El doctor Franz
“porque los seres, en sí mismos considerados, son incognoscibles; y sólo es objetiva la relación”, Antonio Caso
Hoy quiero hablar de un hombre solitario, será un ejercicio de la imaginación hasta el punto de negar el tiempo, o quizá, acelerarlo. En quien pienso es un hombre ya maduro. Ha vivido por espacio de treinta y siete años abandonado a su suerte en este islote. No está tan mal, ya que siempre hay fruta por todos lados para satisfacer su hambre, agua para beber también hay casi en toda la isla. No habla. Vive en la obscuridad racional. Ni siquiera es conducido por sus instintos a buscar raíces, estira la mano y lo consigue todo. El paraíso de la autosuficiencia ha llegado para este amigo, pero él no lo sabe. Animales no hay, es un espacio virgen de movimiento sensorial. Las hierbas que lo acompañan a veces silban con el viento y él se asusta, huye al primer agujero que encuentra. No sabe más que ese miedo y esa hambre, lo mismo que esa tranquilidad y goce cuando cesan. Vive atrapado en su isla, en su cuerpo. No le reporta nada la pasividad caribeña. Como ha vivido tan poco, no ha aprendido las relaciones del tiempo, hablo de cambio estacionario, sólo siente frío y calor. Tampoco sabe de sí, más allá de la piel.
Un día, hace años, mientras caminaba a orillas del río, vio su reflejo -claro, él no sabía que era suyo, porque no sabe nada de lógica. Lanzó piedras al intruso, éste se desvaneció en ondas infinitas. Luego pensó en regresar. Cuando volvió, ahí estaba él esperándolo. Nuevo ataque ahora con los puños, que él otro también levantó. Se hizo su voz un gruñido sordo. El otro mudo, sólo hizo ruido al golpear el agua. Por un tiempo, sólo iba de noche a saciar su sed, y únicamente cuando todo era obscuridad. Un día, él se levantó por la mañana, había olvidado ya el incidente aquél. Cuando estuvo a metros del río recordó algo que lo hizo alejarse un poco, pero la sed de saber lo llevó otra vez al río, en plena luz solar del solsticio de verano. Ahí estaba no él, ni el otro, sino otro más, con la piel más marchita, con la cara enjuta y amenazantes, entre vellos faciales, unos ojos de odio. Él no sabía que esto era miedo y odio al individuo. No volvió más, porque ese verano murió. Cuando entramos a revisar su “isla”, encontramos unos dibujos algo extraños que al fin hemos identificado como aves y un hombre con un bastón.
-Doctor, ¿cómo sabe que eran aves?, y ¿cómo no registraron el proceso de creación aun con todo el equipo de grabación que hay en la “isla”?
– A lo primero, porque también dibujó la isla, o al menos una parte de ella y encima estos seres que volaban. A lo segundo, lo único que sabemos es que, al parecer, el hombre, aún en este nivel de la existencia, cuenta con un secreto, con un deseo por lo íntimo, por lo suyo. Se busca, pero siendo sólo uno, es estéril la búsqueda.
-¿Y el hombre con el bastón?
-Era yo. Cada año se presentaba un invierno en verdad crudo. No resistí más, así que me dirigí con la aprobación del equipo médico de investigaciones antropológicas a la isla. Llevé unas mantas que después él perdió, y le encendí una fogata. Una noche, cuatro años antes de su muerte, cuando encendía el fuego, el sujeto despertó, creí que me atacaría, pero no, sus ojos se dulcificaron entre las manchas de sol caribeño. Dibujó, para mí, un barco. Seguro que recordaba el día en que lo tiré en la isla. La voz del doctor Franz se apagó por un momento, pero continuó: Para él que todo era nuevo cada día, seguro que en su ADN se revolvía un vértigo por los cambios tan repentinos, así que optó inconscientemente por tener un punto de toque, un recuerdo, una idea fija, un ideal. Lamentablemente su ideal era tan fijo como el río, ¿un barco que huye?
-Doctor, el sujeto vivía en la opulencia, en la abundancia bíblica del fin de los tiempos. Ustedes controlaban entre otras cosas la dirección de los ríos, el crecimiento de las plantas, cada día llevaban para él árboles nuevos, fruta exótica. ¿Cómo es que murió tan pronto aun con todo este paraíso?
-Bueno, lo que hemos aprendido es que la conservación de la especie, incluso cuando éste fue sólo un individuo, depende de la interiorización de su propia existencia. Es decir, del saber de sí mismo, de otro modo la conservación no tiene ningún sentido. La autoconservación, lo mismo que la autosuficiencia, dependen de este saber íntimo, así como de una relación estable o mínima con el mundo. Al no haber yo, ni otro -pensemos que su mundo siempre cambiaba-, no podía haber idea de algo. La inteligencia es la capacidad de establecer relaciones y para ello la mismidad es necesaria. Todo su mundo era ilógico o mejor dicho ilusorio. Inteligible. Creamos el río que nunca cesa. Murió rápido porque no tenía necesidad de vivir. Nada lo ataba. No podía atarse ni comprometerse con algo. Las fuerzas creadoras de su ser más íntimo, seguro que lo destruyeron o volvieron loco los últimos momentos.
-¿Qué vendría a representar el arte encontrado en la “isla” y el barco dibujado para usted, doctor?
