Ausencia del presente

Ausencia del presente

A quince años de tu muerte y a dos semanas de su ausencia me permito hablar de lo más escalofriante que he visto: la huida del presente, o, mejor dicho, su abolición. No es que se estanque el tiempo, más bien desaparece. Te despiertas con la noticia de un abandono o destierro. Esto debe ser lo más parecido a la nada. En ese abandono aprendí que la vida es real, y no porque su única significación sea la nada o la muerte de las que poco sabemos, sino a que viendo el consuelo, la cercanía de los otros, es como la vida se soporta, se hace la unificación de la carne con el espíritu sólo por el amor que desborda la experiencia de la nada, sólo cuando carecemos de todo es posible el amor y por ende el más íntimo y real significado de la vida.

Aun así, es un golpe fuerte, un estrangulamiento ver cómo lo único que queda es la ausencia en el rostro de quien fue, pero ya no será. Alguna aparición quieres que suceda, que respire, que sea, que viva. Ya no es. No soy un santo y me revelo. ¿A dónde te los llevas? ¡Devuélvelos! “ahora tienen una tumba por la cual llorar”, me dijo aquel año una ancianita que llevaba flores a su hijo muerto de hidropesía. No entendí nada en ese entonces. Quería decir que ahora teníamos una tumba para recordar el luto humano: la aparición del amor como fuente de reencuentro eterno; de niño sólo atiné a pensar que se reía de nosotros.

Ya he visto muchas veces la cara de la muerte, que es terrible y trastoca hasta el punto que te encuentras con el otro en la única compañía posible para este momento: el consuelo de las almas. Uno piensa que la muerte es pasado o futuro, pero está aquí mientras escribo. A ti que eras roble te desquebrajó el pinchazo de un clavo sucio que encontró camino por la diabetes. Esa herida desdibujo el café de tus ojos, hasta que fueron de un gris vaporoso, bello y profético, buscabas, desde ese entonces, la mano que te guiara. A tu retoño la leucemia le comió la médula, pequeña rama que apenas iba a dar sombra. Se fue sin decir palabra, con la esperanza de volver a jugar entre el viento de la tierra que hemos descuidado. Ya sé qué dirías si te enteras de esto, don Cirilo: que no está bien que nos abandonemos en estos tiempos, y que tu mano es la que ahora nos espera, nos guía, como siempre. El presente se hace promesa, aunque lentamente.

Javel

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