se vieron correr unas treinta personas apresuradas a salir por la estrecha puerta que a modo de embudo impidió que la marabunta humana se esparciera como ratas de barco. Todos gritaban y corrían detrás de un hombre, que no se defendía, ni huía; estaba ausente, macabra y sencillamente ausente rodeado de una turba enfurecida. Una mujer, lo condujo a prisa a la salida, tratando de ponerlo a salvo de los demás. Una vez en la calle, con un montón de gente gritándole maldiciones y obscenidades, la mujer comenzó a regañarlo: ¡¿Para eso querías venir a la posada!? ¡Era la sobrina de doña Rebeca!
Gritaba indignada y fúrica, parecía como poseída por el espíritu de algún demonio olvidado. Su voz era tan estruendosa que se siguió escuchando todavía a unas cinco casas de distancia, una vez que el microbús se alejó dejándome en la duda de lo que había pasado.