El tirano, el naufrago y el pescador

Es imposible llegar al poder y no sentir piedad. Esto no significa la cancelación del otro, pero sí de lo mejor del hombre y del mundo. El tirano comienza su carrera psicológica de este modo: “pobres, hace poco yo estaba como ellos, hambriento, con frío, menesteroso. Si ellos se esfuerzan pueden llegar a ser algo parecido a mí, y vivir bien”. La carrera por la obtención de bienes es la consecuencia de que quien gobierna al mundo considera que lo mejor del hombre es su tranquilidad material, donde el hombre no tiene que preocuparse por los vientos helados de las alturas antropológicas y sí por convertir la naturaleza en moneda. Ya Rousseau nos advertía de cuánto debilitaba al espíritu las artes burguesas. Pero cabría recordar que el burgués es principalmente materialista y por ende envidioso. Sabe que los bienes que pueda obtener son efímeros y limitados. El burgués debe promover el libre mercado, pero no la obtención absoluta de las riquezas. En este sentido, quien no tiene no existe en el mundo. El tirano en su infinita bondad dice: hay que dar libertad para que consuman el pan que yo les doy: la existencia cuesta 20 chelines.

Así vamos avanzando en el tiempo con necesidades cada vez más sutiles, el deseo se vuelve infinito. Nadie puede obtenerlo todo, sólo el que da. El pobre nace y crece con envidia. Los crímenes se reducen a la negación del pan. No hay crimen, hay hambre. El tirano hace mucho que murió, pero no su producción encadenante. En esta medida el arte es un adorno insano cuando adormece nuestras consciencias (no me limito a la consciencia de clase o social), sino aquella parte del hombre que desea llegar a las alturas del ser.

Es verdad que al arte es un adorno inútil porque es una sutileza del espíritu que en nada ayuda al hecho real y concreto. Pero existe arte saludable. Leyendo el Robinson Crusoe no voy a comprar un auto ni derrocar al capitalismo, pero sí sabré que renunciar a los deberes y derechos de una sociedad enferma es la única forma que tiene el hombre para conocerse. Sin embargo, como lo muestra Defoe, eso casi nunca es posible, ya que depende de unos vientos nada favorables para el egoísmo, y, ¿quién quiere ser un naufrago en el mundo? Todos anhelamos una balsa, un barco mercante, o  si es un crucero, sería mejor.

Ahora comienzo a comprender por qué la vida del santo nos parece tan ajena y descabellada. ¿Quién en su sano juicio renuncia a todo, para entregarse como el náufrago a una voluntad tempestuosa? El nihilista también es un mito, porque nadie desea renunciar a las comodidades del Estado. Ni locura divina, ni enfermedad racional son posibles para nosotros que parpadeamos ante Eros. Aún queda una tercera vía, la del romántico trovador como Byron, pero creo que también depende de cierta fortuna favorable. Quizá es verdad que no haya libertad, pero me animo a pensar con Rousseau y Defoe que lo mejor es deshacernos de aquello que atrofia el espíritu, para elevarnos no al infinito, sino sólo hasta nuestra dignidad.

A esto recuerdo que quien encontró por un momento al ser supremo y sonrió, fue ese viejo pescador del cuento de Hemingway. Ahí supo que Dios no es la fe en Él como poder, sino la entera ausencia del todo.

Javel 

Palabra:  ¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.

Juan Rulfo