Parece que el pasado define el presente. Somos lo que hemos hecho. Podría considerarse una obviedad recalcarlo, si no se tiene en cuenta que no es fácil comprender el pasado. Para qué se quiere comprender el pasado, limitará o posibilitará entender nuestro presente. Pasado y presente y futuro no son momentos separados, sino complementarios.
Las Vueltas del Tiempo es una novela que nos muestra la laberíntica complejidad de entender una situación histórica, la revolución mexicana. Agustín Yáñez, autor de la obra, nos muestra al menos diez maneras de entender aquella constante guerra y los cambios que trajo consigo para un país. La lucha por la igualdad entre ricos y pobres, la máxima apuesta por el poder, el mayor ataque a la Iglesia, el cambio de las costumbres, el mejor negocio, abrir y cerrar la puerta a los norteamericanos, el resurgimiento del sentimiento patriótico, la muestra de la naturaleza violenta del hombre, la mayor de las injusticias y hasta otra cara de la eterna pugna entre liberales y conservadores, son algunas de las maneras en las que el autor mexicano nos presenta esa década de guerra. Lo adecuado sería entender todas las caras de la revolución engarzadas, como las historias de cada uno de los personajes que vivieron y sufrieron esa época; pero, al igual que los personajes, cada quien entiende la revolución para explicar sus partidismos y estado actual; cada quien sesga la historia a su conveniencia. Pero ni el aparente protagonista de la novela, el general Plutarco Elías Calles, tiene la influencia de incidir en todas las vidas y concepciones de la revolución. La historia no la hace un sólo hombre.
Lo que sustenta cada comprensión de la revolución no es el capricho del personaje, es su carácter. El actor revolucionario hizo lo que hizo debido a lo que él quería hacer o consideraba bueno de realizarse; o le afectó la revolución en la medida en la que su carácter le impidió defenderse de los revolucionarios. Los hechos históricos no los realizan personajes decisivamente importantes y poderosos por sí mismos; tampoco tienen su base en un clan de millonarios y poderosos perfectamente organizados para decidir el rumbo de un país; la historia, según entiendo a Agustín Yáñez, tiene su base en la confluencia de los caracteres y cómo deciden o dejan de decidir sin que tengan una plena comprensión de su presente. Entender el pasado, así como el presente, es un esfuerzo constante de autoconocimiento.
Yaddir