Al César lo que es del César

Sin un discurso que repartiera abrazos y amor hueco, Cristo anduvo por la tierra, criticó a los que hacían como que hacían bien para recibir alabanzas de los demás, en algún momento señaló que una mano debe actuar sin que se entere la otra, además supo distinguir entre lo que pertenece a César y lo que es propio de Dios.

Dejando de lado el hecho de hacer el bien sin necesidad de la alabanza del que lo recibe o de los otros que rodean al benefactor, creo que conviene pensar por un rato en la distinción entre lo que es de César y lo que es de Dios.

Se nos dice en los evangelios que para poner una trampa se le cuestionó a Cristo sobre el pago de impuestos, y él señaló que hay que dar a cada quien lo que le corresponde, luego entonces la distinción entre lo que es para el político y lo que es para lo divino depende de correspondencias.

Tratar de eliminar la distinción entre lo político y lo divino trae desastres anunciados de mil maneras, se puede apreciar el intento de servir a dos señores al mismo tiempo cuando se intenta igualar al Estado con lo divino, las monarquías lo intentaron y no fueron capaces de alimentar realmente a sus pueblos, al menos no en tiempos de crisis.

Pensando la igualación al revés, tampoco salimos airosos, y eso creo que lo demuestra un personaje Dostoievskiano que pretende igualar al Estado con la Iglesia al convertir al primero en el segundo, con él hasta la antropofagia termina siendo válida.

Distinguir entre lo que pertenece a César y lo que pertenece a Dios no es fácil, es necesario pensar en qué es lo que le pertenece a cada uno y qué es lo que le corresponde como para entregar lo propio sin hacer mezclas que sólo revelan una mala comprensión de lo que es un Estado o de lo que es lo religioso.

La vida de Cristo podría ayudar a lograr esa distinción, y para ello resulta conveniente pensar en lo ocurrido después de que alimentara a más de cinco mil hombres. El evangelio de Mateo relata que muchas personas ávidas de escuchar a Jesús lo siguieron, al ver que se hacía tarde tanto Cristo como los apóstoles alimentan a la multitud.

Aunque algunas reflexiones sobre este pasaje se concentran en el hecho de que Cristo le dijera a los apóstoles que ellos le dieran de comer a la gente, yo me concentraré en lo que pasó después.

Jesús ordenó a los apostóles que se embarcaran, despachó a la multitud y se retiró a la soledad.

No se hizo nombrar rey, aunque bien hubiera podido hacerlo, su reino no es de este mundo y eso quedaría claro en la cruz, tampoco llamó a una revolución ya que tenía la atención de la gente sobre sí mismo, no pretendió un cambio en los demás poniéndose como un líder moral y honesto a diferencia de los fariseos o de los romanos, lo que hizo fue despedirlos tras alimentarlos.

Jesús no buscó el poder sobre la tierra, mostrando que el cristianismo no se trata de eso, se trata de dar a Dios lo que le corresponde, y lo que le corresponde es la gratitud, y a mi parecer esa gratitud Jesús la muestra en la soledad, ya que se retiró del mundo de los hombres  para orar a solas antes de continuar su andar por esta Tierra.

Maigo

Descubrimientos

Ya no nos gusta descubrir. Obvio que aún hay gente que descubre, les dan premios y les hacen ceremonias suntuosas y comentadas por cientos o miles, o millones, de personas. Pero no sé con casi nada de precisión si a ellos les gusta descubrir o lo que sus descubrimientos traen consigo: fama y dinero. Dejando de lado esos famosos casos, hay un desdén creciente por descubrir por uno mismo. ¿Por qué ya no queremos descubrir? Mejor dicho, ¿qué es lo que ya no nos gusta descubrir o creemos que no podrá ser descubierto? Podemos empezar por lo más común, no nos gusta descubrir lo que otras personas nos quieren decir: si nuestra atención no está atrapada por la pantalla de un dispositivo móvil, escuchamos hablar a alguien y nos cuesta trabajo entender lo que nos dice; entendemos lo que queremos que nos diga; lo distinto lo hacemos familiar sin mediación alguna. Preguntamos buscando una respuesta precisa, como si preguntar fuera igual a apretar un botón con una específica función que no queremos que sea distinta cada vez que la hacemos. «¿Cómo estás?» es una pregunta que todos hacemos y a todos nos la hacen (en la medida en la que nos encontramos con alguien que quiere o debe saludarnos). He hecho el experimento de no responder «bien» como sería lo esperado, sino decir «impactado por los cambios actuales». Lo que más me impacta es que me contesten con una mueca, como si acabara de decir «mal» o “algo así como bien”, como si fuera lo medio esperado, como si mi frase no fuera lo suficientemente ambigua como para exigir otra respuesta. La gente tiene prisa por esperar una respuesta y seguir con su vida. No quieren descubrir lo que se va a decir, tal vez porque ya esperan una respuesta incómoda cuando la respuesta se sale de lo que quieren escuchar o porque les incomoda que alguien se salga de los parámetros establecidos. Algo semejante pasa con los libros. Los libros más famosos, de los que más se habla y se ha hablado de las mismas maneras, son los que siguen siendo famosos y de los que se seguirá hablando de la misma manera. Pocos se toman la tarea de descubrir nuevos autores, y menos aún descubren maneras diferentes de leer a los autores consagrados; creo que son los menos, aunque esto es sumamente discutible, los que descubren por su propia cuenta lo que otros vienen diciendo repetidamente y, en ese descubrimiento, ven de manera diferente al autor. Descubrir es aprender; mientras mejor se descubra mejor se aprende. Es tardado descubrir algo, más si eso que se descubre vale la pena, sirve para entender algo o a alguien o a algunos (entre ellos a nosotros los seres que descubren). Puedo descubrir una nueva cantina en mi ciudad gracias a lo que me cuenta un novelista, pero ese mismo novelista, dentro de la charla casual que se desarrolla en esa cantina, me puede enseñar que a nadie le gusta creer que es peor persona de lo que es, que todos tenemos una opinión favorable de nosotros mismos, mucho más si no hemos cometido un gran delito o le hemos hecho un mal notorio a los de nuestro entorno. ¿Cuántas veces no he sido testigo de eso?, ¿cuántas personas no se han adornado con flores cuando bien sabía que ese adorno era totalmente falso?, ¿cuántas veces no he sido yo quien se hecha las flores inmerecidamente?, ¿alguna vez alguien me dijo esto?, ¿por qué en ese momento no lo descubrí? Hay descubrimientos más importantes que otros. Descubrir un buen lugar para comer servirá en unas diez o quizá veinte ocasiones, en situaciones muy concretas, a lo largo del año. Descubrir algo de uno mismo siempre ayuda.

