Hacia una comprensión animal del hombre (I)

Desde la antigüedad se ha echado mano de la relación entre hombres y animales para comprendernos mejor. El paralelismo, que bien podemos trazar por la proximidad de los animales con nosotros ha tomado posturas y matices muy diversos. Algunos han llegado a considerarlos máquinas perfectas de la naturaleza, otros han pensado en ellos como compañeros, herramientas, servidores, compañeros, fieros peligros, e incluso como modelos morales. Pero qué pueden decirnos ellos de nuestra humanidad.

Hesíodo pensaba que eran uno de los pilares de la casa al recomendarlo en tercer lugar después de la casa y la mujer. Esopo vio la materialización de las pasiones y los vicios –humanizándolos– y nos brindó en sus Fábulas una muy colorida aunque no por ello menos valiosa brújula moral. Habrá que notar en una línea similar, aunque un poco más cínica, la Metamorfosis que conocemos de Apuleyo bajo el nombre de El asno de Oro. Y ya entrados en cínicos, no podemos dejar sin mención a los que confundieron la felicidad con la económica suficiencia del perro.

Para Platón será imagen de sabiduría el mismo perro ante la educación de los guardianes, y las aves una metáfora de la volatilidad del saber en la memoria. Aristóteles catalogará su alma a medio camino entre las de propiedad nutritiva y las que son de índole racional, aunque ciertamente no se limitará a separarlos de nosotros. Antes bien, dejará circunscrita la humanidad en aquella diferencia específica provista por la edificación de ciudades y el uso de la palabra; ámbitos recíprocos dentro de lo animal.

La tradición latina pintaba a los cuervos como benévolos al llevar comida a los presos, pero también como procrastinadores (su graznido cras, cras, es lo que desesperadamente quería escuchar el narrador del célebre poema de Poe). Y más adelante San Francisco Predicará a los animales. Y mucho omitiré al no mencionar el rico simbolismo que nutrieron sus estampas tanto en oriente como en occidente.

La llegada del siglo XVI no los dejará bien parados, una corriente los verá como autómatas y la otra como parte de una naturaleza a la cual torturar para saber sus secretos. La separación entre lo humano y lo animal comienza. Pero quizá lo que más me atribula es aquél complicado Siglo XIX en que la biología –más casada con las teorías económicas que con la verdad— señala que los animales practican mejor que muchos banqueros el utilitarismo. Para Darwin y su escuela la utilidad individual es el mecanismo que rige la adaptación. Ahora calculadoras bajo el principio costo-beneficio la incipiente moralidad que atribuyeron filósofos, poetas y hombres religiosos, los animales actúan como economistas ingleses y si parece que realizan un gesto, juegan o tienen alguna conducta, ésta se considerará supeditada a la efectividad de la supervivencia. Si parece que juega, seguro es porque maximizará su éxito en la caza de alguna presa, la huida de algún depredador o el cortejo de la pareja para su proliferación como especie. Curiosa manera de proceder para la ciencia, pues anuncia primero el principio y luego cuadra los datos observacionales al mismo.

Una nota curiosa es que en otras latitudes los biólogos se comportan de manera distinta. El darwinismo en Rusia no sienta como principal mecanismo adaptativo a la competencia, sino a la cooperación como hizo Piotr Kropotkin en “El apoyo mutuo”. Lo cual nos deja con la incógnita de si los animales cooperativos de Rusia propiciaron el florecimiento de la URSS o si ocurrió al revés.

El posterior desarrollo de algunas corrientes psicológicas sigue a la biología como ésta sigue a la química. Por eso agradezco que mi gato no sepa leer a Skinner y siga siendo una criatura bastante más gentil y desinteresada de lo que usualmente se atribuye a estos animales.

Perro de Llama