Retrato del amor moderno

 

Retrato del amor moderno

 

 

Still standing in the wind

But I never wave bye-bye

 

Hoy que tantos tienen tantas opiniones tan fundadas de sí mismos, que todo es fácilmente desmitologizable, que el autoconocimiento es un modo de autoproducción y la vida privada es mercancía. Hoy que lo público se puede abaratar tanto, que las ideas se confunden con las ideologías, que la responsabilidad y el progreso pautan la vida. Hoy que casi nadie conoce la intimidad. ¿Qué es hoy el amor? ¿Quién podría enseñárnoslo? No con afán de enseñanza, pero sí con la claridad con que muestra la poesía, es que Luis Antonio de Villena [Madrid, 1951] escribió Autorretrato ahora mismo.

 

 

Me encuentro más que viejo y muy cansado,

y no estoy ni en uno ni otro extremo.

Cierta melancolía —me lo temo—

ha de ser la causante de mi estado.

 

Vivo pero me escoro al otro lado,

y aunque a ratos en buen fervor me quemo

esperando un instante aún supremo,

siento que todo viene malogrado.

 

Sé que busco todavía un lucero,

de la belleza el sutil concierto,

y del sexo y los libros el sustento.

 

Pero el mundo no es nunca el que yo quiero.

Amor me tiene casi manco y tuerto.

Y es humo la amistad y desaliento.

 

Veamos primeramente al soneto en su figura. Cada estrofa se inscribe en una actividad intelectual diferente. La primera, por ejemplo, se forma en una dialéctica causal: juicio sobre lo que se percibe y búsqueda de la causa del fenómeno; por ello se forma de dos oraciones. La segunda, en cambio, parece una oración completa y es presentación de la vida. No hay pregunta por la causa, sino descripción del fenómeno. Entre encontrarse y vivir hay una diferencia importante: lo que uno sabe de sí mismo. De ahí que, más allá de la vida, la tercera estrofa ahonde en la sabiduría mostrando lo que sabe el personaje del poema. ¿Cómo se encadenan los tres saberes enunciados en el primer terceto? La sola figura no lo dice, así como tampoco lo dice la apariencia de la última estrofa: tres sentencias. ¿Cómo se pasa de la visión de la sabiduría a la expresión de un conocimiento en una sentencia? Por su figura, el soneto va de la inmediatez del encuentro a la concreción de los enunciados, mediando la vida y la sabiduría. Por su figura, el autorretrato es más que una mera producción y no sólo un acto introspectivo. Si el poema puede mostrarnos algo sobre el amor, sin duda lo hará haciéndonos evidente cómo hablamos de lo que creemos saber de nosotros mismos. El poema, a mi juicio, nos permitirá retratar al amor moderno. Veámoslo con calma.

         El verso inicial parece claro: el personaje se encuentra a sí mismo viejo y cansado. Pero no sólo se encuentra así, cual lo indica el adverbio. ¿Cómo se encuentra uno a sí mismo “más que viejo”? No se trata de una vejez desmesurada, pues eso cancelaría la posibilidad misma del encuentro. Se trata de un reconocimiento distinto de la vejez. Encontrarse más que viejo es sorprenderse por la vida transcurrida, no asir la cuenta del tiempo y reconocer con dificultad el propio estado respecto de lo que uno cree haber realizado. “Me encuentro más que viejo y muy cansado” expresa la situación en la que un hombre se encuentra cuando su vida, por mucho esfuerzo que se le suponga, no se ve reflejada en la propia situación. Demasiado cansado para seguir viviendo, demasiado viejo como para que vivir haya valido la pena.

         El personaje del poema compensa la sorpresa del primer verso con un intento de mesura: “no estoy ni en uno ni otro extremo”. Si el lector cree que los extremos son la vejez y el cansancio, el lector se engaña. Los extremos son los que permiten situar la realidad de la vejez y el cansancio. No sólo no hay reconocimiento de la propia vida, ni siquiera es claramente explicable cómo es que uno ha podido llegar a tal estado. El personaje del poema no está en el extremo de la vida llamado vejez, sin embargo es viejo; no está extenuado, sino incomprensiblemente cansado. No sólo se duda si la vida ha valido la pena, sino que se sospecha que la vida no ha sido lo que uno esperaba.

