Paradoja política

Paradoja

Había una vez, hace unos cuantos siglos, un político que decía que todos los políticos mienten, roban y traicionan. Lo señalaba como si esa fuera la naturaleza propia de los políticos, y creo que la generalización la permite sólo una experiencia de vida, aquella que se tiene cuando se vive en un estado fallido, como aquel en el que se formó el político del que ahora hablamos.

Cuando ese hombre comenzó a señalar mediante las generalizaciones el modo de ser de los políticos de su Estado indicaba al mismo tiempo que él no robaba, ni mentía, ni traicionaba.

Recordando que este hombre se formó como político entre políticos que mienten, roban y traicionan, ¿qué tan creíble es la afirmación de este político cuando dice que él no miente, ni roba, ni traiciona?

Maigo

Inocente preguntilla: ¿Qué es portarse bien?

Insultos

¿Puede una palabra incitar al odio?, ¿repetir constantemente una sola palabra podría provocar que muchos sintieran odio hacia las personas a quienes se dirige el insulto? Quizá habría que contextualizar la pregunta, pues en la historia alemana hay casos en los que una sola palabra incitaba al odio y este sentimiento fue conducido para dañar a millones de inocentes. Muchos años antes, un árabe escritor narraba las más insólitas peripecias de un valeroso y sin par caballero; entre sus muchas historias, el caballero se encontró con que una guerra podía causarse por un rebuzno. Si un rebuzno es más complejo de entender que una palabra, no creo que sea un asunto fácil de discernir, por lo que dilucidarlo me llevaría a otras largas orillas; aunque sí habría que precisar que el primero que rebuznó en la referida historia no lo hizo con una intención bélica ni mucho menos para incitar al odio. Pero sería pertinente precisar ¿la palabra escrita en una red social podría incitar al odio?

Una palabra puede condensar el enojo, explicarlo, verterlo. Pero la palabra no se queda en su significado, también hay algo que nos hace sentir al escribirla, al proferirla y al leerla. Un insulto de una persona cercana nos duele más que el de quien sólo sabemos de su existencia hasta que nos insulta en redes. Un insulto de un hombre con muchísimos y fieles seguidores afecta más que el de un desconocido en el transporte público. Las redes sociales se han transformado en un cuadrilátero con luchadores anónimos, solitarios o en grupo. Esto no es nuevo. Cualquiera de los insultos que han perdurado en redes podrían incitar a su réplica, transitar con facilidad del seguidor fiel de una ideología al niño que comparte memes de los Avengers. Pero eso no hace al niño transformarse en un ciego defensor de la recién conocida ideología por una sola palabra, de admirar nuevas ideas y nuevos líderes, de prepararse para actuar en defensa de algo que quizá no conozca. Aunque inevitablemente habrá quienes compartan esas ideas, que expandan más de un solo insulto y gracias a las redes puedan conocerse, juntarse y planear. Pero las redes no podrían detener esta clase de grupos, me parece, sin que sean vistos como censores retrógrados. Claro, otros usuarios podrían denunciar los grupos de odio para que sean cerrados temporal o definitivamente. Aunque no todos los grupos son tan diáfanos en sus objetivos como para asumirse como anti algo; el concentrar sus ataques a sus enemigos usando una sola palabra sería absurdo si lo que quieren es sumar adeptos. Tal vez una palabra les ayude a sembrar discordia en distintos grupos de las redes para identificar a potenciales aliados y conocer a sus potenciales enemigos. Los líderes populistas abusan de sus reflectores para mostrar o probar su fuerza mediante los insultos (¿sería capaz Facebook de censurar a algún líder mundial?). El insulto vertido en una palabra es el primer paso para un plan claramente trazado. El mayor peligro está en quienes socializan astutamente en las redes.

