Honor y Justicia
Me parece necesario engarzar honor y justicia, pues ya casi no se ven juntos. Sin embargo, la cuestión parece satín apolillado, algo de snobs, el elogio por los valores pasados. Lo que nosotros entendemos por honor es apenas la pantomima de lo que una vez fue la medida de lo heroico. Para los mexicanos modernos el honor no funciona porque todo es relativo. No hay excelencias. Además, aquello que produce el «honor», que es el respeto y la gratitud, son vistas por nosotros como adulación de unas nimiedades que no deberían ser ni mencionadas, pero que pueden dar a quien las sabe nombrar con laureles, una buena recompensa. Honor a quien honor merece es una frase en desuso. “Honor a quien mejor me las bese”, podríamos decir ahora. Tome su recompensa, buen hombre, y ahí comienza la corrupción. ¿Por el honor?… quizá todos desconfiamos de todos, por no haber una idea de bien.
Honor es el justo reconocimiento de las acciones justas o nobles o buenas. Asunto difícil para nosotros, porque hemos perdido el norte. La excelencia en el actuar ya no es posible, lo sobresaliente es políticamente incorrecto. Dejamos de buscar. El honor no se entendía sin la justicia; hoy honor es algo así como la admiración por lo evidentemente atrevido, innovador, etc. En este sentido, el honor es una moda que se cuelgan algunos sin haber hecho nada de beneficio para los demás. La posición de un político es la ideal para actuar con nobleza, pero no se puede pensar en el bien común cuando se piensa en el bien personal, cuando se ve en los otros a un enemigo que lejos de reconocer el buen trabajo gritan ¡No! Ciegos de felicidad los llama el gobierno. Además de sospechosos. Pero recordemos que México es una Democracia, y las democracias se construyen más por las oposiciones que por las adulaciones. Claro, si es que pensamos que aquello que mejor conserva un Estado es la justicia y no la economía. Cuando la economía, la tecnología, así como el deseado reconocimiento del primer mundo es el ideal de un presidente encargado de una nación plural con identidad que se va perdiendo, entonces las individualidades son peligrosas al Estado, la búsqueda por el mejor camino al diálogo también. El honor es imposible. La peor tragedia sería no levantar la voz por la dignidad, valiente, furiosamente ante el tirano.
Reconocer lo justo no es lo mismo que adoctrinar en lo bueno, lo bueno jamás es un tema de clase. Lo bueno es el movimiento de las voluntades hacia aquello que es propio del hombre y que lo lleva a su perfectibilidad. Reconocer lo justo es acaso una virtud más, pues requiere logos, entendimiento, pasión, así como la búsqueda de la respuesta más importante ¿Qué es el hombre? Nada de eso importa si la respuesta las da el consumismo o cualquier otra manifestación del servilismo. En ese sentido, gritar ¡no! Es lo mejor que le puede pasar a un país. Porque el “no” revela la tragedia. El no apunta a lo que no se quiere ver o desvela lo que se oculta. Alguna vez, mientras intentaban secuestrarme, traté de gritar, pero la voz se me quebró como el acero de una espada. El miedo a lo injusto muestra un deseo por vivir bien, pero no es el miedo quien actúa con justicia, es el valor, otra virtud despolitizada. Que no muestran las caras los valientes, es obvio, son valientes, no osados, no idiotas. Pero muestran, en cambio, lo heroico moderno, voluntades que no se dejan aplastar por el mal gobierno, por lo injusto del hombre. Por eso ¡Griten(,) valientes! Razonen; actúen.
En una comunidad justa si te están matando o secuestrando todos haríamos lo mejor. Eso revela lo injusta que es la vida en México (alguien hace algo, aunque no siempre sea justo), pero al mismo tiempo deja ver que aún buscamos justicia. No tenemos hombres honorables en el gobierno, sino cobardes zalameros. Un hombre de honor además de oponer al gobierno rico con el pueblo pobre, hablaría de lo incongruente entre un gobierno feliz y un pueblo muerto. Trataría, además, de ver amigos en quien busca lo mejor, y no enemigos con obscuros deseos de vilipendiarlo. La política es más vanidad que deseo por lo justo. Éstos siempre son cobardes. Aristóteles veía un mal en la democracia, y era que, al gobernar el pueblo, siempre habrá más ignorantes que sabios, más innobles que justos. La voluntad popular nunca es reconocimiento del bien si está enceguecida por una voluntad cobarde.
Javel
Corte y queda: Un pueblo humilde y orgulloso de sí como México, reconoce sus deficiencias y acepta, aunque abochornado, la ayuda que recibe. Sabe de sí y sabe que necesita investigadores, especialistas, expertos. Ríe cuando después todo está bien, como un niño. Esa era su capacidad, aceptaba al otro. AMLO quiere brutos e improvisados de buen corazón, especialistas en nada para no ofender sus capacidades, para no alterar lo uno inamovible. Ya temía yo que arruinara el diálogo con sus nacionalismos. Oaxaca es bello, si no vemos el deletéreo pozo.