La dicha del habla

La dicha del habla

Me parece que la frontera entre filosofía y poesía no es un artificio del lenguaje. ¿Qué es la voluntad de poder para un positivista, sino una metáfora respetable? ¿No puede uno pensar en el platonismo vulgar como en un barrunto del problema que es pensar? Del centro del problema surge la cuestión sobre cómo escribir. Tal vez por eso el diálogo sobre el discurso adecuado sea también el del Sócrates fuera de las murallas, contemplando inevitablemente a Fedro. Dentro de las murallas, uno pensaría que la expresión se nubla con el uso, que el problema de lo publicable permite distinguir fácilmente el sentido y utilidad de un texto. ¿Qué es la Ética, sino un tratado bellamente persuasivo? ¿El análisis filosófico del alma en relación con la acción se comprende a simple vista? Tal vez el problema de la ética no es visible si no se entrena uno en la observación, si no aprende a ver la relación entre imagen y ausencia de ella. ¿Qué puede pensarse sobre la regla de la virtud, que es lo bello y bueno? ¿Por qué no puede reflexionarse sobre la justicia y el alma sin mostrar que sólo un tipo de vida es propiamente feliz? La idea pasa, pero la implicación es extremadamente compleja: la ética, propiamente hablando, es una explicación pública del erótico. Eso no invita a la transgresión: tiene el extraño efecto de maravillar a quien intenta adquirir alguna precisión o certeza. No es cuestión, pues, de que la prosa permita más la explicación: lo que importa para entender es, a veces, lo que no se mira en la primera mirada. Podrá haber limitación del entusiasmo, pero la perfección retórica no termina ahí: el chiste de sacudir a quien pregunta es lograrlo a pesar de tener todo en contra.

 

Tacitus

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