Yaddir

Instante de Aries

Una vez llegada la hora, que si bien, ningún humano hubo jamás presenciado; para los dioses no era nada de otro mundo. Aconteció, pues, el momento de Aries, y gustosas, incluso con toda la necesidad que ello conlleva, las estrellas entraron en celo.

Las danzas dirigidas por Venus iluminaron el Cielo de colores, todo era simétrico, medido y bien proporcionado. Hubo varios reportes de las distintas estaciones espaciales (antes de que fueran destruídas) que informaron haber experimentado una suerte de música muda, y susurros de placer.

La mecánica natural de estas cosas no cambia mucho de la que ocurre en los seres efímeros, consiste, sencillamente en formar parejas de estrellas, de planetas y de dioses. Una vez copulados, se vuelven a alejar para crear el espacio suficiente que les permita multiplicarse.

Por supuesto, la humanidad, al presenciar a Venus y Marte acercarse para consumar este amor descrito y cantado con tanta antgüedad, en menos de un segundo (¿o fue en más?), perdió la toda la razón.

La muda religiosidad

La muda religiosidad

La prisa por pensar es tan absurda como las palabras a modo. No es la premura lo que impide que lo público se discuta, lo impide el que la verdad sea relegada. No hay verdad por encima de la imagen oficial: y decían que el PRI ya se había consumido en su propio hedor, amargado por su rancio sabor putrefacto. La corrupción es un problema político cuya solución no está en la imagen y el discurso oficial. ¿Qué puede hacer la palabra? Clarificarlo. Sería una exageración pedirle más. Sería absurdo retraerla a la llaneza kantiana de la buena voluntad: el imperativo categórico es más rígido que la mentira oficial, pero igual de ominoso en la ignorancia de uno mismo que exige. Mucha palabra no pide. Como no la pide en realidad la moralina del respeto al líder providencial. Absurdo del más banal. La perversidad se confunde con la honestidad cuando la inventiva aplaudida de la palabra descansa en el escarnio. ¿Alguna relación entre el placer por el escarnio y la hipocresía tan disimulada? Consiento que se me llame exagerado: la política se trata de ser real, de acomodarse a la circunstancia. Ni a maquiavelismo llega esa vulgaridad. La realidad de nuestra política es la impostura, la delación, el vitoreo. ¿Acomodarse a ella nos hace más astutos o más banales? Puede que no haya diferencia, pero eso es falso: la astucia puede también servir a la palabra, a la claridad. El futuro, la renovación, el compromiso, las farsas del poder completas en la ignorancia desparpajada, en la versión complaciente de nosotros mismos, de la vida. La mentira de la moral: no vernos expuestos a la tiranía publicitaria de las buenas intenciones. ¿Qué importa el fin, si de eso pocas palabras certeras puede haber, si los “modos” son superficies convencionales, si la anomía es también sinceridad y simplicidad religiosa, secreto del providencialismo y de nuestra fe sin palabras?

 

Tacitus

La mala escuela

La pretensión

engaña

con mentiras

consabidas

y no sabidas.

Retirada…

Retirada…

Pompeyo Magno estaba al frente de Roma cuando  Julio César cruzaba el Rubicón al mando de un ejército, las consecuencias de esa huída fueron nefastas, ya que mientras César desafiaba a las leyes emitidas por el Senado, Pompeyo escapaba con la esperanza de levantarse victorioso después de saberse inferior y con su partida reconocer una clara derrota.

Los pensamientos de Pompeyo no los conocemos, no sabemos si se fue para evitar muertes innecesarias en la ciudad eterna, o si partió por cobardía y con el ferviente deseo de salvar ante todo su vida, lo que sí sabemos es que perdió su última batalla en Farsalia, y murió traicionado por un joven monarca. El general recibió a la muerte lejos de la capital de la República a la que se supone protegió y engrandeció a lo largo de su vida con gloriosas batallas.

Pompeyo perdió la vida escapando, César inició una guerra civil al desconocer al Estado que le había prohibido cruzar el Rubicón con sus soldados, lo malo de la guerra civil es que también termina con tus aliados y César lo vivió en carne propia cuando entraban los Idus de Marzo.

Pero el que más perdió con esa huida fue el Estado, ese, se perdió para siempre para dar paso a un Imperio del que César no disfrutó ni dos años.

Quien diría que con la retirada de Pompeyo se anunciaba la mala muerte de lo que hasta el momento se creía civilizado.

Maigo