Yaddir

El sonámbulo

 

Hera, no temas que ningún dios u hombre pueda ver nada,
pues yo te encubriré con una nube de oro,
y ni siquiera Helios podría vernos a través de ella,
ni aunque mire con la más aguda luz de todas las que ha habido.
Ilíada, XIV, vv. 342-345

Al retirarse el fuego diurno por la noche, se le separa el fuego congénito;
entonces al proyectarse de los ojos, cae sobre algo que no le es semejante,
cambia él mismo y se extingue, pues se volvió desemejante el aire que
lo rodea, que ya no tiene fuego. Le impide ser visión y lo lleva a volverse sueño.
Timeo, 45d

Tarde. Noté tarde que el mesero había observado el estado de mi té durante su última ronda a las mesas. Lo noté no en el ojo, sino en la memoria. Como cuando alguien dice algo pero no se le escucha bien; y justo después el ritmo se repite, la voz resuena en el tímpano y, ¡sorpresa!, aparece el sentido. Se escucha bien después de haber oído. Ya estaba ahí lo dicho, pero había que descubrirlo. Probablemente ya estaba ahí incluso antes de ser pronunciado. ¿Y si es así todo lo que escuchamos? ¿Todo lo que vemos? Creía que conocía una obra de Calderón de la Barca que me gustaba mucho, que he leído varias veces. Y ahora que mal recordaba las palabras agudas de cierto personaje, me sonaban como si nunca les hubiera puesto atención: «¿qué haremos, a pie, solos, perdidos y a esta hora en un desierto monte, cuando se parte el sol a otro horizonte?». Damos a las estrellas el dudoso honor de ser el retrato de otros tiempos, de ser para nosotros luz llegando desde lejos, del pasado. Y por supuesto, de que ahora mismo son un misterio encerrado por miles de años en la bóveda negra del cielo. Quien quiera mirarlas tal como brillan hoy tendría que pagar el precio en años, tantos como no ha guardado juntos ningún pueblo nunca. Tal vez no son únicas en esto las estrellas, quizá así son también nuestras voces. Otra cosa ya que suenan. Otra cosa ya que se escuchan. Como la mirada del mesero que pasó queriendo ver si había tocado ya mi té. Pero no, ya era tarde. Quise tomarlo ya que se había enfriado. Así encontré el vestido sobre la cama de nuestra habitación: tela fría, ya perdidos el calor y la figura. Sin tensión. Sin la risa que suscitaban las puntas de mis dedos. ¿Sabía entonces qué eran? Y en mi memoria encontré también pronunciadas las palabras que tantas veces oí, pero que ahora entiendo. Muy tarde.

Aburrimiento

Hastiados de tejer suéteres, confeccionar y comprar pequeños accesorios a la moda para vestir a sus mascotas como si fuesen seres humanos; los amigos y defensores de los animales, comenzaron a regalarles en el día de su cumpleaños, cirugías plásticas para su satisfacción.

Cristal de dura roca

 

Cristal de dura roca

 

 

a 115 años del nacimiento

de Salvador Novo

 

Salvador Novo es una contradicción constante en mi vida. Vuelvo a Novo y huyo de él. A veces, creo iluso que he escudriñado sus versos al grado que no me deparará sorpresa alguna, mas una alusión, apenas reojo, me deja nuevamente expuesto, como quien se sabe descubierto. En ocasiones recorro confiado la silueta del personaje como si pudiese asegurarme que no me volverá a perturbar; confianza insensata. Hay días en que me asumo libre del demoledor juicio de Paz; otros en que me inunda la sospecha por mis simpatías con Fabre. Salvador Novo es una contradicción constante en mi vida; volver a él me hace volver a mí… al menos en un sentido. Cuando el diálogo era posible y yo hablaba de Novo, la actitud usual de los demás era condescendencia ilustrada o franca escapatoria. Condescendencia, porque soportaban una vez más mi gusto por un poeta rarito, toleraban mi simpatía por la amargura mordaz o una equívoca predilección por la moral dudosa. Escapatoria, claro está, de la dudosa moralidad, la mordaz amargura y lo rarito —inaceptables para el hombre cabal, para el machito ilustrado o para el timorato incapaz de preguntar por sí mismo—. “Novo estaría muy bien, si no fuera por sus detalles”, parece que los demás pensaban; nunca lo dijeron, nunca me lo dijeron. Sólo recuerdo dos personas con las que pude conversar sobre Novo. Uno, que se deleitaba en la cita procaz: “Miro la vida con mortal enojo; y todo esto me pasa, dueño mío, porque hace una semana que no cojo”; nunca sabré si la procacidad lo deleitaba cáusticamente. Otro, apreciaba a Novo por los anillos y las pelucas; aprecio inexplicable, pues él las sabe lucir mejor. Lo importante, empero, es que además de ser contradictorio en mi vida, Novo provoca contradicción en los demás. Quizá no sea exagerado afirmar que Novo produjo repulsión para ocultar su atractivo, que Novo produjo su propia contradicción.

