La vida entre palabras

Medallas no faltan en nuestra educación moderna. Como muchos empeños en la vida, estudiar alcanza recompensas tangibles. Ellas resplandecen ante la vista de los demás. Fungen como decoración en la sala de la casa o arriba del escritorio. En cenas familiares o reuniones hechas después de mucho tiempo, sirven para presumirse. No sólo la actualización de conocimientos se prueba por ellas, sino también la social. Ante ojos poco habituales, resumen la ocupación que alguien ha tenido por meses o años. Estudios psicológicos seguramente afirman la gran autoaprobación que provocan en los portadores. Avalado por la universidad Y o el colegio Z, X sabe lo que este documento asienta. Quien desee ver de lo que es capaz, adelante suyo, tiene un comprobante; la materialización del saber.

Si acreditan la preparación, resultan cruciales en un mundo laboral saturado y demandante. Por todos lados se invita a inscribirse a un curso adicional, relacionado o no a la base primaria de estudios, o se insiste en la facilidad con la que hoy en día es acceder a la educación superior. Las certificaciones son alicientes en el eterno pupilo y profesionista. Papeles importantes dentro de la hoja de vida. Las habilidades y técnicas dominadas se registran para desplegar la competencia del titular del currículum. Entre los estudios y certificaciones indispensables, se encuentra el aprendizaje de otro idioma. Bajo el ideal de traspasar fronteras, en un época globalizada, la lengua extranjera es herramienta vital.

La utilidad evidente, hoy en día, de conocer otra lengua no permite asumirla completamente. En muchos casos se supone más de lo que se expresa. El uso del lenguaje se busca por la mimetización falsa del extranjero. El idioma se aprende para reproducir lo que él hace: lo que ordena en un restaurante, lo que responde al jefe en su oficina, lo que grita en un estadio, lo que se responde ante una broma, lo que se dice al tener un sobresalto de excitación. Se gesticula aun cuando se tenga exigencias y preocupaciones personales. La otra vida, la ascensión, es el ideal en este tipo de educación continua. Al aprender otro idioma, corremos el riesgo de olvidar que vivimos las palabras.

 Notas marginales. Juan Domingo Argüelles discurre acerca de lo anacrónico y temporalmente afortunado que es el libro físico.