«Nosdive» nos espanta sobre el persistente terror de ser calificados. El capítulo de Black Mirror evidencia que la tecnología estimula una actividad humana: la valoración. Es horroroso porque es verdad. La crítica, el chisme, la intriga, la censura basan su existencia en la posibilidad de elegir entre lo mejor y lo peor. ¿Cómo saber que algo es mejor a otra cosa?, ¿cómo se establecen los parámetros para otorgar una alta o baja calificación? El primer capítulo de la tercera temporada no nos ayuda mucho para saberlo; quizá sea lo que diga la mayoría (quienes cuentan con la herramienta para establecer una sociedad al llegar a un consenso). Pero en la cotidianidad parece que el contenido ayuda a elegir si algo es bueno o malo; así como, parece, los motivos de las acciones nos ayudan a saber si alguien se acerca más al calificativo de bueno que al de malo. Por ejemplo, sabemos que un aguacate es mejor que otro porque su sabor así nos lo indica. Entendemos que una película es mejor que otra porque nos representa mejor, nos replantea, es decir, nos cuestiona. Si no entendiéramos que algo es bueno o malo, siquiera conveniente o inconveniente, no podríamos elegir.
Que un ciclo escolar se defina en una cifra establecida por una escala que va del 1 al 10 (aunque a pocos importe lo que hay bajo el inframundo del 5) quita el sueño a muchos estudiantes. Congela, aterra y casi causa enfermedades psicológicas el que en dos semanas, y hasta en menos de 120 minutos, se defina una calificación. Pensándolo con más calma, los conocimientos que se van a verter en un examen son los que se han adquirido a lo largo de muchos años de memorización o aprendizaje. Aunque el camino no siempre es tan llano como pretenden los programas escolares, ni siquiera en el caso de las matemáticas. Los profesores no están tan coordinados como para pasarse a los alumnos a través de una serie de escaleras ascendentes; en todo caso parecería que los llevan por una serie de caminos accidentados donde se llega a la meta sin que los estudiantes que lograron llegar sepan como lo hicieron. El ascenso académico se logra caminado sobre escaleras de Penrose. Pero más problemáticos que los problemas del profesar profesionalmente contenidos, resulta la labor de calificar. ¿Cómo se evalúa cuando cada alumno presenta capacidades distintas?, ¿Se le debe dar la misma calificación a quién se esfuerza mucho que a quien se esfuerza poco, pese a que el talento del segundo sea notablemente mayor?, ¿cómo se evalúa a los alumnos que sufrieron rupturas amorosas o padecieron fracturas entre sus familiares?, ¿el que trabaja merece ser tratado con menos rigor que el estudiante de holgada condición económica? Pero una pregunta me resulta más apremiante, ¿cómo hacer que el estudiante no sobrevalore una calificación como lo hace Lacie?
Separar escuela y trabajo, o, como a muchos les gusta decir, escuela y vida real, me parece una exageración. Las similitudes entre la escuela y la vida después de la escuela son más que las diferencias: se vive la más sucia competencia, se expresan relaciones amorosas y amistosas, se deben respetar los horarios y, principalmente, se califica lo realizado. En toda tu vida te van a calificar, la escuela sólo te prepara para eso; el modo en el que se obtienen las calificaciones a veces importa más que la calificación misma; entregar todo, cumplir con los horarios con preocupante exactitud, seguir las reglas y protocolos sin desviarse ni una línea no es igual a que estés haciendo las cosas bien ni que eso te lleve a ser buena persona. Parecería que nos repite ciclo a ciclo la escuela. La escuela no es la teoría y la vida post escolar la práctica. Vivimos entre teoría y práctica. Me parece que el dicho “así como te ven, te tratan (así como ves, tratas)” se puede glosar más claramente: así como somos calificados somos tratados; así como calificamos, tratamos. ¿Cuántas personas se han merecido el diez?
Yaddir