La transición

—¡Qué casualidad! Se va tu tío Peña Nieto y también tú te vas.

—Claro, como debía ser.

Álex siempre tuvo simpatía por él. Tal vez fue el único mexicano en hacerlo. En discusiones politiqueras, de ésas que ocurren a la madrugada en una fiesta, lo defendía esforzadamente contraponiéndolo con el candidato puntero. Recurría constantemente al argumento del menos peor, lo cual en términos actuales era el mejor. Quien estuviera interesado en el rumbo de la nación debía proyectar modernidad, avance y poder de administración. Quizá desconocía las corruptelas o las omitía a propósito. Para enfrentar dichas acusaciones, recurría a que el otro igualmente las tenía, sin embargo nadie las sacaba a la luz. La falta de conocimiento no es falta de existencia. Curiosamente estas discusiones no sucedían entre él y sus amigos verdaderos. Ocurría con los nuevos, los que ocasionalmente pasaban la noche ahí: amigos de los amigos, novios del hermano, invitados paracaidistas que les tocó llegar ahí. La típica reserva no era dificultad para él, dado su carisma y el alcohol que lograba desinhibirlo. A veces lo hacía cometer actos de los que se arrepentía horas más tarde. A veces fungía como adhesivo entre sus amigos y él (tantos juegos nocturnos, tantas visitas a clubes novedosos, tantas náuseas, tantas confesiones que sólo pueden darse en la oscuridad de la intimidad). A veces lo animaba a la confrontación política.

Cercano a la medianoche aconteció la pasarela del adiós. La hora mágica, ideal para los buenos augurios. Desde que llegaron a despedirlo, nadie tenía una respuesta para esa última noche. Algunos estaban muy despreocupados; no creían que el cambio fuera permanente y, así como todos los aparente caprichos en la vida de Álex, éste se revertiría en un par de meses. Una osadía propia de un inmaduro. Otros se hallaban dolidos por su amigo. La rutina sería rota. A pesar de ello, tenían una excitación por su futuro prominente. Tras meses de no conseguir empleo, lo más conveniente parecía buscar nuevos aires. Ver crecer al amigo, buscar su independencia y conseguir mantenerse, era el alivio a su pena. Ya no compartirían los tiempos felices, juergas, las idas al cine, viajes, conciertos, pero todo por una buena causa. La nostalgia servía como maridaje a las cervezas de esa pequeña fiesta. Al comienzo de la pasarela, uno tomó la palabra e hizo que bajaran la música:

—Bueno, yo sí quería decir algo antes de seguir. La verdad, siento feo porque ya no veremos más a Álex. Era costumbre salir con él o que nos invitara a su casa. Todos nos acordamos de los juegos de carta, de cuando le habló a su ex a las tres de la mañana o cuando encontramos a su mamá en el billar— el repaso de vivencias era entorpecido por  las risas— pero como dije el año pasado, me gusta verlos que hacen sus caminos aparte. Más adelante, estando más grandes, quiero que me presuman sus planes, proyectos, trabajos; que nuestra amistad crezca con nosotros. Ya ahorita varios de nosotros trabajamos, algunos están acabando la escuela. El cambio se está viendo. Si antes hablábamos de estupideces y cosas de la prepa — rió en intento de ironía— ahora vamos a hacerlo de la familia. Eso es padre, no con todos mis amigos puedo hacerlo. Lo hago con los más grandes y ustedes. Llevamos como seis años, unos más, saliendo y  disfrutando el tiempo juntos. Los quiero mucho, un montón. No importa que unos hablen por allá y yo esté por acá, o que a veces no haya tiempo para verlos cada semana. Los amigos siempre estamos ahí. No dudes que iremos a visitarte a Saltillo. Ya tendremos dónde caer allá, ¿verdad?

La pasarela continuó y cada amigo tomaba palabra. Los discursos variaban entre lo melancólico y lo chistoso. Las anécdotas allanaban el momento para dar paso a lo emotivo. Fácilmente quien hablaba podía sincerarse y relatar lo que sentía hondamente.  Buscaba mostrar su particular afecto y buenos deseos al festejado. Así transcurrieron tres discursos. El quinto fue el de Álex, a modo de conclusión de la pasarela:

—De verdad, gracias por haber venido todos. No esperaba que lo hicieran algunos, siendo sincero, pero qué bueno que así fue. Los llevaré en mi corazón, no importe que yo esté allá o si no vuelvo en años. Les debo mucho de las cosas buenas en mi vida, ya sea por ayudarme o aguantarme muchas veces, o por ser parte de este tipo de cosas, como las fiestas, las salidas, y todo eso. A muchos llevo años de conocerlos, como dijeron hace rato, ya nueve años, ¡qué tanto se podría decir! Será difícil estar sin ustedes. De hecho, estoy contento por lo que viene, pero también triste por dejar mi familia y mis amigos. Gracias por todo; por lo que han sido en mi vida y por hoy mismo.

Al terminar de pronunciar sus palabras, quien había empezado a hablar se acercó a Álex y le dio un abrazo fraternal. Se unió a ellos quien había tomado la palabra en segundo lugar. Aunque no hubiera gritos, podía sentirse la melancolía cálida de la mayoría. La noche era escenario de una comunión accidental. Las palabras de Álex conjugaban con sus predecesores, así como los sentimientos. Desde que los discursos transcurrían, exhortaron a Miguel a decir algo por su amigo más cercano. La complicidad que había era distinta, no tan claro si mayor o menor que las demás. En realidad, era una amistad extraña a la que era difícil hallarle razones de por qué era diferente. A pesar de ser tan peculiar, Miguel se rehúso a hacer lo mismo. Tenía escepticismo. Dentro de sí se cuestionaba: ¿era el mismo de quien consideraba el viaje como una osadía?

II

Hacia el final de la noche, Miguel estaba hastiado. Seguramente haberse levantado temprano y tener un día muy activo influyeron en su decisión de entrar a la casa de Alexis y permanecer sentado. A oscuras, prefería la luz de su celular a la luz de la fiesta. Mientras tanto, como afortunada coincidencia, a su lado se encontraba Gabriela casi desfallecida. Excederse en alcohol la había llevado a abrazar una cubeta. A pesar de esta condición, con dificultad hilaba oraciones que hacían de respuesta a lo que Miguel trataba de platicar.

—He venido platicando con su primo y este año no fue aceptado en el conservatorio. Sin embargo el que viene quiere seguir intentando. Vive con uno de la banda en la que es baterista. Son amigos de años, también. Sigue esperando la oportunidad.

—Pero no ha avanzado.

—¿Qué?

—No ha avanzado.

En ese momento, Miguel sintió un escalofrío a lo largo de su espalda. Una sensación punzante que sacudía internamente. Desde tiempos remotos, la embriaguez ha sido emisora de revelaciones arcanas. Parecía haberle llegado una. Sobreponiéndose, quizá como agradecimiento, dio una caricia fraternal a la espalda de ella. Ya no tenía mucho que decir. La débil conversación murió ahí. Era tiempo de avanzar.

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