Esencia Humana

Dentro de las curiosas mil y un estatuas hechas de oricalco, las grebas, los cascos, las armaduras y los candelabros. Se encontró también, a sorpresa e ignorancia de los investigadores, el desodorante de pies que usaba Elena.

Era una cacharro, que si le preguntaran a un mejicano cómo describirlo, su decir asemejaría al artefacto que usan los señores que venden raspados, para cercenar un pedazo del cubo de hielo con el que preparan sus delicias. Tenía el color del legendario metal, lo cuál le daba cierto aire de nobleza y alcurnia. Así mismo se encontró rodeado de un montón de estuches con artículos de belleza de la época. No se sabe bien todavía cómo se usaban, pero debía ser la belleza la finalidad ya que agrupar tantos colores hermosos, en un perfecto estado en contra del paso del tiempo, el corroer de las aguas, la ira de los dioses y el aglutinamiento de la sal; no es una tarea sencilla, ni siquiera en nuestros tiempos, por supuesto, ni entonces ni ahora, nadie ha querido causar la desilusión de una reina divina. Es por ello que los eruditos están considerando la teoría de que todos esos artilugios también le pertenecieron a Elena. Es cierto que en los últimos estudios realizados al oricalco se han descubierto propiedades antienvejecimiento formidables, casi casi mágicas, que no se pueden explicar aún sin recurrir a la magia o al milagro, propiedad que resultó ser más que agradecida por los expertos, ya que gracias a este material se pudieron encontrar los contenidos como si el paso del tiempo solo hubiera sucedido en su exterior.

De cualquier manera, el desodorante de pies de Elena, se disntinguía por su rareza, el resto de las cosas, tenía diseños, que si bien nos parecieran innovadores a las personas de nuestros tiempos, no distan mucho de los modelos actuales que tenemos de objetos similares. Excepto, por supuesto, de este exquisito artefacto. Es un tanto raro de explicar, ya que, sí, en cuanto hubo llegado al laboratorio antropológico, los doctores con caspa se dedicaron a rascarse sus cabezas sabihondas en todo tipo de disciplinas y áreas del conocimiento, mientras exploraban todos los objetos allí encontrados. Llevándose la sorpresa de que los perfumes encerrados en cristalinas vasijas del tamaño de un puño, mantenían sus combinaciones perfectas de ámbar, sándalo, almizcle, algalia, vainilla, musgo de roble y otras dos notas que no se alcanzaban a descifrar. El asunto es que este perfume en particular era potente, y parecía no tener más de 1 año de haber sido producido. Por supuesto, al encontrar esta ciudad perdida, podemos saber que eso era simplemente imposible, más de dos mil años había pasado la humanidad buscándola como para pensar que esa esencia fuese tan reciente.

Se estarán preguntando a estas alturas un par de cosas bastante coherentes, la primera es cómo carajos supieron los eruditos que aquél artefacto era el desodorante de pies de Elena, y en segundo lugar, ¿por qué de Elena? Bueno, la primera respuesta es un tanto obvia, ya que si bien el artefacto tenía un olor exquisito de flores y delicados tonos de los más finos perfumes que la naturaleza tiene para ofrecer; así también, encerraba el más prístino y divino olor a pies que jamás hubiera olfateado una nariz sobre la faz de la tierra. Era un aroma inconfundible, no cabía la menor duda de que eran pies aquél olor que, curiosamente, entonaba de una manera magnífica, deliciosa y sinceramente sensual con el resto de las notas olfativas que estaban encerradas en aquél artefacto, que una vez abierto, inundó de la manera más suave con su aroma el cuarto completo, con un olor bien definido que se fue esparciendo con una suavidad y amor como si a un par de alas angelicales se les hubiera comandado espolvorear tal gozo en aquél impío lugar de experimentos.

Con respecto a la pertenencia a Elena no solo de este extraño artefacto, sino del resto de los colores y artículos de belleza, tendrán que valerme la única posible prueba que puedo ofrecer, y ésta es, que al momento en el que este grupo de expertos sesudos y eruditos más que calificados olieron tan divino aroma; poniéndose de pie abruptamente sin un ápice de pudor, ni duda, fue el único poeta allí reunido, el que gritó a los cuatro vientos el nombre de aquella ninfa querida. Grito, que como una maldición, hizo explotar inmediatamente la discordia, la discusión y animadversión en aquél grupo de pobres mortales sabelotodo.