La gracia en trazos

La gracia en trazos

No hay entrenamiento para las caricias. Quién sabe de dónde venga la ciencia para otorgarlas. Algo distribuye la armonía entre la imaginación y la mano para dibujar el tierno placer sobre nuestra piel. Piel que se ofrece como un lienzo en el que vamos trazando nuestro sentir por el otro. ¿Ciencia de lo más nimio? No obstante, algo convierte el roce en un gesto atinado, fino, gustoso. Algo inaugura la piel como espacio de las almas abiertas; una torpeza nos cierra en amargas farsas. Los niños están dispuestos a sosegarse, los amantes quieren consumir su tiempo mediante sus yemas. ¿Los amigos pueden hacerlo? La amistad busca acertar sobre el alma. El amigo extiende su mano para soportar el fardo con su ternura, para recordar que nos ocultamos al endurecernos. La mano se prepara sin ejercitar su desplazamiento. La trayectoria y la distancia no se calculan. Es la situación y el corazón del otro lo que se lee; es el intento de complacerse en el encuentro. Tal vez la pobreza en nuestra comprensión del amor incluye una miseria sobre la apertura hacia la carne. La ramplonería piensa que sólo hay honestidad táctil en la seriedad amorosa. Pero los civilizados no son aquellos que saben retraerse del tacto. Si fuera así de sencilla la civilidad, todos sabrían qué hacer ante la piel. Hay algo que separa el conocimiento de la ignorancia. La precisión parecida a un arte. No el saber limitado de la acción; tampoco la exactitud teorética en que la posibilidad práctica es olvidada. Una libertad que no huye ante la piel. Una maestría que no se adquiere mediante ejecuciones reiteradas. El problema de la praxis amistosa. No es que siempre cunda la torpeza: la publicidad y la moral “correcta” nos ciegan ante nosotros mismos. El beneficio también puede deslizarse sobre nuestra carne, mostrándonos ciertos de consentir el tiempo. El alma, con su toque de inmortalidad, encuentra la manera en que lo pasajero logre recordar lo que le fue arrebatado. Se siente como si nos reconociéramos sin exhibirnos. Por eso se parece a un arte, no sólo a una coincidencia de lugar, momento y cuerpos en el espacio: el conocimiento de lo requerido sin ser obligado. Precisión desenvuelta del pudor, que es también poder vital imprescindible.

 

Tacitus