Los ríos del hombre
Porque quizás algún día alguien nos leerá y nos rescatará del olvido. Porque quizá nuestras almas amanecerán de la noche solitaria. Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, ni quien cultive hierbas en la boca del muerto. Hoy revisito a un desconocido. Buscando un artículo en viejas revistas estudiantiles de Estados Unidos, encontré un breve poema que me gustó. No tiene título. Se publicó en la primavera de 1983. El autor es John S. Carnes, quien al parecer nació en 1956. Probablemente es abogado y comenzó a ejercer tres años después de que escribió este poema. Podría vivir ahora en el condado de Chester, en Pensilvania. Va la revisitación.
Incómodos los silencios
—el tiempo tartamudea lento
cuando de mi amor te hablo.
No quiero ser llano o vago.
Por la espesura el deshielo
va corriendo veloz y puro:
—y nuestro amor, te lo aseguro,
es feliz por los arroyuelos.
Y si tardo tartamudeando,
es por nuestro común esfuerzo
—la necesidad de pensar.
Al final me alegra no encontrar
discurso fácil, palabra lista;
ya vendrá cuando la llame,
cuando oiga a quien me ame.
Námaste Heptákis
Coletilla. “La belleza que se marchita por la soberbia es vergonzosa”. Clemente de Alejandría