Una y otra vez

Actualmente escribimos para registrar. Auxiliamos la memoria por el uso del papel o equivalentes. Lo que no recordaremos después, quedará grabado para que volvamos a su consulta. La memoria es volátil; guardar los papeles requiere disciplina, pero si se tiene éxito, perduran las palabras. En las escuelas se toma apunte para tener la información necesaria para el examen. Una vez pasada la evaluación, jamás vuelven a revisarse. El auxilio acabó por reemplazarlo. En los sótanos de fiscalías o en los archiveros de las notarías, permanecen los oficios de los clientes. Almacenados, para ser consultados en el futuro. Análogamente, en internet hay artículos, blogs, libros electrónicos, noticias antiguas, crónicas, relatos personales, con una ventaja sobre el papel: resiste los siniestros físicos. Un incendio desaparece una hemeroteca, las llamas inmolan décadas de sucesos. Escribir es un desafío al inexorable paso del tiempo.

Tenerlo escrito no implica halla involucrarnos con lo que se dice. Hace no muchos años, las enciclopedias eran artículos de prestigio para hombres de elevada categoría. Los anaqueles y volúmenes conformaban un mausoleo suntuoso, muestra de poder y cultura entre amigos e invitados. Podían pasar años sin ser leídos, mas la palabra era perdurada (estas bibliotecas, al morir su dueño, se abrían al público; la vida promedio del no lector era superada). Similar sucede con el mundo de la red. La información se ha multiplicado en tiempos donde la ignorancia parece más evidente. Tanto por leer sin tiempo ni disposición para hacerlo. Hay un espejismo de ilustración con generar y cuidar el conocimiento, aunque éste poco hable sobre lo que somos, nos gusta o interesa.

Curiosamente, un género que demanda involucramiento es el ensayo. Las escuelas se regodean en pedírselo a sus pupilos y se asume como culminación de un aprendizaje sólido. En él queda lo nuevo que se sabe y se evalúa la redacción y capacidad crítica. Quien puede dar su propia idea, respaldada por argumentos, sabe leer y juzgar lo que aprende. Sin embargos, los ensayos escolares han degenerado y ni estas exigencias básicas cumplen. Han olvidado el sostener una idea, releerla varias veces, ensayar con ellas, sus interpretaciones y maneras de escribirlas (lo cual lleva su lectura para alguien más); ningún movimiento en el alma ocurre en quien escribe los ensayos escolares. Peor aún, los que sufren la aversión para escribir, no encuentran beneficio en ensayar. ¿Habrá una relación entre no querer ensayar con no saber ni desear autoconocernos?