Escribir como si supiera lo que digo, resultó ser una tarea mucho más difícil de lo que imaginé. Verá, soy un excelente mentiroso en la vida real, y me he venido a dar cuenta que me valgo de recursos físicos más que de los artilugios retóricos que creí poseer. Es verdad, creí poseer muchas otras cosas más, que ahora me parecen más caducas que la infancia. Algunas de ellas debieron ser bonitas, como dicen los libros que son las estrellas, como dicen los médicos que es el leer. Otras, por necesidad, feas y vergonzosas, pero aún así las extraño por igual. Creí poseer la habilidad para engañar a la muerte, un nombre, una casa, una esposa, tres hijas. Tal vez se acuerden algún día de mí, tal vez me acuerde algún día de ellas. Tal vez, si no he aprendido a mentir aún por escrito, algún día mi diario (si es que poseo alguno) me ayude a recuperar el tiempo perdido. Lo que sí me recuerdan a cada momento, es que tengo los recuerdos perdidos, y una enfermedad cuyo nombre no recuerdo cómo deletrear.