Culminar

Quise ayudar a escapar a la abeja que llevaba zumbando sobre el crista de mi cocina por más de un par de horas. Ya saben, nos animalitos no tienen la inteligencia que nos distinguen de ellos, mucho menos el arte para poder escapar de una trampa tan compleja para la naturaleza como lo es una casa.

Los vidrios, limpios o sucios, da igual, son una aberración para el que ama volar libre. No se distinguen del aire, y nos muestran una mentira casi real detrás de su invisible límite de la realidad. Pobre abeja que zumba incansable, en poco tiempo no podrá hacerlo mucho más, tendrá que sentarse y desfallecer alejada de su comunidad, de su trabajo y de la frescura del viento debajo de sus alas. No podrá volver a probar el polen, así como no podrá en poco tiempo agitar sus alas para levantar su regordete cuerpo rayado, como el de un convicto que lleva más de diez años de mala alimentación y nada de ejercicio.

No sé por qué me conmueve tanto el animalito, si alguien me viera con estas cavilaciones, me llamaría hipócrita cada vez que piso una araña bajo la justificación de la supervivencia. Sin embargo, así es, llama mi atención y tal vez busco algo de redención por todas las almas arácnidas que he mandado a ahogarse en el Aqueronte. O tal vez, me conmueve pensar que aquél animal, no tiene lo que necesita para distinguir verdad de ficción y es esta necesidad tan primoridal que se le ha sido negada por naturaleza y por artificio, que la llevará un par de días antes de lo escrito a su tumba.

No hay manera de explicarle (una vez abierta la puerta de par en par, a un lado de la ventana) que su libertad, que la vida le espera a menos de un metro de distancia. Que lo único que debe hacer es dejar de presionar su cuerpo contra el vidrio de la ventana y dejarse llevar por el viento de la libertad hacia otros horizontes o bien, de regreso a casa. No hay mucho que hacer, no puedo obligarla ni azuzarla para que salga, por temor a que decida atacarme y de lograrlo, termine padeciendo aquello de lo que espero salvarla.

Pasé cinco minutos a lo más, y ella no salía de su trance mortal, seguía arremetiendo como si buscara romper una finísima tela de realidad que le impedía cumplir con su destino. Pero no, ese no era el camino, persistir, solo garantiza el éxito en los humanos, no en los animales. Pero con esta incapacidad que tengo para hacerles ver la respuesta a su problema, lo único que pude hacer, fue dejar la puerta de mi casa abierta, esperando en Dios que la abejita por fin lograra salir.

Y es por eso, esposa mía, que ahora hay diez abejas en la cocina. y no hay una manera civilizada de sacarlas de allí. Yo sé que mi quehacer como hombre y macho de esta familia es buscar proteger a mi legado a toda costa, pero también, deberás entender que lo que me pides es una misión suicida. Si bien, forzar a una abejita por cualquier medio a dejar la casa, ya ponía en riesgo mi vida (de cierto modo) ¡imagina el peligro que corro ahora qué esta posibilidad se ha multiplicado por diez! Es por ello que te propongo que nos sentemos a cenar frente al televisor y dejemos que la naturaleza solucione sus problemas como le plazca.

La idea de las alas

La idea de las alas

El lógos no puede ser lo mismo que la razón. ¿El significado del lógos ha de ser desentrañado de la oscuridad Heraclítea previa al platonismo de la idea? No necesariamente, pues el sentido platónico de lógos no sólo está en la dialéctica como camino del pensamiento hacia la verdad: la dialéctica es falaz, incluso podría decirse que imposible, si no hay Eros. El sofista no requiere la dialéctica porque la metafísica es impenetrable para él. El sofista requiere de persuasión, pero no de autoconocimiento. Si no hay posibilidad de conocerse a sí mismo, la persuasión es ejercicio de la habilidad en la palabra, en la palabra que disputa. ¿Por qué no es el sofista el alma más baja en la escala de la palinodia socrática, que rescata a Eros de la inventiva de Lisias? Se me ocurre lo siguiente: el tipo de alma que alguien tiene, que en el mito de Sócrates se distingue según lo que ha visto en el circular de las almas, no es perfilada según la influencia que el arte humano tenga sobre ella. El sofista no es el último en la escala, quizás, porque él no podría subsistir de no ser porque existen almas tiránicas. Es falso que la escala sólo sea una medida moral: la escala no es una medida de la “dignidad” al estilo moderno; incluso decir que esa escala sea una medida sería una exageración. Lo que gobierna a esa escala es la relación de Eros con la divinidad. El problema de reducir la presencia de lo divino en el mito de Sócrates está en no comprender el alma como fuerza erótica. Por eso el lógos nunca puede ser la Razón. El tirano es el afásico que no sabe qué es Eros, a pesar de tener deseos.

