¡El último popote sobre el planeta había sido reciclado en el más grande de los reguiletes generadores de energía eléctrica!
¡Albricias, albricias!
La noticia apareció en todos los diarios de la Nación Mundial (o Cosmópolis, como le llaman algunos románticos anticuados). El ser humano por fin había terminado con esa empresa comenzada a principios del siglo veintiuno. Demostrando así, una vez más, que la constancia, la cooperación y la comunidad trabajada desde lo más elevado del corazón de la humanidad es capaz de lograrlo todo.
Todos estaban alegres y entusiasmados. Felices porque ya solo había que acabar con zorros, perros, cangrejos, mapaches, lagartos, dingos y tiburones, para que las tortuguitas, por fin pudieran reproducirse sin temor a que algún depredador ocupe el hueco que la extinción del terrible y despreciable popote, dejó vacante.