De la fuerza moral
Se vuelve imperio la moral. No hay diferencia entre la voluntad suprema y lo moralmente correcto. ¿Quién distinguirá al ignorante del que sabe algo en la ambigüedad teológica del poder? Por eso la censura se ha disfrazado cómodamente. Esperamos, para denunciar la censura, un temblor injustificado, una amenaza palpable, casi un hecho violento. ¿Qué moralidad hay en esa confusión? La inmoralidad de la censura no la percibimos en relación con la verdad, sino con lo llamativo del acto. La moralidad es un disfraz de la ofuscación. Se convierte la moral en un nombre para lo aprobado, ya no para aquello que manifiestan las acciones. Así como la censura se disfraza, la democracia habrá de ser de nuevo administración de la aprobación. ¿Qué poder administrará dicha aprobación? La investidura moral. Se dirá que la moral es un fenómeno previo a la ley, que es más vigoroso el cuerpo político cuando se obedece a esa fuerza primitiva, que como no hay diferencia entre el mandatario y el pueblo, no es posible dividir ese impulso. ¿Por qué la moralidad es la salud de dicho cuerpo, si de verdad es previa a la ley? ¿Cómo impedir la contradicción entre la aprobación moral y la verdad práctica? La moralidad podrá producir unidad publicitaria, pero no logrará hacer justicia. No sólo por su desprecio de la ley, sino también por su ignorancia inevitable. La famosa autoridad moral servirá, como en todos los gobiernos caprichosos, para propagar la imagen. No es lo visible en las decisiones acertadas, sino aquello que determina toda decisión del poder cuando la democracia “existe” por fin. Dirán que no hay objeción suficiente, que pedir limitantes a las buenas intenciones morales es desconfianza inútil. No habrá acusación que valga en contra de una saludable moral. No habrá diferencia entre lo justo y la venganza, la cual puede disfrazarse de indignación. Se moverá esa fuerza vital, pero no sabremos discernir moralmente hacia su entraña. La moral será sólo una mentira eficiente.
Tacitus