Quien mejor conoció a Novo fue también quien mejor lo explicó. Sobre su modo de escribir apuntó certero: “su dinamismo, su novedad, se logran por medio de asociaciones de ideas de una rapidez increíble”. Por ello, “es el poeta que sustantiva las sugestiones más fugaces e inasibles. Y no es que sea más inteligente que sagaz y emotivo. Sucede, sí, que en sus poesías la nota sensible está detrás de las observaciones, de las imágenes”. Para leer a Novo, según esto, será necesario ir más allá de la imagen de sí mismo, de la contradicción inicial con la que a primera vista se presenta. Quizá por ello es que me parece tan interesante el poema Elegía, pues es el único de toda la obra de Salvador Novo en que el plural abarca a más de dos personas y lo incluye a él mismo. Si hay poema en que Novo describa su nocturno mar y lo reconozca en otro, ese poema es elegía. Leámoslo.

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,

grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,

largas y fláccidas como una flor privada de simiente

o como un reptil que entrega su veneno

porque no tiene nada más que ofrecer.

 

Los que tenemos una mirada culpable y amarga

por donde mira la Muerte no lograda del mundo

y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas

porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro

ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del Tiempo

en una noche cuya aurora es solamente este mediodía

que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad.

 

Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis

sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera

para no detenernos nunca ni volver a ser lo que fuimos

mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo

y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos

o para tiernamente enlazarse.

 

Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos

a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es todo el pan y la única hostia

hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre nuestros corazones angustiados

y no veremos nunca con nuestros ojos limpios

otro día que este día en que toda la música del universo

se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías

y en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y el humo.

 

El acercamiento usual a los poemas de Nuevo amor señala el recurso a confundir el yo de quien habla en el poema con el tú al que se habla en el poema, de modo que así suele explicarse el raro plural que da inicio a cada estrofa. No concuerdo con dicho acercamiento. Creo que para comprender el poema se han de seguir con cuidado sus correspondencias internas y que la instrucción de atender a las correspondencias viene dada por la marca de regularidad del poema: los primeros versos. Atendiendo a los primeros versos, se ha de notar la construcción de un sentido a partir de los tres verbos principales: tener, haber y vestir. El camino de un verbo al otro describe una vida completa, abre la posibilidad de una elegía.

Tan cierto es que el poema describe una vida completa, lamenta una cierta muerte, que el verso inicial de la primera estrofa tiene su correspondencia —y en ella se completa— con el verso final de la tercera estrofa. Las manos que no nos pertenecen se contrastan con las manos que tiernamente se enlazan. Entre dichos versos se encuentra la vida descrita en el poema. En la estrofa final se mira la vida concluida, se hace conclusión de la vida. La conclusión, empero, no es igual a la muerte: la Elegía de Novo lamenta la pérdida de una cierta disposición a la vida, anuncia su determinación de un cierto modo de vida, de una cierta muerte. De ahí que en su tiempo el poeta advirtiera que en Nuevo amor llegó a su fin la inspiración y lo que en la poesía podía lograr.

