Que los cuentos de hadas deben terminar con final feliz es una costumbre a la que pocos autores suelen ceñirse; sin embargo por alguna extraña razón nosotros solemos creer que estos relatos tienen un final equiparable con la felicidad.
La incomprensión de ciertos dolores nos hace ver con ternura el triste y miserable final que suelen tener algunos personajes entrañables, lo que suele hacer peligrosos a los cuentos de hadas porque resulta sencillo pensar en lo hermoso que resultan ciertos finales románticos.
Es como si alguien hubiera decretado que todos debemos ver un final feliz en cada cuento y narración que por fin termina, es como si la felicidad tuviera que ser alcanzada por todos de manera progresiva.
Yo no sé por qué la vergüenza de un emperador que desfila desnudo y renuncia a sus trajes se constituye en la felicidad de un pueblo que trabaja de la industria del vestido, tampoco sé por qué es deseable que una joven se convierta en espuma después de lanzarse en pos de un amor jamás correspondido.
Lo que menos sé es cómo los escuchas de cuentos aceptamos casi, casi por decreto que los personajes de los mismos deben ser por siempre felices.
Y lo que más me sorprende es cómo a veces los que dicen no creer en cuentos se sienten felices por decreto, aunque estén pasando una suerte como la de la pequeña cerillera que muriera en la víspera del año nuevo.
Maigo
Inocente preguntilla: ¿Será posible la infelicidad en un régimen político justo?