El principal enemigo del libro es la digitalización. Extraño es expresar esto de modo digital. No se trata, pues, de la digitalización de los libros, sino de los modos de expresión. La expresión en redes nos acostumbra a leer como en las redes, a escribir como en las redes; la comprensión tiene que ser rápida, breve, de datos fáciles, casi maquinal. No saber qué hacer con el tiempo libre parece una natural consecuencia de las costumbres que han instaurado las redes. No podemos entender un libro si al acabar una página leemos una página de otro libro y al acabar esa segunda página nos pasamos a la página de un tercer libro para que al acabar ésta nos pasemos a una cuarta página de otro libro y así hasta haber olvidado completamente la última frase de la primera página.
Pero si de enemigos contra los libros se trata, la falta de oportunidades para adquirir libros es peor que el dominio de las redes sociales, pues da un pretexto para que crezca ésta. Los remates de libros son una excelente oportunidad para comprar buenos textos: las editoriales rematan los ejemplares que ya no se vendieron después de mucho pasearlos para perder la menor cantidad de dinero posible y mantenerse en boga; los compradores adquirimos material que a precios de lista sería casi imposible comprar sin pasar hambres o frío. Si faltan estas oportunidades, las industrias de los lectores y de los libreros enflaquecerían; si estas oportunidades están mal organizadas, las ventas se reducirían y también podrían desaparecer las referidas industrias. Un ejemplo de mala organización sería que los espacios que les dan a las editoriales fueran pequeños, o que pusieran las editoriales en distintos lugares al azar, en carpas por ejemplo, sin que éstas fueran temáticas o que predominara variedad de algún tipo por carpa. Poner muchas carpas por separado y dispuestas en desorden en lugar de que las editoriales estén ordenadas en hileras, en dos pisos claramente identificables, dificulta al comprador saber qué locales le faltan por visitar o darse cuenta de cuál visitó. Peor aún es hacer el evento en temporada de lluvias: los libros se mojan y las personas no quieren salir de sus casas. Supongo que a ningún gobierno se le ocurriría hacer un evento librero con tantos defectos si, supongamos, lo que principalmente le importa es promover la lectura.
Yaddir
¿Y si te digo que ciertas editoriales cobran un canon a los autores que autoeditan por el coste de destrucción de las copias no vendidas?
Pues si, amigo, hasta el fracaso cuesta dinero.
Pero me atrae más comentar otro aspecto de la digitalización y su repercusión negativa en la lectura: la enseñanza.
Niños de ocho o diez años que van a clase con una tablet. No tienen que escribir, y casi no tienen que leer. Las tareas, y he supervisado más de una, se quedan en responder tests pulsando botones. Si se sigue esta tendencia, estos niños llegarán a la universidad sin haber cogido un jodido bolígrafo. Estamos sustituyendo los analfabetos digitales por una generación chachiguay de analfabetos funcionales.
¿Como esperar entonces que esta generación llegue a conocer nunca el placer de la lectura? ¿Que iluso puede dedicarse a escribir para esta camada del milenio, que al tercer párrafo se queda ya sin respiración y hay que meterles un chute con el desfibrilador?
El tercer milenio se está volviendo tan asquerosamente digital que dudo mucho que el arte y la cultura sobrevivan más de dos generaciones.
Mi actitud, bastante radical, es que solo consumo creaciones de autores muertos. ¿Por qué? Pues porque estoy convencido de que en este siglo, un nuevo Mozart habria terminado cosiendo zapatillas de marca para otros niños.
Pena de humanidad, oiga.
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Tocas un punto clave que ya no pude desarrollar a detalle: la educación. Al parecer se está educando para que las personas sean útiles en asuntos tecnológicos. Los consumidores demandan productos que nos hagan pensar menos con mayor y los vendedores demandan productores tecnológicos. Por eso cada vez se vuelve más redituable ser programador o físico especializado en discos duros. Compradores y productores rinden tributo a la tecnología con sus vidas.
Aunque no sé si el arte tenga los días contados. Podemos aprovechar de estos espacios, de la digitalización de la palabra, para darle un buen uso, como difundir a más personas este tipo de críticas; hay autores de hace milenios que sólo he podido leer gracias a la red.
Gracias por tu comentario, Israel. Me mostró que debemos pensar a la digitalización como un arma de dos filos.
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