Mucho se ha dicho sobre el primer verso. Mucho contribuye el personaje de Novo. Cierto, el poeta deploraba su fealdad en los escritos que publicó en vida. Cierto, el personaje público de Novo dijo que sus manos le parecían feas. Cierto, la desdicha amorosa que conforma la imagen pública de Novo concuerda plenamente con el desprecio de unas manos. Sin embargo, todo ello es superficial, impresión primeriza, simpleza. Nadie tiene simplemente manos. Tener manos es un saber de sí que dispone al hombre en una actitud hacia el mundo. (Los estudiantes de tensegridad recordarán ahora aquel ejercicio básico y de principiantes sobre las propias manos en la actividad onírica). La caricia, el taller y la azada ejemplifican tres disposiciones al mundo: la alcoba, la ciudad y el campo. El poeta todas las trasciende. Tener manos que no nos pertenecen es guiar la escritura por el misterio de la inspiración. Que otros gocen y trabajen. El poeta goza en sus palabras, produce en sus renglones, germina en las almas. El campo, la ciudad y la alcoba facilitan el encuentro. El encuentro en el poema requiere de un encuentro afortunado. Pocos saben aprovechar la fortuna; los más la desprecian insensatos. El poeta nunca sabe si sus más sentidos versos serán leídos por su destinatario, si las palabras más apasionadas acariciarán el alma del otro, si acaso hay otro tan ajeno a lo mundano como para todavía escuchar. El poeta nunca sabe de la utilidad de su poesía, de la fecundidad de su creación. Por ello, la estrofa se completa con la flor privada de simiente, con el veneno. El lugar siempre intermedio del poeta lo expone a la soledad y la enemistad, al desamparo.

La complejidad aumenta en la segunda estrofa. Nuevamente, Novo facilita una impresión superficial: que habla de la amargura del hombre que no puede casarse (“mirada culpable y amarga”, “no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro”). Y es necesaria la impresión superficial: sólo así pueden estar tranquilos los superficiales. Notemos, en cambio, las inesperadas mayúsculas. Si se tratase de un poema metafísico, claramente veríamos en la muerte y el tiempo el origen de la aparente y culta amargura de la estrofa. Pero ver algo así no es sólo la impresión superficial, sino la superficialidad de quien se cree profundo. La estrofa procede contraponiendo. Primero, en la mirada se contraponen la culpa y la amargura con el mundo: el poeta sabe ver los detalles que escapan a los superficiales; a veces, la sabiduría podría parecer culpable por tener placeres tan distintos a los de la gente del mundo; a veces, el sabio podría parecer amargado a la gente del mundo. La amargura y la culpa contrastan con la sonrisa del poeta, pues sólo él ve de frente a las estatuas desnudas. Para el poeta no hay rendición del tiempo. La poesía no conoce terminación. El poeta, más que un vigía, acepta su contingencia en cada vistazo de eternidad. (Cfr. Esquilo, Agamemnón, vv. 1-9 con Platón, Fedro, 251c). El sabio no juega a la tragedia.

Precisamente en la comparación entre el poeta y la tragedia es que Salvador Novo reúne al Génesis y a Sísifo en la tercera estrofa. Por un lado, en tanto mito cosmológico, Sísifo representaría el eterno retorno, la antropomorfización de la sentencia de Anaximandro. Pero el Génesis es contrario al eterno retorno. Si hubo Creación, fue definitiva. Si la naturaleza no es definitiva, no hay dios. Si no hay dios, todo vuelve. Si todo vuelve… la nada. Todo lo cual es perfectamente superficial. El poeta sabe que es imposible asumir un mito cosmológico sin poesía. El poeta sabe que “los hombres van trabajosamente ascendiendo”. El sabio ve a los hombres asociarse, solucionar su vida, progresar… Los hombres recortan la hierba, desbrozan la maleza, van hacia adelante para no volver. Los hombres que progresan aceptan su muerte. Y decoran su muerte de civilidad, de ternura, de fruto. ¿Acaso no hay fruto del poema? ¿Acaso los versos no nos abrazan? ¿Acaso leer no es un acto de civilidad? No hay lectura civil donde todo es superficial. No hay poesía donde el único fruto es comestible. Si le grain ne meurt

