Recovecos
Aunque pudiéramos describir el mecanismo de nuestras afecciones, aunque sepamos que cada emoción tiene una explicación causal que demuestra el asiento material de toda sensación ¿qué puede abonar esa explicación al conocimiento de uno mismo? Pareciera que ese razonamiento proviene del análisis de la relación entre el hombre y lo natural. Pareciera que el término “alma” nunca cobra sentido porque no lo usamos más para referirnos a la existencia misma de lo vivo. Bajo la explicación causal de las afecciones en los influjos del exterior sobre el cuerpo, logramos el esquematismo de algo cuya experiencia no tiene nada que ver con la demostración causal. Saber que el amor tiene una química particular, por ser una emoción, me dice poco sobre la vivencia particular del deseo, tan poco como estar ciertos de que la sensación es provocada por un ente externo que me incita a contemplarlo y seguirlo. ¿Será que es verdad que la razón se haya en un estado de oscuridad en torno a la naturaleza de las cosas hasta que no se aplica metódicamente sobre lo que puede verse de uno mismo? Si siempre tengo que separar mi vivencia peculiar, estudiada por las ciencias aplicadas a las representaciones emocionales y a sus orígenes culturales, históricos y personales, de lo que el cuerpo muestra cuando es visto bajo una abstracción, ¿sólo puedo decir que sé de mí mismo lo que ambos caminos me muestran? ¿No el oráculo délfico era tomado en serio por alguien dispuesto a reconocer su propia ignorancia sobre lo que no eran cuestiones amorosas?
En el ámbito cotidiano, ¿no hay presencia de la razón, aunque no sea siempre la facultad para las claridades? Tal vez, se me dirá, es por esa razón que se desea aplicar con el máximo rigor la única facultad capaz de aclararnos algo. El éxito del cartesianismo requiere que la experiencia de todo lo natural esté mediado en la ignorancia natural por una oscuridad inherente a nuestras propias facultades. ¿Será autoconocimiento la demostración de la existencia propia (una demostración que no puede ser particular por no tener nada que ver con lo momentáneo) en la certeza del cogito? Si fuera autoconocimiento, resalta la independencia de la prueba con respecto al examen de las cosas humanas, que nos permiten a veces descubrirnos entrampados en prejuicios sobre uno mismo, en redes que uno mismo se ha puesto, en la falsedad. La razón no es necesariamente una facultad de control sobre lo que nos acaece, sino una realidad que sólo examina fielmente cuando no niega lo erótico.
La universalidad de la experiencia erótica no se agota en ninguna de sus evidencias fenoménicas. Pero, ¿es de verdad una condición universal y necesaria, inmutable? ¿Cambian radicalmente los deseos y fines del hombre como para hacer de lo erótico algo modificable o prescindible por la razón? Eros y logos se revelan como datos imprescindibles de nosotros mismos: ¿cómo podrían desaparecer? Si no desaparecen al grado de hacerse imposibles, ¿no es verdad también que a la existencia de ambos le acompaña la evidencia de la ignorancia radical en la que nos sumimos por la naturaleza de nuestras limitaciones? En la caverna, nunca sabemos que estamos viendo entre sombras y resplandores. Cuando nos descubrimos, no tenemos garantía de haber terminado. Queda el temor de ser sinceros con nosotros mismos, queda la posibilidad de pusilanimidad. Pudiéramos señalar a la naturaleza, diciendo que es propia la oscuridad de los antros de nuestro ser; pudiéramos decir que nada sucede conforme lo establecemos, pero por ahí no se llega a la felicidad del erotismo en la palabra. El defecto de erotismo es hermano de la misología.
Tacitus