         Fallando el intento de mesura, el personaje del poema intenta explicar su estado y en un primer ejercicio de introspección reconoce una causa posible. Problema del lector es reconocer la causa. ¿Melancolía o temor? La redacción de los tercero y cuarto versos da la impresión de asignar la causa a la melancolía. Sin embargo, ¿el melancólico puede temer? ¿No es precisamente la posición destacada del temor en el verso tercero lo que nos permite pensar que la melancolía no es la causa genuina? Como buen moderno, quien habla en el poema tiene una opinión formada de sí mismo que le permite ocultar lo que a sí mismo le pasa: cicuta y pasión de amarga ciencia. Si puede engañarse para hacer de la melancolía la causa, habrá ganado la distancia de sus propios sentimientos, aminorando la sorpresa del encuentro. Porque el hombre moderno es educado, son muchas las imágenes a la mano que le impiden conocerse. El solo cree que él sólo es el asunto de su soledad. Modernos melancólicos que no quieren temer. Introspecciones fallidas de quienes no se atreven a amar.

         Genialidad del poeta: donde el hombre común se queda asido a la imagen que le impide pensar, el poeta da un paso más a la propia experiencia y nos enfrenta, en la segunda estrofa, a la vida del personaje que habla en el poema. El personaje se reconoce: vivo. Y se reconoce en toda su especificidad moderna: vivo pero me escoro. El moderno no puede simplemente vivir, sino que requiere de la técnica necesaria para su vida. Por ello, el viviente de la segunda estrofa complementa su vida con la metodología aprendida: se escoran los buques de guerra, el especialista ve escorarse a la marea. Escorarse a la vida es prepararla para lo imprevisto, considerar a la vida una batalla, al viviente un afanoso de éxito. Escorarse a la vida como la marea baja es rendirse porque de alguna manera se tiene una estrategia para volver a flotar. Escorados, no podemos vivir la vida; sólo malvive el solo con su propia técnica. El poeta lo reconoce y se lo hace ver al personaje del poema: frente al escoro sitúa el fervor. Fervoroso, no por sí mismo, pues sólo nos hace ebullir genuinamente lo otro, el otro. Fervoroso por esperar un instante aún supremo sobre la sombra de nuestras conciencias. Pero el moderno sólo espera instantes: la eternidad le es tan sólo un mito. ¿Qué es un instante supremo para el moderno? Un momento siempre malogrado. El moderno desprecia lo efímero no por su comparación con algo mejor, con lo eterno, sino porque sabe que en el imperio de lo efímero todo pasa y lo único bueno es resistir el paso, aferrarse a la moda. Escorarse nos permite administrar nuestro afán por lo novedoso.

         ¿Es ya el personaje del poema un último hombre? La tercera estrofa presenta tres tipos de conocimiento que corresponden a las facultades del alma platónica. Digamos que la búsqueda del lucero es la facultad que permite la vida contemplativa. Si el personaje realmente puede contemplar no bostezará al mirar las estrellas. El sutil concierto de la belleza sólo puede captarse por el thymos, que nota lo bello conforme al gusto y el concierto conforme al movimiento. Si el personaje no es un hombre exangüe disfrutará las sutilidades más allá de las moralidades. Por ello la epithymía toma la forma que toma: el sexo y los libros. Eros no se subordina al honor; la ciudad no debería amurallar a los enamorados. La diferencia entre amistad y erotismo es análoga a la diferencia entre thymos y epithymía. Pero para el hombre moderno nada de esto es accesible. Eros es un mito griego; la amistad un ideal romano. Las estrellas sólo son rocas incandescentes. El saber es una imperfección del conocimiento. El amor, si no es tecnificable, manipulable o instrumentalizado, es una insensatez, una inmensa imprudencia. Enamorarse podría ser pérdida de lo que se tiene. El moderno es quien se mira tanto a sí mismo y a sus necesidades que nunca ve la necesidad del otro, de un otro. Ningún cálculo permite asumir el riesgo del amor. Lisias es el auténtico sustento.