Y entonces el poeta acepta su nueva condición: vestimos cuerpos como trajes envejecidos. Allí donde imperan los superficiales, el sabio ha de aprender a parecer superficial. Allí donde no hay civilidad, el sabio ha de ocultar sus nostalgias. Allí donde las migajas son la única hostia, el sabio aprende a comulgar. ¿Resignación? ¿Renuncia? Sí, desde cierta orilla. Pero quien conoce el nocturno mar, quien reconoce la voz cifrada, quien sabe mirar en el sueño sin agua ni palabras, no se resigna, sino que sabe que la creación es más que arcilla y humo (Génesis 2:7). Los superficiales juzgan como si fuesen dios… y se condenan a la tragedia. Los superficiales creen que la amargura es la tragedia del contradictorio Novo. Los superficiales sólo pueden juzgar superficialmente. Salvador Novo oculta la claridad del cristal tras la apariencia de una dura roca. La mayoría prefiere adorar la roca, la gravedad, la nada.

 

Námaste Heptákis

 

 

Escenas del terruño. La 4T inicia ahora su “reivindicación” de Narciso Bassols, a quien nombran ejemplo de austeridad republicana y actitud crítica. ¿Cómo ejerció su austeridad? Despidiendo al que pensaba diferente, persiguiendo a quien no fuese socialista. ¿Cuál fue el producto de su actitud crítica? La censura. Creó el comité de salud pública que acabó con la revista Examen, acusada de inmoral. Precisamente los Contemporáneos (Cuesta, Novo, Pellicer, Villaurrutia) fueron víctimas del homófobo comité de salud pública.

Coletilla. “Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño”. Robert Musil

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Dicen de Heráclito que alguna vez escribió: es necesario defender las leyes tanto como a los muros de la ciudad

La verdad en movimiento

La verdad en movimiento

Puede verse a la Filosofía como una forma profunda de la retórica y por ello como un pensamiento que atiende a resolver problemas de conocimiento inmediato o prácticos. Sin embargo, la posibilidad de dar respuesta a los problemas de la vida cotidiana no tiene mucho que ver con la ciencia primera. Es verdad que en cualquier caso la situación histórica es lo que posibilita la pregunta por el conocimiento, pero si el filósofo responde a la situación analizando la situación misma o describiéndola, en sentido estricto estará haciendo tautologías. Lo primero para nosotros no es lo mismo que su causa primera. Con esta afirmación comienza la sospecha y el juicio a Sócrates. Salir de la obviedad sólo es posible con una mínima rebeldía por parte del Eros filosófico, es decir, sólo cuando se abandona lo evidente o mejor dicho se le enjuicia, es cuando podemos salir de la verdad cotidiana, estacionaria. Todos dicen que sí, ¿por qué? Otra forma de decir esto es que la Filosofía se sabe crítica porque reconoce sus limitaciones y el alma aspira a la verdad última.

