La renovación mortal

La renovación mortal

Sócrates murió en su ancianidad. Hay quienes defienden que la renuencia a huir de su sentencia está plenamente relacionada con la evidente plenitud de su vida dedicada a la autognosis. Pero la inferencia es demasiado rápida y, por ende, poco cuidadosa: hay una gran distancia entre el conocimiento de sí mismo y el desarrollo de la experiencia, natural con el paso de los años. El conocimiento de sí mismo no obtiene por el paso de los años, a menos que pensemos que esa conexión entre las preguntas que nadie se hace y su último fondo en el problema de la naturaleza humana y su relación con lo inteligible (en tanto que el hombre es el único ente que se descubre pensándose), sea alimentada por el reconocimiento de los límites que nos impone la experimentación. ¿Cómo notaría que algo es un límite sólo a partir de la repetición? En todo caso, sería visible que su edad no es suficiente argumento para comprender el problema de su muerte, que por otro lado tampoco se agota en el argumento ilustrado a favor de la iluminación natural de la razón.

Quizás el lado más público del conocimiento de sí mismo sea la heterodoxia, palabra que siempre requiere de un contexto general de opiniones. Si los sofistas hubieran sido demasiado ortodoxos en un sentido de la palabra, su éxito no podría explicarse; Esparta no podía distinguir ni aceptar a ninguno de los dos: la palabra estaba claramente limitada por la educación militar. La supuesta heterodoxia de Sócrates parece apuntar a que la investigación sobre lo que uno es no puede saciarse con las normas morales y las opiniones que ordenan el todo común de las ciudades. Pero, a fin de cuentas, esta presentación es demasiado accidental: lo importante es la autognosis, no la censura o crítica de las opiniones ajenas. ¿O son correlativas a tal punto que, por la necesidad que el autoconocimiento tiene de la palabra, y a pesar de ser una empresa fundamentalmente solitaria, no pueden separarse frívolamente? En ese caso, tal vez la sabiduría a la que tiende el autoconocimiento no se limite simplemente a la rememoración de lo experimentado en la transgresión de los límites naturales, sino a aquello que queda siempre relegado por la satisfacción moral. Más que discursos moralizantes o críticas a la moralidad común, el autoconocimiento supone que lo temporal de la moral siempre queda corto ante el único rasgo que no se sacia jamás por un límite definido. Cuando hablamos de la pureza del Espíritu, olvidamos que la práctica de muerte es una imagen de Eros.

¿Puede juzgarse públicamente lo erótico? Las respuestas que parecen inmorales para los conservadores no dejan de ser morales. Puede decirse que no en ese caso, pensando siempre en el papel sentimental y sexual de lo erótico, arraigados profundamente en las oscuridades del alma. La perfección artificial de la polis ideal de la República se debía a la posibilidad del comunismo absoluto por la ausencia de secretos en el fuero interno: el alma era transparente porque todos deseaban lo mismo. La injusticia no existía porque no había nada deseado en mayor o menor medida. ¿Cómo entender ese argumento cuando proviene de un hombre erótico? Si la sabiduría es lo único que se persigue en el autoconocimiento, quizás la muerte de Sócrates sea más una lección sobre el verdadero límite. Con ello no se indica sólo la preminencia de la polis, que no podía ser, como producto humano, imperecedera, a diferencia de lo sabio. Quién sabe si el alma podría dar un vistazo a lo bello si no fuera por la exactitud imaginativa de la palabra que busca llevarla a conocerse.

Tacitus