         Nuevamente, ante la afirmación de la tecnificación del amor, la sabiduría del poeta nos ayuda. Como no todo es retórica, el poeta concluye haciendo al personaje del poema enunciar tres afirmaciones. El poema no concluye: nada hay que demostrar, de nada hay que convencer. El poema se presenta para ver. Eros nos hace ver lo inalcanzable. “Pero el mundo no es nunca el que yo quiero” puede pensarse como un reproche, el imperioso reproche del moderno, reproche que permite no conformarse con la contemplación del mundo y afirmarse en el afán de transformarlo. También puede ser, por cierto, el aprendizaje del hombre que sí puede amar, que se atreve a amar: no es el mundo lo que quiero, porque mi amor incluso podría oponerse al mundo. “Amor me tiene casi manco y tuerto” podría ser una afirmación romántica, la afirmación del moderno enamorado que se avergüenza de lo que el poema le ha mostrado de sí mismo. Se afirma con romanticismo porque se quiere presumir que uno es capaz de pasarla muy mal por su amor. En cambio, desde eros, la frase se explica por la necesaria incompletitud: soy manco hasta que mi mano recibe a la tuya, soy tuerto hasta que te puedo ver. El amor terrible del moderno avergonzado frente a la belleza del erótico. “Y es humo la amistad y desaliento” es un verso que coloca deliberadamente a la amistad en el centro. Desde la incomprensión moderna del amor, la amistad se evapora cuando el amor llega, lo que produce tragedia segura, des-aliento. Porque el moderno confunde inevitablemente las cosas: no sabe que la amistad no puede ser ni pública ni privada; no sabe que el amor necesita de lo íntimo. El moderno no sabe reunir alientos en lo íntimo, sólo imagina el grito de las masas en lo público. En cambio, una amistad que es humo puede ser la parte visible de la otra lectura: es humo la amistad porque envuelve nuestras vidas. ¿Y el desaliento? El aliento del amigo es una motivación a una parte de la vida, no el sustento que recibe el enamorado. La amistad orienta la vida; eros la pone en movimiento. Las sentencias son huecas cuando carecen de sustento. Las sentencias no dejan ver nada cuando no ahúman. El humo y el sustento de la vida son los de una cierta ceremonia quizás inaccesible al hombre moderno, al hombre que no ve qué es el amor. Si acaso puede verlo, como el personaje del poema, habrá de deshacerse de sus fundadas opiniones sobre sí mismo. No se trata de fundar opiniones, sino de que el amor sea fundamento; no hay fundamento solitario. Se trata de ver, no de demostrar. Se trata de ver, no de persuadir. Se trata de amar.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Fernando Escalante reflexiona sobre la retórica en la tetratransformación. 2. Celebré la semana pasada que haya un católico inteligente. Alguien me preguntó: ¿quieres decir que los hay no inteligentes? Pues el lector podrá juzgar. 3. Se engaña el especialista que no ve correspondencia entre el diagnóstico de Ratzinger y la historia de Alemania, pues el Papa emérito no dice que el 68 sea causa de la pederastia, sino que desde el 68 se tomaron decisiones teóricas que ocultan la visibilidad de la causa. ¿Acaso no hubo casos de abuso sexual en la Iglesia antes del 68? Claro que sí, pero fue después del 68 que dentro de la Iglesia comenzó a creerse que la resolución del asunto es específicamente secular. O dicho de otro modo, Ratzinger reconoce como origen de la actual incomprensión de la fe las dos distensiones del arco. (Cfr. Nietzsche, Más allá del bien y el mal, Prefacio)

Coletilla. “En la soledad nace el amor que muere en el aislamiento”. Francisco García Olvera (cuyo recuerdo conmueve a este imperfecto e imprudente discípulo).