La primera limitación es quizá la del tiempo. ¿Cómo va a existir una verdad última que trascienda si el hombre es histórico lo mismo que sus signos o construcciones? El hombre necesita alma inmortal -otra sospecha. Es verdad, si es que por ello entendemos la cuantificación de la vida humana, pero esta cuantificación atiende a la división primordial cartesiana, es decir, la división entre res extensa y res cogitante. A partir de aquí es posible hablar del tiempo como la suma de momentos, como si tratáramos de formar un vitral a partir de cada uno de estos instantes, hasta que con la muerte de cada uno se forme la figura final y el juicio último de cada hombre. Reacomodar los juicios de este vitral es posible con la aritmética y geometría mientras se vive. Pero visto así, el problema del alma, como lo supo Descartes, es que la separación entre “yo pensante” y mundo es ya insoslayable. No hay verdad primera, se va creando. El conocimiento es más seguro si también cuenta con “forma, situación y movimiento”. Desde aquí la relación hombre-mundo no puede ser más que recuperada por la cuantificación al infinito de sus partes. ¿En dónde encaja el hombre? En los átomos. Sólo que es un conjunto de átomos superior, ya que sabe de sí. Está sólo en el universo. El individualismo es también inevitable y cada hombre sólo alcanzaría a saber de sí y eso de una mínima parte, su situación biográfica, por ejemplo. La sospecha se hace grande sólo para el filósofo.

Si seguimos esto, la segunda navegación de Sócrates se hace necesaria. Interesarse por los otros en la medida de la comunidad política, así como sus raíces primordiales, la teología y teleología a fin de recuperar la unidad política, lo mismo que la naturaleza del hombre como un todo íntegro.  ¿La segunda navegación es un cuento (retórica) porque Platón le temía al infinito? No lo sé, pero atiende más al amor por la verdad última. En el otro lado están los amantes de verdades individuales y tiránicas. Y es que la posibilidad de salvar a la Filosofía de caer en la llamada proliferación de las retóricas o cuentos insostenibles, parte de que la primera preocupación del filósofo es saber quién es él (sin apartarse del mundo) y sin negar la idea de un fin a su existencia (nihilismo), así como de la recuperación y justificación en la relación hombre mundo, hombre polis, hombre-divinidades, hombre-hombre. Esto último porque al diferenciar hombre de mundo, Descartes logra imponer unas falsas cadenas en la mente y orgullo del hombre; hora se sabe sometido a la naturaleza, hora al sistema, hora a la historia, hora a sí mismo. Si Dostoievski trata de salvar a su Hombre del subsuelo, Nietzsche lo enferma hasta la locura.

Kant trata de salvar al hombre de estas cadenas. Pues sabe que el hombre será libre por su capacidad racional y su deseo del bien universal, sabe que el reconocimiento de un bien supremo es sólo posible si cada uno abandona su individualidad para someterse al bien del Estado. Libre albedrío. Voluntad racional y voluntad general están el inicio de la tiranía moderna. El amor al bien ha desaparecido, el hombre cuenta con la moral del deber. Se han reducido sus causas. Ya no es el hombre en relación consigo mismo. El mundo sigue siendo el otro que aterra e invade. Y su sombra es la luz más aterradora, es el nihilismo. Es el hombre sin amor ni verdad, sin ayuda de la voz divina, sin Eros. Es el hombre ideal de la razón; por eso Rousseau se diferencia en suma de los ilustrados, ya que él pone al hombre frente a sí mismo, para que éste pueda actuar en virtud de su naturaleza más plena y no de acuerdo a una mínima parte del cerebro o juicios a priori

Sócrates nos advirtió. El buen amante es atento y no pretende ser dueño de su amada, porque la tiranía en el amor aparecería como su más alto logro y no como su peor bajeza. Eros y conocimiento del bien en sí mismos son los pilares de los cuales parte la Filosofía, lo demás es historia de la dominación innoble. El buen amante nunca triunfa de su amada, peregrina por ella para ser su digno compañero. Obvio la verdad no es estática, es activa, fuerte, compañera encantadora.

Platón atiende a la parte erótica del hombre, porque sabe que sólo esto unifica acción y pensamiento. Aunque para el cobarde la Filosofía es siempre sospechosa: ¿me amará? ¿no será un engaño? Mejor no amar a esas alturas, podría ser pésimo negocio. ¿Dices que hay algo que se llama amante, pero no amor, Meleto?, ¿y que hay hechos de hombres, pero no hombres? Quien pretenda permanecer en el asiento de la «verdad», habrá perdido para toda su vida la dulzura de un paseo en el mundo más claro.

Javel