La retórica de Andrés Manuel López Obrador

El movimiento más astuto de Andrés Manuel López Obrador ha sido volver llamativa la política. Sus ingeniosos insultos que arroja a críticos y enemigos, sus estrambóticas y casi imposibles propuestas, la división que ha marcado entre fieles (los buenos) y quienes no lo siguen (los malos), sus aparentemente democráticas consultas, evidencian una retórica política efectiva. Lo cual no quiere decir que haya vuelto más democrática la relación entre las instituciones y los ciudadanos, ni que haya vuelto más justa la relación entre los gobernantes y los gobernados. Lo cual más bien quiere decir, tal vez, que ha sabido aprovecharse de lo que queríamos escuchar, de lo que creemos que nos falta en la política, del modo en el que estamos acostumbrados a conversar. Ejemplo del último punto lo encuentro en los cuatro sucesos más comentados de su toma de protesta: la ciclista que, según dijeron, representó a México; el reclamo representativo al vilipendiado ex presidente; los tres cadetes atractivos; y el rescate a las raíces prehispánicas. El que una ciclista se haya acercado tanto al auto en el que viajaba el presidente de México resulta sospechoso, pues pudo haber atentado contra él, eso sin contar que estaba escoltado por un grupo notable de agentes. ¿Pudo ser planeado?, ¿qué nos quiere decir si fue un plan de sus asesores? Evidentemente pudo planearse, preparar a una persona para que le dijera que él no podía fallar a los mexicanos; la planificación le permitió a la esposa de él que lo grabara. Con ello éste mostraría una apertura a las exigencias del pueblo bueno desde antes de su mandato, pueblo que no le iba a hacer nada malo, aunque tuviera la oportunidad, porque confía en su probidad. Todas las críticas que en su discurso inaugural el nuevo presidente le dijo al anterior mostraron la imagen del cambio: antes fue lo malo, ahora viene lo bueno. Mostraron, por otro lado, que no le teme a los poderosos del pasado, pues en su propia cara, en un espacio público y de representación democrática, le criticó sus peores y más polémicas decisiones a un ex presidente con un partido débil, sin aliados de peso, sin capital político; el nuevo presidente no le teme a los poderosos del pasado aunque en su equipo haya revivido a políticos de oscura trayectoria. En tal crítica, larga y a ratos tediosa, fueron enfocados tres cadetes jóvenes (una mujer y dos hombres), quienes contrastaban con la senectud de los políticos cercanos al nuevo presidente. Obviamente se iba a hablar de ellos, mucho más porque los espectadores están poco acostumbrados a los largos discursos políticos y son avezados en el deleite de las imágenes. Hasta el que fueran dos hombres y una mujer resultó acertado, pues si hubieran sido dos mujeres y un hombre se hubiera podido acusar a quienes los pusieron cerca del presidente de querer tratar a las cadetes como edecanes y se hubiera desatado una discusión que hubiera perjudicado al nuevo mandatario. En la parte menos solemne de la toma de protesta, en lo que ya podríamos considerar la fiesta, hubo el detalle folclórico, donde se le dio un bastón de mando que representa a los pueblos indígenas al nuevo presidente. ¿Mostró apertura hacia los abandonados?, ¿intentaba recalcar su cercanía con el pueblo, con todo el pueblo?, ¿quería decir “soy el presidente de todos y todos me lo reconocen”?, ¿quiso que todo el mundo lo viera hacer lo distintivo de lo que algunos han dicho que son las raíces mexicanas? Quizá las posibilidades anteriores se condensaron en la ceremonia. Visto así, condensó su fuerza retórica en un acto. ¿Hubo política en los sucesos más comentados de su toma de protesta? Además del discurso que dio ante los políticos mexicanos y el ex presidente, en el que resumió lo dicho en su campaña, los otros actos fueron accesorios, llamativos como las lentejuelas de un vestido. Pero los cuatro hechos que más llamaron la atención sirvieron para que nadie se aburriera, para que todos pusieran atención en el nuevo mandatario, para que todos se fueran con algo que les llamara la atención. Sin acciones políticas, López Obrador da de qué hablar, cunde la discusión y provoca el entretenimiento. Pero ahí se cae en su juego: se le defiende, se le ataca o se vuelve memes. Anula la crítica. ¿Qué pasa con sus acciones políticas?, ¿por qué nos las esconde tras el telón?, ¿Su injusticia será tal que debe entretenernos con actos de prestidigitador?

Yaddir

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