Cenas enredadas

Empieza diciembre y arrancan las reuniones navideñas. Uno se imagina una cena digna de comercial: los niños riendo, contagiando alegría; los padres unidos y contentos, conversando sabrosamente con sus otros familiares; los adultos mayores siendo tratados con el mayor respeto y consideración; inevitablemente, en el fondo hay un árbol navideño rodeado de juguetes, esferas, luces y otros objetos brillantes. Sin embargo, en pocas ocasiones se logra una postal como la mencionada. La principal razón atribuida a la poca convivencia navideña muchos la encuentran en la adicción a los smartphones. Esos espejos negros que representan la propia complacencia en uno mismo y que permiten su extensión en comentarios e imágenes. Eso explicaría por qué las cenas navideñas tienen tan poca repartición de palabras. Aunque, a diferencia de un espejo normal, el espejo negro no refleja nada.

Otro problema de las fiestas decembrinas es que la poca convivencia parece impedir el tránsito de una conversación. ¿De qué platican quienes no se han visto en mucho tiempo?, ¿de qué temas pueden conversar?, ¿saben de qué asuntos les gusta o les disgusta departir?, ¿qué cosas pueden hacer? Supongo que ese problema es un falso problema si las personas quieren reunirse; si sólo se manejan entre compromisos, cuya base es una tradición que ellos mismos no logran entender, se recurre al espejo negro como escape del tedio. Si las personas que sólo pueden (quieren) reunirse una vez al año tienen un pasado, como los hermanos, los primos, tíos o las personas con cualquier relación filial, el pasado siempre será un tema. El problema es que cada año se va vaciando el tema y, al momento en el que al fin se acabe, ni el pasado de contar el pasado podrá dar conversación. El presente de esas relaciones no se quiere mantener; sólo se quiere dar sentido al presente con unas relaciones que impiden olvidarlo. Pero el pasado sin presente es tan vacío como el presente sin pasado. Visto así, el reflejo del pasado en el futuro no tiene nexo por su carencia de presente.

Pero no todos los encuentros navideños están teñidos de acartonadas, tediosas, largas e insustanciales conversaciones; hay lazos que no se rompen ni con los silencios más atronadores. Quizá con esos trozos de tela se pueda tejer una convivencia que cubra el frío de las solitarias mesas navideñas. Quizá sólo se trate de que las personas quieran reunirse y sepan por qué es bueno que se reúnan.

Yaddir