Después de un ceñudo suspiro respondió el doctor Franz: No podemos llamar arte en sentido estricto al ejercicio de exteriorización imaginativo que encontramos en la “isla”, lo que podemos decir es que había una mínima relación entre su percepción del mundo y su recuerdo, pero aún así no había otro, ni mucho menos “yo” como sensación. Porque el arte no es una exteriorización del mundo, eso sería un absurdo. El arte al significar algo, depende de un campo conceptual, de una historia de vida y de un espacio para cambiar o resignificar o alumbrar algo distinto de lo que se ve a simple vista. El artista sabe que su acción es una herramienta que sirve para alcanzar algo que se nos escapa, la realidad, por ejemplo. En la era primitiva de la humanidad el arte sí representaba una herramienta, y esto lo saben bien los antropólogos, esas herramientas nos dicen de qué manera se entendía el mundo, y por ende lo que los hombres intuían de sí. Repito, este individuo lo más que hacía era representar un momento de la existencia, necesario a todas luces por su hambre de permanencia… El barco significa que su memoria se resistió, en algún sentido, a la mutabilidad tan caprichosa de la isla.
-Por lo cual…
Siguió el doctor nuevamente como en un soliloquio. Todos los asistentes a la conferencia en el Palacio de Cristal universal, no pudieron más que guardar silencio ante las nuevas y emocionantes palabras que diría el nonagenario mentor de la humanidad. Hasta el segundo al mando, que fue quien quiso tomar la palabra, tuvo que sentarse alisando la corbata de su traje y sonriendo en una inclinación de medio cuerpo al doctor Franz.
-Pensemos, siguió el doctor, que las herramientas dependen de una ley, es decir, de unas ciertas cualidades de la materia a las que está destinada el utensilio. El cuchillo, por ejemplo, no puede ser mejorado en el sentido de que su utilidad es la de cortar, y esto depende de la tensión más o menos suave de la carne o fruta que se intente cortar. El arte es una extensión no del cuerpo y sus necesidades más económicas, sino de la mente, es una sutileza del ocio, casi su coronación. ¿A qué atiende el arte?, al alma, jóvenes, pero -volvió a consumirse ese fuego en triste ceniza- lamentablemente nuestro sujeto fue adormecido hasta que no supo de sí, mucho menos de su alma.
-¿Qué es alma?, -No sé, respondió el adulto al lado del niño. El niño siguió atento a su casco transmisor, por el cual se veía la entrada de un nuevo ponente.
-El doctor ha tenido que retirarse a su domicilio, pues no se encuentra bien de salud. Explicó de la forma más cortés el interlocutor. Entonces, sonrió nuevamente para las cámaras, lo que ya no pudo decir el doctor Franz fue el grande éxito que obtuvimos en este experimento de corte científico, político, antropológico. La idea de un hombre social tal y como lo conocemos no es más que una eventualidad que lo llevó -al hombre como especie- a fraguar una sarta de mentiras y convivir con embaucadores, de los que el doctor fue discípulo, pero a los que, por el bien de la humanidad, decidió enterrar en el olvido. Lo que conseguimos, es grandioso para todos. Descubrimos que el ser considerado en sí mismo, en el aislamiento total, es incognoscible para sí, es decir, que es libre cuando ignora. Además, que el todo son relaciones imaginarias. El doctor, el último sabio y principal enemigo de la identidad, o idealismo del bien en sí mismo, hizo mucho por nosotros desde que, por fortuna, cayó en la antigua tierra un meteorito capaz de hacer millonarios a todos los hombres y que portaba esporas de crecimiento o abundancia para esta tierra nuestra. El paraíso también nos alcanzó, ¿no creen?, nuevas sonrisas.
Sonrió, por última vez el hombre, al tiempo que entre un dulce estertor suspiraba fuertemente y dijo al final de soltar el aire: ¡Alégrense humanos! Ya no habrá “yo”. Causante de guerras e injusticias en el pasado. Ahora tenemos la receta de la verdadera pasividad, del mejor de los bienestares. Al advertir que el mundo es inconexo con el hombre de la isla, notamos que el conocimiento es, por sí mismo, imposible. La posibilidad de algún conocimiento es voluntad de poder, lo cual quiere decir que podemos no saber de nosotros, como de hecho demostró el experimento social, es lo más natural. El intelectualismo ha muerto y todos son interpretaciones de hechos que nada tienen que ver con nosotros a menos que así lo deseemos. El mal no es posible, porque no hay leyes. El bien no existe, vivamos así, sin arte, sin ley.
-La ley, -el doctor Franz reposó su sien en la mano del bastón e inspiró hondo-, ¿qué hemos hecho?, azotó el bastón en el piso del transportador. La nada, tensó la quijada, es un misterio que no convoca.
Se alejaba la nave del doctor a algún lugar en el espacio.
Javel
Para seguir gastando: Las armas, como muchos otros instrumentos, son una forma de la utilidad intelectual. Esto quiere decir que el arma le es cómoda y útil al supremacista blanco, por ejemplo. Idea y acción siempre van de la mano. O Como decía mi maestro Pancho, en la hechura del edificio, se conoce al arquitecto. El tiroteo sucede desde que quien gobierna no piensa en la idea de bien en sí misma, y hace intentos absurdos por justificar su presencia. Las supremacías, lo mismo que la voluntad popular, son hitos para el statesman.
Coletilla: Oscilias cavilosa, tan alegre vida, imponiendo (sin poder) (el) oceánico juego del amar en la palabra. Diálogo le dices tú.