Reflexión del fin
Y el último a quien parió fue al sagaz Cronos,
el más terrible de sus hijos, que cobró odio a su padre vigoroso.
Conócete a ti mismo.
Uno de los primeros conocimientos metafísicos a los que tuvo acceso el hombre fue, sin bacilar, la idea de movimiento y reposo, es decir, cambio y permanencia; con ellos, el fin del movimiento también fue de su preocupación. El primer movimiento al que pudo relacionar consigo mismo fue, muy seguramente, el de la vida, y con ello también apareció la muerte. El hombre comenzó a ser consciente de su fin; supo algo de sí que hasta entonces como animal no había podido contemplar, pues si bien es cierto que los animales saben y perciben el olor y la forma de la muerte, no por ello se preocupan en cómo tratar de vivir mejor, más allá de satisfacer sus necesidades cotidianas. Sólo quien sabe de su irremediable fin comienza a preguntarse por el mejor modo de vida. Sólo aquel que sabe que no sabe de sí, comienza a filosofar.
He dado un salto enorme de la idea de movimiento a la pregunta ética. Porque para ello es necesario que exista el lenguaje, y también es necesario que no demos por sentado que el hombre es un ser temeroso de su fin al que trata de ponerle remedio o al menos una distracción por medio de la fabricación de mentiras. La política sería, en este caso, un acuerdo entre mentirosos y cobardes. El otro aparece por la necesidad de saber quién soy, y no sólo para placer mío como lo dice el progreso. Por ello, hemos de darle otra connotación al hombre. Aceptemos para esto que el lenguaje es algo artificial, un paso de lo natural (lo que crece por sí mismo) a lo creado por el hombre. Aceptemos también que no podríamos dar un solo paso si, para empezar, no creyésemos ni siquiera en la existencia del piso que nos sostiene, es decir, el lenguaje que es un invento, atiende a la naturaleza de las cosas. O lo que es lo mismo, el lenguaje trata de estar lo más próximo a lo que es lo primero por naturaleza.
El hombre es un parlanchín que quiere vivir mejor. El problema del hombre es que dejó de ser natural para descubrirse natural. Sólo hasta que pudo nombrarse: darse propiedades, es que pudo comenzar a ver quién era. El desarrollo de esta segunda naturaleza ¿Lo acerca más a sí mismo o lo aleja de su ser?
¿Hacia dónde va el hombre con todo esto? Es claro que a descubrirse o redescubrirse. Se mueve sin dejar de ser lo que es. Pero también le aterra saber lo que es bajo la mirada de los otros. Pareciera que lo más sensato es permanecer en sí mismo como el salvaje, pues saber de mí por el otro es entregarme a la vanidad. Siempre estaré azotado por el rencor de no ser lo que el otro quiere que sea y este fuego lo azuzará la idea que yo tenga de mí. Mejor no entablar relación con el otro, a menos que pueda rendirme, que en este caso es falsearme, y eso sólo lo logra Ashenbach, personaje ridículo. Entonces, ¿por qué entablamos relaciones con los demás hombres? Pues para dialogar y salir del estado de naturaleza, para ser hombres: animales que se preguntan por sí, bajo el ideal de verdad y justicia. En esta definición el otro ya no es un ser terrible ni un medio para mi placer, sino aquel con quien comparto el ideal de verdad y justicia. Sólo cuando el ideal es tan natural y por ello alto, el juicio de los convencionalismos no es más que paja en mi andar: Sócrates y Quijote parecen ridículos, seres ensimismados en sus mentiras, pero son acaso por ello los más libres. Ellos creen en el piso en que caminan, ríen a costa suya porque así es más fácil amarlos, así es más fácil saber que su lucha es más real y justa, aunque no por ello clara.
Javel