La roca le cortó el paso mientras avanzaba confusamente entre los escombros. La apartó del camino. Necesitó un momento para recuperarse. El esfuerzo de mover el bloque había enrojecido su cara y nublado su entendimiento. Hilos de sudor revelaban la carne bajo el polvo. Los oídos le zumbaban todavía. Era su canto de despedida: cuando el silbido se fuera, nunca más escucharía el tono. Sus ojos sólo veían fragmentos. En cuanto el tumulto se le hizo visible, el perseguido se levantó a traspiés y huyó. El bloque de mármol tenía pegadas aún algunas teselas: un soldado romano siendo derribado de su caballo. Su nombre ya no era legible y su guerra se había hecho humo, disipado por el viento con todo y sus demandas. Mil años, más de mil años, y seguía cayendo.