El artificio de la mendacidad

El artificio de la mendacidad

 

Siete cuentos morales es una obra maestra. A través de sus páginas el lector puede descubrir una inusual reflexión sobre el arte literario y reconocer una sabia mirada sobre la acción humana. En el más reciente libro de John Maxwell Coetzee el lector podrá encontrar un artificio por el que se muestra el problema de la moral, artificio tan cuidadosamente construido que vuelca sobre sí mismo y reflexiona sobre la artificialidad: la autoridad moral de Elizabeth Costello cuestiona sobre la moralidad literaria; la autora que incomoda a sus lectores se lee a sí misma para incomodarse. El lector termina Siete cuentos morales maravillosamente incómodo.

         El último capítulo, intitulado “El matadero de cristal”, es el panóptico de la curiosidad que opera por seis lentes distintas y correspondientes. En lo narrativo, el capítulo nos vuelve a presentar a una anciana Elizabeth Costello, pero ahora señaladamente accesible por la mirada ajena y la sospecha sobre la mirada. El hijo de la novelista australiana recibe los cuadernos de notas de su madre “para ver qué se puede hacer con eso”, y el capítulo nos muestra la búsqueda de sentido entre las notas. O dicho por tercera vez: el capítulo expone la capacidad lectora del hijo, al tiempo que muestra la dificultad de la lectura cuando un gran escritor no ha ordenado lo leíble. ¿Cómo entender a la incómoda Elizabeth Costello desde una mirada ajena? ¿Acaso no es el mismo problema la comprensión de cualquier personaje literario? ¿O no es el problema mismo de la literatura? ¿O será el problema de la vida? El lector podrá pensar sobre la actividad lectora en el panóptico de la curiosidad reflejado en la presentación coetzeana de la incomprensión literaria del lector ficticio de la escritora ficticia.

         A lo largo del último capítulo, la curiosidad es presentada a partir de dos actividades: la lectura y la visión. En el primer apartado, el hijo lee el origen de una perturbadora idea de la madre: construir en el centro de la ciudad un matadero de cristal para mostrar a todos el horror de los rastros. El hijo sentencia sin titubear: no será posible, pues nadie quisiera ver un matadero y es antihigiénico. La escritora cree que ambos motivos son suficientes para llevarlo a cabo. El lector, en tanto, también lo sabe: comprende la precaución burguesa del hijo, tanto como la crítica de la madre. Ni el lector, ni la madre, ni el hijo hacen nada: la idea del matadero de cristal parece quedar sólo como un desagradable proyecto. La primera sección del capítulo aparenta inconclusión.

         En la segunda parte, el hijo lee entre las notas de la madre el relato de un sacrificio que ella presenció. La escritora vio a un joven moreno llevando en brazos a un cabrito blanco, camino al matadero. La escritora resalta el contraste cromático de la escena y la armonía sentimental entre la tranquilidad del cabrito y la seguridad del joven. La muerte, parece decir, es sólo un problema operativo. Tranquilo va el cabrito camino al matadero; seguro administra la vida el que tiene el poder. La escritora lo mira todo aterrada: un sacrificio arrebata su tranquilidad, la muerte disipa toda seguridad. El hijo lee a la madre: tranquilamente reconoce un problema moral, seguro está que el relato es sólo literatura. El lector, ¿lleva en brazos el libro, es conducido por otro, o espera profesional en el patíbulo?

         La tercera parte presenta al hijo leyendo un fragmento que su madre escribió sobre Heidegger. En primera instancia, resalta que al hijo le interesa el fragmento por mera curiosidad, pues reconoce no haber leído a Heidegger, ha oído que es muy complicado y quisiera ver qué podría decir su madre sobre él. El asunto se complica cuando la Costello reflexiona sobre el amor de Heidegger, cuando considera que su amorío con Hannah Arendt es la exhibición suficiente de la incorrección de su pensamiento. Para Costello, la imagen del profesor exultante en la cama con su alumna es prueba suficiente de la reducción del mundo: la mundanidad se reduce al instante extático. La escritora produjo una imagen para juzgar lo que leyó, pero la imagen surgió incompleta. El hijo lee la imagen incompleta de la madre, no imagina razones para la incompletitud; lo razonable es suponer que se trata de un boceto que cualquier día podría ser terminado. La mundanidad de Costello se produce literariamente, la del hijo moralmente. El lector, ¿ve más allá de la imagen de Costello, o imagina las razones del juicio del hijo? ¿Acaso es por el lector que la imagen, el relato y la lectura no se completan?