¿Importa saber qué es eros? Si no podemos hablar de eros sin hablar del alma, no podemos conocernos sin pensar qué sea eros. Pero, ¿de qué servirá la comprensión? ¿No es eros una pasión más entre otras, quizá la más importante, pero a fin de cuentas un movimiento entre otros de nuestro ser? ¿Qué lo haría el más importante? Según la palinodia, su importancia no puede dejar de ser metafísica, al menos para quien busca conocerse a sí mismo: el reflejo de los amantes, la visión de espejo que tienen ambos no es una reverberación de la inmortalidad. Sin metafísica, eros es el mito de un tirano que no acepta sus auténticos deseos, es un cuento moral. Aunque, dicho así, suena a que en realidad la metafísica es también un cuento que el filósofo inventa para no moralizar. Pero lo mismo le sucedería al lógos, que terminaría siendo una palabra que sólo nombra la obsesión del filósofo por sí mismo. No sólo es que eros no se comprenda sin metafísica, o que sea eros lo que permite la metafísica: eros es fuerza metafísica, y no porque empuje a la teoría, sino porque es un signo de lo divino en el alma. Por eros sabemos que no estamos impelidos por ley universal alguna hacia la materia en general, por eros sabemos qué distingue a la vida humana. El lógos no es sólo una explicación argumentada de lo real: la palinodia es un lógos que reúne metafísica y poesía. Sería absurdo esperar que el lógos sea una potencia que clarifica el ser de una sola manera y de modo incuestionable: ni siquiera el filósofo puede vivir como los dioses.

¿Por qué es lo bello lo más amable? La idea de que lo bello depende de la “subjetividad” no ayuda a comprender nada, porque nos deja en la total oscuridad sobre la posibilidad de decir algo en general sobre la experiencia de lo bello. Decir que lo bello sea más amable implica al menos la idea que no siempre se ama lo bello. ¿Qué tendría que ver el lógos ahí? ¿No es una experiencia tan privada la de la belleza, que es incomunicable? ¿No es más bien un fenómeno estético que es contaminado fácilmente con algún paso en falso del lenguaje poco educado? Yo creo que lo bello no se puede producir: bastaría recordar las tretas de Sócrates a Hipias para reconocer el sentido más evidente de esa idea. El misterio al que apunta directamente el Fedro  es tanto a la belleza del joven que habla con Sócrates como a su incapacidad para comprender en qué radicaría la belleza del lógos. Como muchos de nosotros, Fedro es un entusiasta de los discursos pulidos, pero no sabe, como nosotros, pensar en la belleza del discurso, más allá de la inclinación del gusto. ¿Por qué la palinodia es dicha para él, entonces?

 

Tacitus

Licencia para destruir

En tiempos donde todo está permitido

—todo es culpa de los adversarios—

sobre las ruinas de lo erguido

hacemos nuestra marcha.

Discursantes

De tanto hablar, nos hemos quedado sin oídos.

Maigo

Ruido

Ruido

Ruido de frenazos,

              Ruido sin sentido,

 Ruido de arañazos,

 Ruido, ruido, ruido

Joaquín Sabina

 

Nada muestra tan claramente la decadencia de una sociedad como su ruido. Los oídos dotados del don de escuchar el lirismo de la poesía se estropean con el estrepito vehicular. La música pierde su fuerza revitalizadora al mezclarse con gritos; ponen el pie los gritos a quienes avanzan hacia la paz musical. Una sirena suena. El gemido que anuncia la violencia. Algo pasó o va a pasar; un estruendo que destruye la paz.

No basta con enunciar un problema importante, hay que enfatizarlo, repetirlo, hacerlo resonar, gritarlo para que se note. De cualquier cosa y por cualquier cosa la gente grita. Grita el vendedor en el mercado. La música pierde su melodía, empieza a gritar, al tensarse demasiado en la panza de una bocina. Un vecino invade tu lugar cuando te presume, sin que tú se lo pidas nunca, su peculiar y estridente gusto musical. Podríamos decir que un lugar te pertenece en la medida en la que forma parte de tu silencio. Si puedo dormir, mi noche me pertenece.

Jamás vemos lo importante si hay tantos ruidos sobre los que escribir. Perdemos una frase; dejamos de seguir una melodía; nos quedamos a medias con una historia ante tantas voces, ante tantas historias gritadas más fuertemente. No nos extrañamos si en una calle citadina preguntamos (o nos preguntan): “¿qué te estaba diciendo?” y respondemos (o nos responden) “Nada, olvídalo. No era importante”. Vaya que suele pasar. Entre tanto ruido nos perdemos. El ruido es el peor laberinto cuando nuestra musicalidad se encuentra arruinada. Pero “¿en qué estaba? ¡Claro!, ¡lo importante!” Un funcionario puede insultar a las esposas, hijas y familiares de las personas a las que representa sin que tenga consecuencias. Hay un poco de ruido, pero el nuevo ruido destrona al viejo ruido (¿cuántos se alarman en este momento de los ruidos de la semana anterior?). Una piloto puede compartir su deseo por que mueran miles de personas sin que nadie diga nada hasta que se haga mucho ruido. El ruido dominante es el del más fuerte, la voz que calla a todas las voces; el ruido que decide qué hacer. El ruido seguirá, piloto y funcionario aprenderán a no escucharse (¿podrán escuchar algo bueno?). Pero ninguno podrá escuchar lo que no alcance a ver.

Yaddir

Ya viene el otoño

Estimado lector, tomaré unas breves vacaciones. Nos vemos aquí a mi regreso. Mientras tanto, sigamos leyendo. (Ya sabemos bien que es muchísimo más lo que se escribe que lo que se lee).

Sibarita

¿Y qué si la carne era de humano? También el arte culinario es propio del hombre y nos ha llevado a gozar estos niveles de progreso que poseemos. No veo razón por la cuál el cliente se queje, sobre todo, sabiendo que a final de cuentas, éste es el ingrediente principal de los verdaderos tacos al pastor.

¡Y todo el mundo los ama!