         La cuarta parte presenta la lectura del hijo a una página del diario de la novelista. Ahí, la australiana relata su asistencia a una conferencia en que el especialista narró a detalle un experimento cartesiano con un conejo. Perturbada, la Costello apuró su salida de la conferencia y en el vestíbulo del auditorio se hincó a pedir perdón y clemencia por el maltrato animal; en su alma permeaban perturbadores versos de Blake. El hijo concluye la lectura del relato y anota en alguna de las hojas que se ha comprobado científicamente que en las condiciones del experimento cartesiano, el conejo no experimenta sufrimiento. Nuevamente contrastan los involucrados. La Costello se niega a presenciar la conferencia-matadero y produce literariamente su mundanidad: la poesía de Blake abre el camino a la plegaria que el placer sexual cerró a Heidegger, espectador del matadero. El hijo, espectador de la ebullición de los placeres de Arendt y Heidegger, confirma seguro ‒y con aval científico‒ los límites de su mundo: la información se administra con la confianza imperturbable ante lo incompleto, i.e. progresivamente; el progreso nos da razones para ocultar el matadero. ¿Y el lector? Hay lectores que creen que el Juicio Final nunca estará cerca; los mataderos, por higiene, no están en el centro de la ciudad.

         La quinta parte presenta al hijo leyendo la nota más extensa del paquete, que es una reseña inconclusa sobre los animales y el modo en que el hombre se relaciona con ellos. En el texto, Costello se sorprende por el argumento del libro. La empatía, dice el libro, es una producción humana que podría datarse a finales del siglo XVIII, tras la instauración del subjetivismo moderno. Siendo así, nuestra consideración empática del dolor animal no asegura la comprensión del sufriente, sino que confirma la construcción por la que operamos nuestra conceptualización del dolor ajeno. Obviamente, leer una idea semejante hace que la escritora vea cuestionada su mundanidad literaria. ¿Acaso no es el escritor quien produce un artificio para operar las subjetividades? ¿Conoce el novelista a los sujetos que crea? ¿Cervantes podría ser empático con Alonso, Flaubert con Emma o Mann con Hans? ¿Y qué de Coetzee con Costello pensando sobre esto? ¿Y el lector? ¿Leer es ser operado por el artificio literario para operar las subjetividades dispuestas por el productor del artificio? ¿Acaso para ser lector se requiere que un gran novelista produzca en nosotros su artificio? ¿Podemos leer algo no ordenado por un gran autor? ¿El lector es una producción humana? Costello aprende en el libro que la salida al abismo de la producción moderna se encuentra en la angelología de Santo Tomás de Aquino, quien podía comprender la superioridad del hombre sobre las bestias por la inteligencia, tanto como la inferioridad de la intelección humana respecto a la inteligencia angélica. La jerarquía bestia<hombre<ángel no se funda en ningún principio empático, ni en producción alguna, sino en la comprensión de lo real y el reconocimiento de la propia labor especulativa. Costello reconoce ahí una lección de modestia. Coetzee no nos dice lo que de ello piensa el hijo. ¿Lo sabe el lector, o al leer esto no sabe ya ni en qué piensa?

         El último apartado del último capítulo es el único donde el hijo no aparece leyendo, sino solamente conversando telefónicamente con su madre. Ella comenta dos cosas. Primero, que algo le pasa, pues padece olvidos y ya no puede completar sus escritos. Ella explica al hijo que eso es natural: siendo material el cerebro habrá un desgaste inevitable. Explicación suficiente para el hijo; ingenioso artificio por el que la escritora oculta el asunto principal y cambia de tema. Segundo, que vio por televisión un documental sobre la administración industrial de los pollos. La televisión opera como el matadero de cristal, aunque no al centro de la ciudad, sino de la casa; es un matadero que ya no perturba, sino que confirma la seguridad del progreso y su moralidad. Costello, en cambio, con su mundanidad literaria construye el artificio por el que se podría volver a la plegaria. Costello, la perturbadora, escribe para que imaginemos las otras mentes. El artificio literario podría mostrarnos la crueldad del cristalino matadero que se nos ha vuelto la moral. Una obra maestra como Siete cuentos morales es el camino por el que Coetzee nos ayuda a pensar el artificio de la mendacidad. Nada más.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El sábado pasado, el presidente declaró que ya no se pertenece pues es del Pueblo. El doctor Lorenzo Meyer escribió el pasado domingo que el presidente es comparable a Hércules. El culiatornillado Porfirio Muñoz Ledo declaró el lunes que el presidente es un iluminado. El martes, José Blanco celebró que tenemos un presidente en servicio de los humanos, primero de los pobres. Y así… 2. Ante los familiares de los normalistas de Ayotzinapa, el presidente pontificó: la verdad es revolucionaria, la mentira es reaccionaria y del diablo. 3. Saldo de la primera semana: tres periodistas perdieron su espacio en radio (Eduardo Ruiz-Healy, Carlos Loret de Mola y Ana Francisca Vega). ¿Cuándo será la marcha sobre Reforma para denunciar la censura? Ah, claro, la indignación es selectiva y vivimos nuevos tiempos. 4. Christopher Domínguez Michael ha escrito la mejor crítica sobre la posible designación del nuevo director del Fondo de Cultura Económica.

Coletilla. José Antonio Aguilar Rivera da cuenta de un milagro académico: tesis de maestría de un político mexicano que creció milagrosamente y fue publicada como libro con elogios y bendiciones por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Usted, compatriota, financió un plagio.

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